selva arbol altoCésar Levano

Ayer se difundió la noticia del asesinato de cuatro dirigentes asháninkas que viajaban hacia Brasil, para reunirse con una comunidad de ese país a fin de coordinar acciones contra traficantes de madera y de droga que actúan en esa zona del Ucayali, sin que el Estado exista para ellos. Me golpeó en particular la muerte de Edwin Chota, apu de su comunidad que se enfrentaba desde hace años, sin apoyo de nadie, contra los delincuentes que contrabandean maderas y droga, con apoyo de las autoridades.

 Esto último está documentado en un gran reportaje del estadounidense Scott Wallace publicado en la edición en inglés de National Geographic, abril del 2013, y que antes he comentado. El hondo y audaz cronista señaló allí cómo la mafia maderera está exterminando la caoba, la madera de lujo a la que llaman “el oro rojo” y otras especies críticas para la salud de la selva húmeda.

Wallace reveló que los mafiosos cuentan con la complicidad de funcionarios de Pucallpa y recurren al abuso y al asesinato de selvícolas. Su encuentro con el gran defensor de la selva Edwin Chota es memorable y adquiere fuerza trágica a la luz y la sombra de la muerte de este.

El periodista grabó esta frase de Chota: “Bienvenido a la tierra sin ley. Desde aquí hasta el puesto de inspección no existe ninguna ley. La única ley es la ley del fusil”.

El minucioso recorrido en esa área del Ucayali condujo a revelaciones acusatorias. “El epidémico derribamiento de árboles”, escribe el autor, “llevó a legisladores de los Estados Unidos en el 2007 a requerir una serie de reformas como condición para aprobar un tratado de libre comercio con el Perú. El acuerdo obligaba al Perú, entre otras cosas, a aplicar un plan de acción sobre la caoba de grandes hojas que concordara con el Convenio Sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de la Fauna y la Flora. Funcionarios de Lima dijeron que están experimentando otras medidas, incluyendo un sistema electrónico de monitoreo, que ayudará a modernizar la industria maderera del Perú”.

El asesinato de Chota y sus compañeros demuestra que los gobernantes del Perú no hicieron nada para cambiar el imperio de maleantes en esa zona que solo los comuneros conocen, aman y defienden.

Wallace cuenta que un informante local le dijo que un talador llamado Rubén Campos estaba empleando una senda ilegal para transportar troncos de caoba. Precisa que sus esfuerzos para recibir comentarios de Campos resultaron infructuosos.

¿Se habrían preocupado las autoridades peruanas de esa denuncia?

La muerte de Chota indica que no.

Vaya nuestro homenaje a él y sus hermanos que, defendiendo sus tierras, sus árboles, sus ríos, defienden al Perú, al tesoro verde de la humanidad.

Diario Uno, 11.09.2014