Disonancias en Oriente Medio


Por Adrián Mac Liman*


Poco o casi nada esperaba el actual inquilino de la Casa Blanca de la reunión con el Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y el Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, celebrada esta semana en Nueva York. Los protagonistas del interminable conflicto de Oriente Medio no lo defraudaron; la “minicumbre” sólo sirvió para que ambas partes vuelvan a reiterar sus posturas.


Netanyahu exigió la total desmilitarización de los territorios controlados por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), así como un compromiso firme por parte de Abbas de seguir aplicando medidas drásticas contra los radicales islámicos. Por su parte, el Presidente palestino reclamó el cese de la política hebrea de colonización acelerada y forzosa de Cisjordania, estrategia a la que Netanyahu no parece dispuesto a renunciar, alegando presiones por parte de las agrupaciones ultraconservadoras que forman parte de la actual coalición gubernamental.

Barack Obama pidió a Israel que “trate de contener los planes de construcción de asentamientos”, versión algo dulcificada de su exigencia primitiva, que contemplaba “la total congelación de la política de expansión de colonias” en los territorios palestinos.

Al comentar la ausencia de resultados concretos de la “cumbre”, los politólogos  occidentales han hecho especial hincapié en la postura maximalista de las autoridades de Tel Aviv, que cuenta con el apoyo del sector más conservador del lobby judío norteamericano. Esta postura podría resumirse de la siguiente manera: los palestinos tienen que comprender que han perdido la guerra, que la situación sólo podrá desbloquearse tras el reconocimiento y la aceptación de Israel, hecho que debería incitar a los países árabes de la zona a normalizar sus relaciones con Tel Aviv.

Daniel Pipes, consejero áulico de la Casa Blanca durante los mandatos de George W. Bush, va incluso más lejos, señalando que la acción diplomática debería estar supeditada a la renuncia por parte de los palestinos de su proverbial “antisionismo”. Según Pipes, sólo a partir de este momento podría y/o debería reanudarse el debate sobre las cuestiones pendientes: establecimiento de fronteras definitivas, reparto de los recursos naturales (léase agua), desarme, estatuto de los Santos Lugares o el derecho de retorno de los refugiados.

El jefe del equipo negociador palestino, Saeb Erakat, no dudó en contraatacar, manifestando tras el fracaso neoyorquino que las consultas bilaterales sólo se reanudarán una vez que el Gobierno de Netanyahu acepte la retirada a las fronteras de junio de 1967. Casi nada…

Ninguna de las partes se ha molestado en subrayar la ausencia de un calendario concreto para la puesta en marcha de las hipotéticas negociaciones. Tampoco se aborda la necesidad de establecer mecanismos de supervisión de las consultas, al papel que ha de desempeñar el mediador (Estados Unidos o el Cuarteto de Madrid) o a las consecuencias del fracaso de las consultas, tanto para las partes en el conflicto como para el conjunto de los Estados de la región.

Sin embargo, los contrincantes han hecho una evaluación muy concreta de los aspectos negativos que acompañan el proceso. Para Tel Aviv, la reanudación de proceso de paz podría desembocar en una crisis política capaz de dinamitar la actual coalición de gobierno. Ello implicaría el adelanto de las elecciones generales o la entrada en el Gabinete de los centristas de Kadima, derrotados en la última consulta electoral.

Para los palestinos, divididos por obra y gracia de la mal llamada “comunidad internacional” es decir, de las potencias occidentales, que no dudaron en ceder ante la exigencia israelí de convertir Cisjordania y Gaza en dos entidades distintas, gobernadas por “buenos” (Al Fatah) y por “malos” (Hamas), el inicio del diálogo implica un doloroso reconocimiento: la inevitable renuncia al derecho de retorno de los refugiados de 1948, de estos más de cuatro millones de palestinos esparcidos por tierras de Oriente Medio. Algo aparentemente inconcebible, mientras Israel sigue adelante con su política de colonización forzosa de Cisjordania. Algo inconcebible también en circunstancias menos dramáticas.

Mientras la Casa Blanca trata por todos los medios de hallar una solución que justifique y avale el nuevo rumbo de la política estadounidense frente al mundo islámico, el viejo conflicto israelo-árabe pone en jaque la postura dialogante de Barack Obama. Pese a la buena voluntad del Presidente de los Estados Unidos, la “bantustanización” de Palestina continúa a pasos agigantados.

* Analista político internacional