Educación y periodismoreporteros

Escribe Joan Guimaray*

“La fuerza transformadora de la educación duerme en la olvidada agenda de los que nunca fueron educados, y el periodismo carente de nobles ideales, navega en el mar de rojos placeres, pardas frivolidades y negros intereses, sin advertir que si tan sólo él (periodismo) no mintiera ni encubriera a nadie, este país sería admirablemente distinto”.


 
En cualquier parte del mundo y para quienes tienen la idea clara de escalar los peldaños de la larga escalera de la civilización, soñar con la libertad, aspirar a la singularidad, anhelar la originalidad, ansiar la justicia y valorar la dignidad, es optar por el supremo valor estético de la humanidad.
 
            Pero en el Perú, todavía son muy pocos los que tienen la idea de la singularidad, casi desconocen la virtud de la originalidad, y como apenas tienen una vaga idea de lo que significa la justicia y la dignidad, escasean los que tienen sueños de libertad, porque nadie puede aspirar a algo que ignora y anhelar algo que desconoce. Entonces, a pesar de que ya estamos próximo a cumplir dos siglos de vida republicana, aquí todavía muchos siguen siendo simples clones, esclavos de la usanza, reclutas de la moda, rústicas copias de las originales y grotescos remedos de otros.
 
            Desde luego, casi no entienden de libertad, ni de justicia y menos de dignidad, tampoco aspiran a la soberanía individual, porque la escuela a la que acudieron durante once largos años soportando sobre sus encorvadas espaldas el peso de la mochila llena de inutilidades, en lugar de premunirles de una gigante y luminosa lámpara, apenas les proporcionó un insignificante y rústico mechero para que se alumbren en el largo itinerario de sus destinos. Esa educación en la que creyeron que les iba servir para que se den a luz a fin de que cada cual aprendiera a agilizarse la mente y desarrollarse el pensamiento, lo único que ha hecho es uniformarlos, adocenarlos, masificarlos, cosificarlos, y por último, aplastarles la poca y natural inteligencia con la que se pusieron a disposición de los supuestos educadores; de esos que nunca entendieron ni entenderán lo que significa educar, y de aquellos que no sirven mas que para seguir todas las pautas de moda que vienen de los supuestos entendidos en pedagogía, pero que ignoran con minuciosa rigurosidad la dimensión de la verdadera educación.
 
            Por eso, tanto la docencia como el periodismo siguen siendo cotidianas actividades del bajo Perú, y quienes ejercen de educadores y de periodistas, continúan transitando por la imperecedera ruta de la medianía. De manera que, no es difícil deducir que de una deficiente formación escolar y de un exiguo ejercicio mental desarrollado en la escuela, puedan resultar excelentes educadores y extraordinarios periodistas. Y aun cuando vayan a la escuela de pedagogía o periodismo, y aun cuando ingresen a las facultades de educación y periodismo, no les servirá de mucho, porque las instituciones superiores no educan, sino, instruyen, adiestran, amaestran, y los que allí enseñan o intentan a enseñar -salvo honrosas excepciones-, no son los pocos modelos ni los escasos paradigmas dignos de admirar, sino, los mismos que con deficiente formación, y sin tener ninguna noción de su propia educación, egresaron de esa masificadora educación básica.
 
            Entonces, que nadie se sorprenda ni se admire cuando los profesores pontifican sobre lo que ignoran, ni cuando los periodistas balbuceen a la hora de informar, preguntar u opinar, o cuando al escribir violentan las normas de la sintaxis, porque nadie puede dar lo que no tiene y nadie puede ofrecer lo que no posee. Pero, tampoco existen educandos con ansiosas ganas de aprender ni lectores o usuarios agudos y exigentes. De lo contrario no tendrían grandes éxitos de venta los nauseabundos pasquines, mucho menos tendrían audiencia los grotescos y groseros programas de radio y televisión.
 
            Para esta patética realidad que emerge como parte del subdesarrollo, no existe ninguna solución milagrosa ni salvación mágica, que no sea a través de la luz de la educación. Es el único camino seguro a tomar y la única ruta segura a emprender hacia el destino correcto.
 
            Desde luego, es imperativo entender que la educación es la base de toda noble actividad humana. Ella es el supremo valor de todos los valores, es la madre que ejercita en todas las virtudes, y es la única que enseña con rigor a asumir irrenunciables principios. Porque esa educación de verdad que enseña a no mentir para no dañar a otro, no es un disparo al aire, sino, un grabado en las paredes de la conciencia. Esa educación que enseña a  no contaminarse el alma con calumnia, la difamación, el insulto y la morbosidad, no es una vulgar cháchara de callejón, sino, es la conversación directa con la conciencia. Esa educación que desde su naturaleza metafísica enseña las leyes de la metafísica como aquella de que toda acción genera una consecuencia y que toda causa produce un efecto, no son simples discursos de la plazuela, sino, son imperativas normas que ella escribe en las páginas de la conciencia.
 
            De modo que, quienes para ejercer el periodismo no han bebido de las cristalinas aguas de la educación, no sólo carecen de sueños, ideales y principios, sino que además, no tienen ni la más remota idea de construir el país, y creen que la actividad que realizan está exenta de compromiso con la especie humana. Quizá sea por eso que sus trabajos nos resultan deprimentes, tal vez sea por eso que sus notas nos resultan ilegibles, de repente por eso sus comentarios son oscuras galimatías. Pero entendámoslo de una vez por todas, que el periodismo no es ajeno a la influencia de la educación que se imparte en las escuelas de hoy, es producto de esa mediana educación que jamás generó rigor en las mentes y que nunca enseñó a pensar sistemáticamente.
                                   
            Así que, aunque en el oído nos tengan que farfullarnos de la libertad de expresión, comprendamos que no son plenamente conscientes para ejercer esa libertad, ni saben de que al encuentro con ella sólo se logra subiendo por la escalera de la responsabilidad, tampoco entienden de que a la dimensión de la belleza sólo se puede acariciar escalando todos los peldaños de los valores y las virtudes.
 
            Pero qué lejos estamos de esa educación que pudiera formar seres excelentes para acariciar la belleza de la libertad, y cuán distantes estamos de ese periodismo que debía ser la artillería del pensamiento como dijo Bolívar a inicios de la república.
 
            Al final nuestra educación es una lámpara apagada y nuestro periodismo un invidente procaz y navajero. La fuerza transformadora de la educación duerme en la olvidada agenda de los que nunca fueron educados, y el periodismo carente de nobles ideales, navega en el mar de rojos placeres, pardas frivolidades y negros intereses, sin advertir que si tan sólo él (periodismo) no mintiera ni encubriera nada ni a nadie, este país sería admirablemente distinto.

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2-5-2012