El Moncada y los 5


Por Gustavo Espinoza M. (*)


En otras ocasiones, desde esta tribuna, o similares, vine a hablarles de Cuba, ese "largo lagarto verde con ojos de piedra y agua", como lo definiera bellamente Nicolás Guillén. También del Che, y su insuperable hazaña de gloria y esperanza. Y del Moncada, y de quienes combatieron allí en las condiciones más adversas abriendo el surco de la revolución latinoamericana. Y de Fidel.
Hoy, debo hablarles de los 5.

De René, Fernando, Ramón, Gerardo y Antonio. Ellos cumplirán próximamente once años de prisión por delitos que nunca cometieron. Fueron condenados no porque fueran terroristas, sino cubanos. Y afrontan la prueba de hoy, no porque mataran a nadie; sino porque son revolucionarios. Y porque dedicaron sus vidas a la lucha en defensa del hombre, sin dar jamás la espalda a la causa de su pueblo.

Son los héroes de nuestro tiempo, como llamara Lérmontov, a quienes entregan su corazón en la batalla por un ideal, y una bandera. Cada uno de ellos tuvo siempre vida propia. Y acumuló méritos de todo tipo en el accionar cotidiano.

Gerardo Hernández, por ejemplo, condenado a dos cadenas perpetuas más 15 años de cárcel, es Graduado de Licenciatura en Relaciones Políticas Internacionales en el Instituto correspondiente del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba.

Pero hoy, encarcelado, recibe en el Penal de Lompoc, la mirada silente del mundo, y el abrazo solidario de millones que saludan su coraje y su verdad. Con él y sus compañeros, tenemos el deber supremo de ser solidarios. Sobre todo ahora, cuando su causa ha llegado a un punto límite.

Recientemente, en efecto, la Corte Suprema de los Estados Unidos cerró definitivamente la vía judicial para los Cinco. Aunque indigna, la decisión no sorprende. Porque la justicia norteamericana no responde a la vida, sino a la muerte.

No hay que olvidar que fue esa justicia la que sentenció antes el caso de los Mártires de Chicago, Eugenio Deps,  Sacco y Vanzetti, Julius y Ethel Rosenberg.  Sus sentencias fueron una expresión de la ignominia. El grito de la muerte. La victoria del odio, sobre hombres y pueblos.

Con esa decisión, vuelven a sonar los tambores de guerra, que en nuestro continente crecen también en Honduras y en Colombia, a la luz de los Golpes de Estado y las Bases Militares yanquis.

Tenemos, entonces, que gritar más fuerte, que levantar nuestra voz mucho más alto, para que se escuche en Washington. Para que se oiga en el mundo. Y para que resuenen juntas las voces de todos.

Hay que hacer de todo: firmar documentos, remitir mensajes, estar presente en marchas y en manifestaciones, asistir a los actos; exigir por todos los medios al gobierno de los Estados Unidos y al Presidente Barack Obama, atención a esta justísima demanda: la libertad de los 5.

En todo el mundo ha crecido la exigencia de los pueblos. Y en nuestro país también. Pero esta no es tarea de unos. Es tarea de todos. Obligación moral de quienes tienen dignidad, y exigen justicia. No se puede sólo hablar de los valores. Hay que luchar, y combatir por ellos de manera cotidiana.

Recientemente se hicieron actos en 12 distritos de Lima y en 6 capitales del interior del país. Quisiéramos que en la próxima jornada los actos se hagan en todos los distritos de la capital, y en todas las ciudades del interior.

Para que eso sea posible, resulta indispensable comprometerse con la causa, vencer prejuicios, derrotar temores, superar mezquindades, hablar en voz alta; y recordar que ellos —nuestros hermanos— no pueden seguir encarcelados.

Dijimos antes que los 5, eran también Héroes del Moncada. Recordando entonces a quienes combatieron en julio de 1953, renovemos con firmeza nuestro compromiso con quienes encarnan hoy principios esenciales por los que luchan nuestros pueblos. Muchas gracias.

(*) Palabras pronunciadas en el acto en homenaje al 56 aniversario del Moncada, el miércoles 22 de julio en Lima, en representación del Comité Peruano por la Liberación de los 5.