Feminicidio e indefensión de mujeres pobres

Julio César Sal y Rosas,.. quien arrojó agua... hirviente a su pareja,... hacía mohínes burlones... ante el juez

Continuamente nos enteramos de agresiones graves a mujeres, muchas de ellas con muerte. Si bien es cierto que a largo plazo esto puede aliviarse con la educación, mientras tanto se multiplican las lesiones y muertes contra las mujeres.

Mencionamos dos casos recientes, ampliamente difundidos en todos los medios de comunicación. En el primer caso, una pareja joven, el hombre amenazaba continuamente con quemar la cara de la mujer si terminaba la relación o si se iba con otro. Llegó el momento en que, fiel a su palabra, el individuo arrojó agua hirviente al rostro de la mujer. Ya en un hospital, la víctima en forma reiterada declaró que no denunciaría al hombre porque “lo quería”. ¿Realmente “lo quería”? No, la verdad es mucho más sencilla: ella y su familia estaban con amenaza de muerte por el delincuente agresor. Solamente cuando ha ido una ministra y se han producido varias manifestaciones de solidaridad, la víctima ha aceptado denunciar a su marido. Por supuesto que la familia está muy preocupada por la denuncia, porque el agresor generalmente se venga, por mano propia o pagando a un sicario.

El segundo caso, que tiene otras aristas, es el de un proxeneta que apuñaló a una de las prostitutas a quien explota, porque se negó a seguir prostituyéndose. Como en el caso anterior, la mujer se negó a denunciar al varón. El juez consideró que “no había suficientes pruebas” y dejó en libertad al rufián. El 9 de agosto el diario limeño La Primera informó así:

Un hombre que estuvo a punto de asesinar a su pareja degollándola fue puesto en libertad por la Fiscalía de Turno del Cercado de Lima. Se trata de Omar Ismael Herna Torres (26), quien hace poco atacó a Elizabeth Evangelista Pajuelo (33) luego que esta se negara a darle el dinero de su labor. La mujer presenta heridas en el cuello y tórax, provocados por Nernan [sic] Torres, quien fue detenido por la Policía. La agraviada dijo que el hombre la obligaba a prostituirse.

¿Qué pasó acá, si ese alcahuete es un pobre diablo que “apenas” explota a dos o tres mujeres, y no es miembro de una gran red de prostitución? Lo que pasa es que hay una solidaridad de las grandes redes de prostitución, que ponen abogados y coimas para que salgan en libertad incluso los proxenetas pequeños, porque saben que si la justicia empieza a barrer con los más pequeños, la ola llegará a los más grandes. Además, los grandes proxenetas están convenientemente mimetizados con los lobbies de turismo, porque no hay turismo sin prostitución.

En los dos casos —el de la mujer con la cara quemada con agua hervida y la meretriz apuñalada— la justicia tiene una reacción muy lenta para defender a las víctimas. En primer lugar porque en esta sociedad machista se considera que el hombre “tiene derecho” —derecho reconocido— de disciplinar a las mujeres, lo cual muchas veces es peligroso porque a los hombres se les va la mano y matan cuando solo querían desfigurar o mutilar. Pero la justicia complaciente considera que el pobre hombre actuó sin poder controlar sus emociones y le impone condenas leves para que pueda salir a vengarse de la mujer o de la familia, vengarse como quiera (incluso con otro homicidio más); es otro “derecho reconocido”.

Otro aspecto importante es que, en la mayoría de los casos, el ministerio público se abstiene de intervenir si no hay muerte. Entonces vemos los casos de mujeres que no quieren denunciar al agresor, por dos razones: a) ellas y sus familias están con amenaza de muerte, que se cumple fácilmente; b) la pobreza en que viven y la falta de empleo las inhiben de privarse del dinero que da el hombre, que como es pobre, proporciona dinero para alimentar a la familia unos dos días a la semana (el resto lo cubre la mujer como puede, comprando en el mercado las verduras y carnes desechadas,  mandando a los niños a vender caramelos en calles y microbuses, etc.).

Sin solución
Este problema no tiene solución con la legislación actual del “modelo” que defienden los delincuentes de la política. Porque si los fiscales procedieran a denunciar de oficio (sin hacer caso a las mujeres que no quieren denunciar) tendríamos multitud de mujeres y niños viviendo en las calles cubriéndose con cartones, porque no tendrían cómo compensar la pérdida del escaso dinero que da el hombre a cambio de que le aguanten golpes, pateaduras y cuchilladas.

Pero ni Susana Villarán ni otras ministras que han pasado por el huachafo cargo de ministra de la Mujer y Desarrollo Social se han preocupado alguna vez de presentar propuestas legales para corregir estas evidentes aberraciones. Simplemente han vegetado en el puesto, que solo ha servido para satisfacer su figuretismo. ¿Será diferente con la ministra Aida García Naranjo?