La Navidad como derrota

arbol_navidad_regalos.jpg Por Carlos Ferrero

Papa Noel es el nuevo rey y el Niño Dios solo aparece como accidente. Hay muchos arbolitos con luces y pocos nacimientos con pesebre. Pavo y panetón son un imperativo social, pero solo una minoría cumple los sacramentos que ordena la liturgia. Mientras, la gente de los estratos socioeconómicos A, B y C corretea alocadamente de tienda en tienda en busca de algún  regalito para sus familiares o amigos. Hasta se compra cosas con dinero que no se tiene, asumiendo deudas que después uno se agobia en pagar.


Tal navidad entonces no tiene ya nada que ver con la conmemoración del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. La celebración de estos tiempos se parece más bien a los ritos salvajes y paganos de la antigüedad: solo faltan los sacrificios humanos.

El origen inmediato de tal perversión está en la desesperación de los comerciantes por vender y la complicidad de una
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publicidad que promueve el consumo desorbitado, acomplejando a la gente con el mensaje subliminal de que no regalar o no recibir es un estigma de inferioridad. Presión social que afecta especialmente a los niños pobres D y E que anhelan juguetes que nunca alcanzarán, lo que genera un proceso de frustración y resentimiento que, sumado a otros factores, podrá explotar más tarde en actos de violencia.

El problema de fondo es ideológico. Se apagó la fe de que Jesús nació precisamente para redimirnos del mal, darnos ejemplo de vida por valores del espíritu y que inclusive, para mejor seguirlo, había que abandonar la posesión de bienes materiales. La corrupción del nuevo significado de la navidad se hace evidente cuando comprobamos que, no obstante las apariencias de jolgorio, muchísimas más son las personas que sufren por lo que no pueden dar ni recibir, que aquellas contentas con lo que regalan o reciben.

Entonces, ahora, la Navidad es una terrible derrota del catolicismo. Pues somos nosotros los que hemos aceptado someternos a esta dictadura del consumo, de la cual casi nadie puede rebelarse so pena de ser expulsado de su entorno. Así es como nos ponemos de rodillas ante el nuevo altar del dios material, sin percibir que cuanto más llenos de cosas estemos, más vacía se queda el alma. Por eso pensamos que la Navidad de “paz y amor” ya caducó.

Publicado en Hildebrandt en sus trece  N.º 32 Pág. 18, Nov 26, 2010

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