Herbert Mujica Rojas

Con muy reprobable olvido, la sociedad peruana pasa por alto las fechas, 13 (San Juan) y 15 (Miraflores) de enero de 1881, cuando la juventud, los artesanos, universitarios, soldados y pueblo en general, salió a pelear contra el invasor chileno que a la postre tomó la capital.

 

san juan miraflores 1881



La guerra del salitre, 1879-1883, que Chile planteó al Perú constituye una de esas heridas que marcó a sangre y fuego el devenir nacional y construyó malamente taras y complejos que aún persisten sin haberse superado esas consecuencias.

¡Precisamente, uno de esos lamentables saldos lo constituye la ignorancia cuasi absoluta del ciudadano peruano de qué ocurrió entonces!

En San Juan y Miraflores, en aquellas fechas de 1881, Lima combatió al invasor chileno en una guerra de rapiña cuyo resultado se supo desde el comienzo. La improvisación, el amiguismo, el latrocinio, el divorcio entre la capital centralista y el resto del país, amén de una cáfila de líderes profundamenta venales, hizo el resto.

La disimulada, por historiadores a granel, torpeza criminal de Nicolás de Piérola, su elefantiásico ego, su miopía insólita, hicieron de la conducción del país, un lampo negro de siniestros contornos. Lima fue arrasada, acribillados sus hijos, invadidos sus predios, enajenado el gobierno.

Las fragilidades se pagaron muy caro y hasta 1879 hubo una historia patria y a partir de aquel año, otra. Desnudóse la precariedad infame y lo tenue del tejido social y luego de aquellos trágicos sucesos, pandillas de historiadores dedicaron su tiempo a cubrir la traición de sus parientes, los entreguismos enfermizos y las peores taras asolaron al Perú hasta hoy, hechos de los que no hemos podido sacudirnos de manera integral, radical, profunda.

Los mártires y heroes genuinos del pueblo, trabajadores, campesinos, rabonas, soldados desconocidos, casi nunca son recordados, en cambio se endiosan apellidos “notables” y se ejercita la contaduría de historias acordadas entre bambalinas pudientes y acérrimas aficionadas a saquear las intensas riquezas de que sigue gozando el país.

Para los de abajo, como diría Mariano Azuela en su inolvidable novela sobre la Revolución Mexicana, para quienes hicieron de una patria chúcara que casi nunca los reconoce como suyos, el homenaje más intenso y más respetuoso por su sacrificio en San Juan, Chorrillos, Barranco y Miraflores, y en todo el Perú.

Hombres y mujeres de todas las sangres del país llegaron a pelear en Lima.

Ironía amarga: la capital que siempre ignoró a los provincianos, recibía ayuda de aquellos en batallas que siempre tuvieron un pronóstico muy claro. Chile poseía armas, soldados, barcos, municiones, disciplina y adiestramiento y se había preparado para arrasar al Perú. Aquí todo fue un desastre.

En Nuestros legisladores, Horas de Lucha, 1906, Manuel González Prada escribió:

“La vergüenza del Perú no está en haber sido arrollado y mutilado por Chile (¿qué pueblo no ha sufrido mutilaciones ni derrotas?); el oprobio y la ignominia vienen de seguir soportando el yugo de tanto orador sin oratoria, de tanto moralizador sin moral, de tanto sabio sin sabiduría. Sí, ustedes son la carcoma y el deshonor del Perú, oh barberos y sacamuelas de la Sociología, oh Purgones y Sangredos de la política, oh charlatanes y confeccionadores de miríficas drogas para sanar y prevenir todas las enfermedades del cuerpo social.”

Y la vigencia del látigo que fue el verbo escrito de don Manuel, parece revivir en los sucesos que Perú ha debido padecer estos últimos 20 días: 49 muertos a balazos, la existencia de una derecha conservadora, bruta e impenetrable, legisladores odiados por todos pero que hacen oídos sordos, civiles embrutecidos que echan la culpa de todo al “senderismo, violentismo, comunismo” y demás adefesios.

Cierto que hay una diferencia elemental: los invasores venían de otro país y estábamos en guerra.

Aquí una guerra no declarada pero igual en su letalidad enfermiza hirió y mató a hijos del pueblo y no hay pizca de equilibrio en el discurso oficial que pretende zafarse de tamaña responsabilidad ante el pueblo y ante la historia, madre y maestra.

Pueblo que olvida su pasado, repite sus errores.

Si otros no encienden el homenaje espiritual a esos héroes, en Diario Uno sí practicamos el deber cívico de labrar un recuerdo fraternal por los que lucharon por la Patria.

Fue, la guerra de rapiña que Chile emprendió contra Perú en 1879 y hasta 1883-84, un suceso que aún no ha sido analizado genuinamente. Y tampoco, por cierto, superado.

 

Señal de Alerta-Diario Uno

 

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