Herbert Mujica Rojas

 

Una definición simple advierte:

“Son actos sistemáticos que se realizan de acuerdo a un plan o política preconcebida, lo que permite la realización repetida de dichos actos inhumanos. Son cometidos por las autoridades de un Estado o por particulares que actúan con respaldo de dichas autoridades, con su tolerancia o complicidad.”

 

guardias agrediendo

Haber mantenido, tras la colonia y los albores independentistas, hasta muy avanzados los tiempos, a millones de peruanos discriminados por su color de piel, idioma, forma de vestir o apellido o credo, postergados, siempre en lo más bajo del escalafón social, es un crimen de Estado.

Vía los gobiernos, siendo el mismo Estado discriminador en manos de cogollos que no sentían ninguna vinculación con hombres o mujeres de abajo, y haberlo hecho a favor de oligarquías profundamente egoístas, es un crimen de Estado.

Sostiene, no sin razón y muy subrayado, Carlos Contreras en Historia Económica del Perú, p. 252:

“La corrupción en el uso del dinero público ha sido históricamente, no obstante, una de las fuentes frecuentes de la fortuna de las élites fundadoras de la modernización económica. De ahí que el derrocado presidente José Rufino Echenique escribiese en su “Vindicación”, publicada en su destierro en Nueva York, que el propósito del programa de arreglo de la deuda interna había sido, precisamente, transferir la riqueza acumulada por el Estado a los empresarios privados, a fin de volver a poner en movimiento los engranajes de la economía”. Esto es un crimen de Estado que se robaba ¡al mismo Estado!

Las pandillas, taifas, patotas de langostas humanas, se sucedieron en el asalto a los diferentes gobiernos con un Estado injusto, dilapidador, ladrón y que escondió tras promociones de burócratas a coimeros expertos, capaces de birlar los dineros públicos y colocarlos en cuentas bancarias extranjeras sin nombre, sólo con número, y a salvo de investigaciones serias. Esto es un crimen de Estado.

La permanente vocación minera de extraer piedras y exportarlas sin valor agregado, generando fortunas inmensas para las empresas, petrificando un sistema primario, elemental y con escasa instrucción de los trabajadores, es un crimen de Estado.

La perpetuación y filtro del acceso a la educación a clanes microscópicos, engreídos, perfilados por la epidermis y las billeteras con claro desprecio de quien tenía menos grados de blancura u origen, consagró una elusión feroz y causante de desigualdades. Esto es un crimen de Estado.

El dique abierto a todos los abusos y crímenes, en nombre de una inexistente superioridad social o de clan con la reivindicación de títulos nobiliarios o pasados de ese jaez, llamando decentes a unos y chusma al resto, es un crimen de Estado.

Y en tiempos presentes, callar lo picante, comprometedor y revelador de robos de cuellos blancos, jueces delincuentes, burócratas con diplomas fabricados por ellos mismos, ignorar lo que no conviene que se sepa, en las obras nacionales, hasta que se caiga un avión con su trágica secuela de fallecimientos o renuncia a la soberanía nacional, es un crimen de Estado.

Un crimen de Estado es permitir que las gavillas de sicarios, raptores, criminales, se paseen por todo el Perú arreglando a balazo limpio sus cuitas o cumpliendo el encargo que mafiosos les comisionan para con personas “conflictivas”.

Dejar que la tala indiscriminada, la minería ilegal y contaminadora, haga añicos recursos no renovables y que dañan el medio ambiente, es un crimen de Estado.

Permitir, porque el Estado peruano no hace nada e invierte cada vez menos en Educación y mucho menos en la creación de fuentes de trabajo que debería impulsar con las grandes empresas del mundo, en joint ventures, sociedades y emprendimientos por todo lo alto, es un crimen de Estado.

El desafortunado compendio de taras y vicios en que se resume la vida peruana podría llenar el contenido de 20 ó más volúmenes, lo que no debería alegrarnos, sino acicatear los espíritus a pelear más y mejor, también es una constatación que es un crimen de Estado.

Permitir que políticos inmorales, rufianes sin atenuantes, malos empleados del Estado y termitas que roban al Perú, también es un crimen de Estado que merece castigarse con punición vitalicia para contratar con el país.

Estos moldes se repiten desde hace 203 años, son elementos negativos que socavan la construcción de cualquier patria. La única condición es la procura de un Perú libre, justo, culto y digno.

Un idiotita cacarea que el suicidio cobarde de un ex mandatario constituyó la centralidad aviesa de “un crimen de Estado”. ¡Bah! Huir de la justicia, no es valentía, es pusilanimidad.

02.05.2024

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Señal de Alerta

 

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