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Por Carlos Ferrero

 
El crecimiento económico, la migración del campo, el mercantilismo desatado, la improvisación, pero sobre todo la incultura, están destruyendo nuestras ciudades.

Se planifica el desarrollo urbano pero solo en teoría, porque cuando algo se programa, después no se cumple o se cambia. Cada uno hace lo que le da la gana.
 
Por todos lados aparecen edificaciones que son como callejones hacia arriba, unos frente a otros, huérfanos de parques, sin ninguna consideración por el espacio público.
 
Nuestras calles y barrios desaparecen reemplazados por modernizaciones de alcaldes ávidos de renta y escasos de cerebro, que confunden masa con estética y pompa con majestuosidad.
 
El premio se lo llevan los flamantes centros comerciales (“malls”), muchos        ¡cómo no!, de empresas chilenas, que resaltan como cajones o contenedores gigantes que quiebran ostentosamente la necesaria continuidad de una estructura citadina.  Estos “malls”, si bien secuestran ordenadamente a sus clientes, los segregan del resto, con lo cual se mella, quizás imperceptiblemente, la vivencia fundamental de una urbe compartida.
 
Toda Lima esta siendo trozada en pedacitos cada vez menos conectados entre sí, a lo que contribuyen por supuesto los condominios que se defienden de la inseguridad y los complejos habitacionales que parecen construidos para extraterrestres.
 
A muchos promotores del “progreso” es inútil hacerles entender que el derecho al sol, al aire y al gozo visual, es parte de algo común que no debe ser privatizado, precisamente para que todos puedan compartirlo. Ahora es como si cada sitio o lugar, cualquiera que sea, obligadamente debe tener un dueño, porque si no lo tiene, hay el “peligro”  de que no sea de nadie, es decir, de todos.
 
No se puede seguir permitiendo a cada alcalde definir según su personal parecer, cómo quiere “mejorar” la ciudad. Los destrozos que algunas autoridades del interior del país están haciendo con dinero del canon, son imperdonables. Plazas preciosas de antiguos pueblitos de la Sierra están siendo “remodeladas” como si les pasaran una aplanadora de modernidad mal entendida. Y estamos en una nación en la que pre-incas, incas y virreinato nos han dejado huella indeleble de lo bien que supieron programar sus centros urbanos.
 
En otros países, cuyas ciudades fueron destruidas por los bombardeos de la guerra, la reconstrucción ha respetado el diseño original hasta con los mismos árboles. Ojalá los peruanos del futuro, más inteligentes, resuelvan demoler las salvajadas de hoy, y borrar las ciudades-mercado para dar paso paso a un urbanismo con sentido humano.
 
Publicado en Hildebrandt en sus trece N.º 37 pag 2, Enero 7 del 2011.