La mano del fuego, de Alberto Ruy Sánchez
“Mi casa se estaba quemando y sólo podía salvar una cosa. Decidí salvar el fuego. No tengo dónde vivir pero el fuego vive en mí. Y me defiende discretamente de todo lo impuro. Mi futuro ya no es importante. Sólo cuenta la intensidad del instante”.
Con estas palabras de Jean Cocteau comienza el último libro de la tetralogía de Alberto Ruy Sánchez sobre el deseo: “La mano del fuego”, Anagrama, 2008. Un eje: “Nueve veces el asombro”, y cuatro puntos cardinales: “Los nombres del aire”, “En los labios del agua”, “Los jardines secretos de Mogador” señalan las singladuras de esa búsqueda poética del erotismo.
Me inicié en la obra de este autor mexicano con “Los jardines secretos de Mogador”, mientras yo vivía en otra ciudad mágica de Marruecos, Asilah. Allí preparaba mi libro “El sereno de Asilah” y quedé fascinado por la prosa algo preciosista de este autor obsesionado con descifrar el deseo, conocer a fondo el corazón del fuego.
Como él mismo confiesa, no se trata de novelas, sino de lo que en el mundo árabe se llama una Jamsa, un relato amuleto que se dispara en cinco direcciones simbólicas como los cinco dedos de la mano de Fátima, la hija del Profeta. Tiene un cierto argumento, el amor de la hermosa Jassiba que cuida sus jardines secretos, mima sus plantas, entona el canto de las fuentes y va al mercado a vigilar la venta de sus flores. Y de su amado Zaydún, un contador de historias en la Plaza del Caracol, corazón cambiante de la ciudad de Mogador, hoy Essauira. Zaydún siente que lo habitan varios cuerpos e historias y todos piden salir. Trata de escribirlos para contarlos o de darles un cierto orden pero descubre que la vida, en realidad, tiene la lógica de los sueños.
“Que contar las cosas de manera realista como en las novelas y relatos es una convención más, una salida que se han dado algunos para no aceptar el delirio que es la vida, el inmenso reto que es tratar de comprender. Es no aceptar que nos unen y nos separan, nos detienen y nos mueven poderosos malentendidos. Que nada es lo que parece, y además va cambiando. Que la última realidad es el deseo, sus ilusiones, sus búsquedas. Que los cuerpos enamorados son dunas y sus historias las cuenta el viento mientras las mueve”.
La hermosa Jassiba encarga al alfarero Tarik una cerámica, una forma inútil, frágil y tal vez bella. No se trata de una urna para sus cenizas y las de Zaydún sino de una obra de belleza inútil hecha de sus cenizas. Aclara a Tarik que no se preocupe por quien morirá antes, pues no se trata de un suicidio compartido: “Harás primero una vasija de prueba, un boceto que nos mostrarás para que lo aprobemos. Luego la volverás a hacer con cenizas de quien muera primero. Y después lo romperás, lo molerás y volverás a hacer otro con las cenizas reunidas de los dos”
Tarik se pone a buscar el boceto tridimensional con la esperanza, o la certeza de que sus manos, repletas de memoria involuntaria, de movimientos ancestrales y siempre nuevos, harán brotar la pieza perfecta para ofrecer a Zaydún y a Jassiba. El fuego, al final, será el artesano mayor de su obra.
“Lo posible nos desborda en el oficio y en la vida. Ser un maestro (maalem, en árabe) del oficio no es dominarlo todo sino saber que se navega en flujos de la materia, que se remontan corrientes y se descienden… En nuestra casa o en el mercado, cuando tocamos una pieza de cerámica tocamos las manos de quien la hizo. Tocamos una parte de sus sueños”.
“Esta suma de lo que soy y de lo que no quiero ser es como mi huella que se lleva el viento. Mi palma en la arena, mi oasis frágil, mi voz convertida en un soplo que se mete en los personajes que describo, comenzando por mí, por mis sueños. Una invención como cualquier otra”.
Un libro adecuado para este tiempo de holganza y de vagar bastante. Un libro antiaventuras amorosas en forma de mano, de amuleto, de búsqueda disparatada del erotismo, nuestra piel más auténtica ahogada por los eunucos castradores que no pueden alcanzar el goce del placer en el éxtasis de la vida. Afirmación de la sensualidad y de la duda. Afirmación, como sugería Cocteau, de que sólo cuenta la intensidad del instante”
Depois, mais nada.