logo sodalicioPedro Salinas

Lo que son las cosas. En febrero del 2014, en su esquina de papel, el afamado actor peruano Jason Day escribió una crónica sobre un incidente extraño y engorroso ocurrido durante los preparativos para su primera comunión en el colegio Markham.


En ella narraba el efusivo trato de un sacerdote del Sodalicio hacia él cuando ambos estaban a solas en la sacristía de la parroquia de Camacho. Day describe un momento de tensión, raro, de posible peligro. “Me tomó de la mano una vez más y comenzó a jugar con mis dedos mientras me hacía preguntas sobre mi familia, mis hermanos (…) Conseguí librarme, no quería estar ahí. Lo siguiente era meterle una patada en los huevos y correr. Pero me dejó salir, con calma, esa calma del que tiene todo bajo control, del que ya recorrió ese camino varias veces y lo volverá a recorrer”.

El caso es que por evocar ese recuerdo vívido e imborrable, Day suscitó que varios miembros de dicha organización católica lo agredieran al unísono y a punta de navajazos, crudamente y con alevosía. “Actor de medio pelo”. “Falto de cerebro”. “Ese sacerdote no existe; la historia es inventada”. Y más, berreó el sodálite Alejandro Bermúdez, director de ACI Prensa. “Nunca se acercó a nosotros para sentar su denuncia”. “Tendrá que atenerse a las cosas que vengan”. Y más, amenazó el sodálite Erwin Scheuch. “Denuncias falsas”. “Mentiras abiertas”. Y más, pergeñó Rossana Echeandía, otra representante de la familia sodálite.

“La supuesta ‘gravedad de lo relatado’ es algo que el Sr. Day tiene la obligación legal y moral de sustentar, proporcionando los elementos que garanticen suficientemente la veracidad de lo que narra e insinúa. De lo contrario, su testimonio constituiría una conducta difamatoria”. Y más, esgrimió un retador comunicado del Sodalicio. El más largo y enrevesado en su larga historia de escándalos mediáticos, todo hay que decirlo.

Y ya adivinarán. El sacerdote existía. Y tenía nombre. Luis Ferroggiaro Dentone. Este apareció luego de casi tres semanas de que el Sodalicio no dejó de echarle barro con ventilador al actor. “No es infrecuente que, en la práctica pastoral, los sacerdotes busquen ser amables y crear empatía con los chicos (…) Durante mis años de sacerdote no recuerdo ningún momento en que alguien se haya podido sentir amenazado por mi manera de proceder”, comentó en su defensa el cura sodálite en una supuesta “entrevista” a un medio afín. Y nunca más se supo de él.
Y qué creen. Resulta que luego de la gritería y polvareda levantada por el propio Sodalicio, otros se animaron a hacer lo que hizo Jason Day. Y presentaron su demanda formal ante el Tribunal Eclesiástico de Lima (y está por confirmarse si existen más denuncias presentadas en Arequipa).

Una que llegó a mis manos es redactada por un ex militante del movimiento, quien cuando tenía once años padeció situaciones embarazosas gatilladas por el mencionado clérigo en la comunidad sodálite del Callao, de la cual Ferroggiaro fue superior. “(Ferroggiaro) sostuvo hacia mi persona, en diversas oportunidades, una conducta inadecuada acompañada de tocamientos que no correspondían de ninguna manera a una conducta moralmente normal”, borrajea en su queja ante la instancia eclesiástica.

Más adelante relata con detalle cómo acompañaba en el auto a los diferentes miembros de esa comunidad para participar en actividades organizadas por el Sodalicio. Pero hace notar una excepción: “Siendo copiloto (de Luis Ferroggiaro) se dieron una serie de tocamientos (…) Los espacios entre copiloto y conductor siempre estuvieron definidos, pero al parecer para él no. Ya que era común que extendiese su mano derecha a mi muslo izquierdo, e inicialmente a través de una palmadita empezase a sobar (…) mi pierna para luego dejar de mover su mano y dejarla reposar sobre mi muslo izquierdo (…) Estos acontecimientos eran constantes y cada vez más incómodos, a tal punto que luego (…) me invitaba a su habitación para (mostrarme) cómo vivía el superior”.

“Hago público estos acontecimientos (debido a que hoy) soy padre y tengo hijos a los cuales no tocaría de la forma en que lo hizo este señor”, remata la manifestación fechada el 2014. Y exhorta a la iglesia católica para que tome acciones que eviten este tipo de comportamientos inexplicables y chocantes.

En fin. Como ven, la escabrosa historia del Sodalicio no termina en el caso Figari, pues siguen apareciendo más personas señalando a otros sodálites, que, ojo, han estado vinculados de una u otra forma al fundador. Y que conste que este último dato no es moco de pavo.
Porque no estamos hablando de todos, que quede claro. Empero, no cabe duda que existe cierto entorno contaminado por prácticas que tienen su punto de inicio en el abuso de poder y de la confianza, y derivan luego en maltratos psicológicos, violencia física, hasta el tópico más extremo que es el acoso sexual.

Y ello, si no se han dado cuenta todavía, tiene que ver con la arquitectura del Sodalicio, diseñada por el propio Figari, la misma que le ha permitido vivir una doble vida durante extensos cuarenta años, sin que nadie se dé cuenta. Y ya imaginarán por qué, supongo. Porque ha tenido eficientes y serviciales encubridores.

 


La República, 14.02.2016