logo sodalicioPedro Salinas, siempre grato

En esta Lima en constante luto, ciudad de silencios y mentiras piadosas, el periodista y escritor Pedro Salinas Chacaltana no está dispuesto, desde hace varios años, a seguir callando. Ya lo hizo durante su adolescencia, cuando era miembro del Sodalicio (institución de la Iglesia Católica conformada por laicos y sacerdotes), y no está dispuesto a hacerlo más. En la actualidad prepara un libro acerca de esta institución católica que dará que hablar.

—Escribiste “Mateo Diez”, un libro respecto al Sodalicio, y dijiste que lo elaboraste a modo de catarsis, ya que fuiste sodálite por más de dos años.
En el año 2000, escribí “Mateo Diez”, novela con la que llevé a la ficción mi tránsito por esa agrupación religiosa llamada Sodalicio. Efectivamente, cuando la escribí fue una suerte de catarsis, de exorcismo. Una vez que se publicó, yo di el capítulo por cerrado. Hasta que hace un par de años me buscó una persona para decirme que había sido una víctima sexual de Germán Doig, vicario del Sodalicio y segundo al mando, después de Luis Fernando Figari, que era en ese momento fundador y superior. Curiosamente, Figari renunció muy poco antes de que se destapara lo de Doig por diario16 y la revista Caretas.  Entonces el tema llamó mi atención nuevamente, me puse a investigar sobre el asunto.

—¿Cómo te conviertes en sodálite?
Cuando estudiaba en el colegio San Agustín y estaban a punto de botarme por problemas de conducta, entró a mi colegio el Sodalicio a hacerse cargo de la oficina de Orientación del Bienestar Estudiantil. Ingresaron dos personas jóvenes en aquel entonces, que eran el hoy sacerdote Jaime Baertl y Luis Cappelletti, ambos a cargo de organizar retiros para los que recibirían el sacramento de la confirmación. Ellos contactaron conmigo, me hicieron ir al retiro y establecimos un vínculo.

—¿Qué tipo de jóvenes capta el Sodalicio?
Por ejemplo, yo era inquieto. El Sodalicio, en esa época, se enfocaba en distintos tipos de personas. Algunos eran chiquillos más o menos inteligentes, que andaban bien en notas, de buena familia y con plata. Otros, como yo, no estábamos en ese grupo. Yo era líder, rebelde, de familia disfuncional. Ellos se acercaron, me hablaron de mi potencial, me dijeron: “Vamos a cambiar el mundo”. Sentí que podía tocar el cielo con la punta de un dedo.

—¿En qué momento te das cuenta de que el cielo estaba demasiado lejos en aquel lugar?
Cuando estoy viviendo en una comunidad y descubro que este sistema represivo, autoritario y vertical hace que tu libertad se reprima y tu voluntad se anule. Todos tienen que pensar y vestirse de la misma forma, hay un pensamiento único.

—¿Ese sistema represivo incluía maltrato físico?
Sí. En los años ochenta formé parte de las primeras comunidades de formación que se abrieron en San Bartolo, creadas para formar futuras generaciones de sodálites. Estando yo en la primera hornada, se experimentó bastante con nosotros a través de órdenes absurdas, es decir, te mandaban a hacer cosas insólitas. Por ejemplo, una madrugada, el superior me levantó a las tres de la mañana para que nade hasta los botes –que estaban a 50 metros– con un lapicero y un papel que no se podían mojar. Debía subir al bote y escribir lo primero que se me ocurra, regresar y dejar el papelito sobre el escritorio.

—¿Tenías opción?
No cabía la posibilidad de desobedecer. Además de la violencia física, había un maltrato psicológico sistemático. Sufríamos humillaciones públicas, por ejemplo, si se te caía la sal o algún insumo, te mandaban a comer debajo de la mesa. Eso era cosa de todos los días.

—¿Te comunicabas con tus padres?
Ellos estaban separados. Como yo era un chiquillo problemático que fumaba tronchos, se tiraba la pera para no ir al colegio, sacaba malas notas en conducta, le había pegado a alguien y tenía matrícula condicional, mi mamá estaba feliz porque veía un cambio en mi conducta. Durante mi permanencia en el Sodalicio rompí el vínculo con mi padre, pues llegaron al punto de esconder las cartas que él me mandaba desde Venezuela, país en el que residía, algo de lo que yo me enteré después de mucho tiempo, cuando mi padre me preguntó: “¿Por qué nunca me respondiste las cartas que te enviaba?”.


EN CAMBIO JULIACA…

—Aparte de ser persona no grata en Juliaca, eres persona no grata en Perú 21…
 En Perú21, en El Comercio, en el Sodalicio, en varios sitios. Pero formalmente en Juliaca.


—¿Cómo fue?
Inició como una crónica de viaje sobre Lampa, que es un pueblo maravilloso de Puno, con historias alucinantes, que linda con esta cosa mágica y surrealista latinoamericana. Esa crónica de viaje termina con una línea en plan Andrés Calamaro: “En cambio Juliaca, una caca”. Se armó un estallido social, no exagero, querían demandarme por 50 millones de dólares.

—Te inicias como periodista en El Comercio, ¿era la primera vez que estabas en un medio de comunicación?
En Arequipa tuve un par de pasos fugaces por la prensa escrita y la radio. Tenía un programita de radio y una columna en el diario El Pueblo. En ese entonces tenía poco más de 21 años. Fue el monseñor Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio, todo un personaje en Arequipa, quien me preguntó si me interesaba tener una columna, y yo acepté. Luego me metió a radio San Martín, vinculada al arzobispado de la ciudad. Ahí comencé a hacer entrevistas, pero como un juego, como parte de esta lógica proselitista que tiene el Sodalicio.

—Quién iba a decirlo, tu carrera periodística empezó gracias al Sodalicio.
Indirectamente. Nunca lo había visto de esa manera (risas).

EL DATO.
A inicios de 2011, este diario reveló la cancelación del proceso de beatificación a Germán Doig, miembro importante del Sodalicio, debido a tres acusaciones de violación contra él.

Milagros Olivera
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Diario 16, 01.02.2013

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