Gaza: entre la mentira y el espectáculo

Por Iván González Alonso*


Decenas de israelíes judíos se reúnen en una colina desde la que se divisa el sur de Gaza un Sábado tras leer La Toráh. Son profesores, farmacéuticos, revisores de autobús, padres de familia, amas de casa. Su objetivo es contemplar la guerra en directo, como mero espectáculo de entretenimiento. A su lado, otros tantos periodistas internacionales no pueden ejercer su trabajo, ni su derecho a informar al resto del mundo de lo que ocurre en el lugar desde dónde salen las estelas del humo de las bombas.


Lejos quedan las crónicas y fotos de Cappa en las playas de Normandía o en la Guerra Civil española.

El gobierno de Israel ha prohibido la entrada en Gaza a los reporteros aduciendo “motivos de seguridad”. Mientras, inunda las cuentas de correo y los móviles de los periodistas con mensajes “informativos” de los últimos partes de guerra.

No es extraño que con fuentes de tal fiabilidad un grupo de periodistas denunciase ante la Corte Suprema Israelí la vulneración de su derecho a informar. Su reclamación ha tenido éxito y el tribunal ha emitido una sentencia favorable para los periodistas, pero deberán continuar emitiendo sus crónicas desde la colina, o desde Jerusalén, ya que el ejército israelí no ha acatado el dictamen.

En otro rincón de Israel, ‘Joe el fontanero’, una de las bazas electorales de John Mcain para derrotar a Obama, ha cambiado la llave inglesa por el micrófono, y ejerce de reportero de guerra para la conservadora cadena americana Pajamas Tv. Es la guerra como espectáculo, como pasatiempo.

Contar lo que ocurre en un conflicto sangriento es tan viejo como el mundo. Desde la Ilíada a la Biblia, en el Libro de Josué. Pero fue en la Primera Guerra Mundial cuando se produjo el primer gran desacuerdo entre los intereses de un estado y la libertad de información. Israel no ha inventado nada en este sentido. Las guerras no se ganan sólo en el campo de batalla. También cuando se logra convencer a la gente en la retaguardia. Es importante que los combatientes conozcan contra quién luchan, y contar con el apoyo de la opinión pública.

Israel basa su estrategia en aparecer como víctima. Es significativa la viñeta aparecida en el diario “Público” de España, en la que se ve a un palestino débil y herido, sobre el que se abalanza un forzudo israelí ante la pasividad de Bush disfrazado de policía, quien afirma que el agresor no es el forzudo, ya que las heridas provocadas por “la legitima defensa están en el cuerpo del palestino”. La colina de los domingueros de la guerra se encuentra al alcance de los lanzamisiles de Hamás. Pero no hay peligro. En ocho años los cohetes palestinos han acabado con la vida de 23 israelíes. En menos de un mes el número de palestinos muertos en Gaza supera el millar, entre ellos 300 niños.

Para ocultar estas cifras, Israel ha colocado un biombo entre los periodistas y la muerte. Su objetivo, dar una única visión y designar como traidor a todo aquel que se muestre con posturas disidentes. Se está ejerciendo una forma contemporánea de censura encubierta. Israel satura con datos y dossiers a los periodistas acreditados, pero con ello sólo pretende distraer de lo esencial del conflicto y estimular la pereza del reportero, que recibe toda la información en su portátil.

Pero ni siquiera la manipulación es capaz de ocultar la desproporción de los ataques israelíes, de los que ya ni la sede de la ONU se ha podido guarecer. Es posible que la sociedad internacional se quite la venda de los ojos, mire lo que está sucediendo y actúe en consecuencia.

* Periodista
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