Chile declara guerra de robo, terrorismo y asesinato al Perú, 5 de abril de 1879rateros_chilenos_lima

Hoy se cumple un aniversario más del día en que Chile declaró la guerra al Perú, que permitió al Caín de América apoderarse de Tarapacá y Arica, para lo cual desató una campaña que se prolongó cuatro años (1879-1883) llena de robos, asesinatos y terrorismo que ejecutaron los rateros chilenos en territorio peruano.

Peligro de guerra hoy

A la fecha, con la compra de tierras agrícolas en el Perú, Chile nos está ganado territorio y en cualquier momento esas ratas de Troya de la agricultura llamarán a la fuerza armada chilena y tendremos una nueva guerra si no los sacamos a tiempo.


Pese a los execrables actos perpetrados por los chilenos, ese pueblo no ha cambiado, lejos de pedir perdón, continúa con su apología de la rapiña y el crimen rindiendo homenajes a sus rateros y asesinos de peruanos y así, en pleno siglo XXI, habla de olvidar el pasado y proclama una “integración”, que no es otra cosa que la parasitación de los recursos peruanos, ayudados por políticos peruanos corruptos (ver Chile insiste en parasitar energía peruana con el cuento de la “integración”).

Factores políticos

La declaratoria de guerra al Perú no fue súbita, tuvo sus antecedentes, todos ellos aleccionadores. El origen y desarrollo de la guerra se explica por la voluntad chilena de usurpar territorios de Bolivia y el Perú, para lo cual resultó indispensable el hecho de que los países atacados, Perú y Bolivia, presentasen siempre, desde su inicio en la vida independiente, un panorama de países envueltos en caos, con luchas caudillistas1, revoluciones, contrarrevoluciones, dilapidación de las ganancias obtenidas por venta de riquezas naturales como el guano y el salitre, creciente deterioro de la actividad productiva, crisis económica, inestabilidad política, etc.

Mientras peruanos y bolivianos, ajenos al peligro de la ratería y agresión de Chile, vivían en ese torbellino de pasiones políticas y empobrecimiento del estado y de la población, los jefes políticos y militares chilenos llegaron a la acertada conclusión de que el cuadro no iba a cambiar y de que, por tanto, era conveniente atacar a los dos caóticos países para robarles territorio. Sin tomar las medidas defensivas apropiadas, sin adquirir armamento moderno, los políticos peruanos, para calmar la alarma de quienes sí veían el peligro con claridad, prepararon y firmaron en 1873 una alianza defensiva entre el Perú y Bolivia, la cual —por la fragilidad económica de ambos países, por su inestabilidad política y por su debilidad militar— era puramente simbólica, una fantasía de seguridad, como lo demostró la guerra de agresión delincuencial que inició Chile, Caín de América2.

El Perú como blanco. El ingreso de empresas a Bolivia para provocar la guerra

Para llevar adelante sus planes, los rateros basura chilenos tenían puesta la mirada, en primer lugar, en Bolivia (por el sur el Perú no tenía frontera con Chile sino con Bolivia). El litoral boliviano era la provincia de Antofagasta, en cuyo suelo abundaba el salitre, producto de gran demanda en Europa. Entonces los empresarios chilenos empezaron a meterse3 en la zona, que por la dificultad de comunicaciones con el La Paz, tenía un débil control por parte del estado boliviano.

La invasión chilena a Bolivia se produjo en 1879, pero la entrada de empresarios chilenos en el desguarnecido suelo boliviano se había producido de años atrás, eran la cabecera de playa que servía de pretexto para la agresión militar de los ladrones chilenos, quienes sabían también que el Perú pasaba por una situación muy similar a la de los bolivianos. Estaban informados, también, de que entre 1872 y 1874 el gobierno peruano se había negado a comprar barcos de guerra modernos, porque prevaleció la opinión de los políticos y militares prochilenos que afirmaban que las adquisiciones militares de Chile no constituían un peligro para el Perú que además —sostenían— ni siquiera tenía frontera con Chile.

Aspecto militar

Para los chilenos la cosa estaba clara: Bolivia no tenía en Antofagasta nada que pudiera denominarse propiamente ejército4, ni barcos; y el Perú estaba mal armado, con barcos antiguos, con artillería obsoleta, con un ejército que tenía fusiles antiguos y, para empeorar la situación, de distinto calibre5. Consecuentemente, los caínes de América previeron, con acierto, que la campaña de invasión iba a extenderse fácilmente de Bolivia al Perú.

En estas condiciones, cuando el 14 de febrero de 1879 se produce la invasión chilena del litoral boliviano, la reacción del Perú no es bélica sino diplomática. El Perú envía a Chile al diplomático José Antonio de Lavalle para mediar, para pedir que Chile se retire de territorio boliviano. La respuesta delincuencial chilena fue que el Perú debía permanecer neutral, cosa difícil por el tratado defensivo con Bolivia. Dada la premeditación de los delincuentes chilenos, dado el antiguo propósito de robar territorios a Bolivia y el Perú, Chile aprovechó la existencia del tratado de defensa entre el Perú y Bolivia, de manera que si se hacía a la guerra a un miembro de la alianza (Bolivia), debía hacerse la guerra también al otro (el Perú).


La consecuencia lógica de esta situación político-diplomática es que los asesinos y terroristas chilenos nos declararon la guerra el 5 de abril de 1879, estando completamente seguros de que, por las razones expuestas —debilidad estructural de Bolivia y el Perú, crisis económica, fragilidad militar, caos político permanente—, tenían la victoria asegurada. Esta guerra concitó la atención de militares del mundo entero, que tenían oportunidad de ver en acción al moderno armamento chileno (barcos, cañones, fusiles). Considerando la gran ventaja chilena en armamento, los observadores militares extranjeros esperaban que el Perú fuese arrollado por las ratas chilenas en un plazo no mayor de seis meses. Fue sorprendente que el Perú resistiera hasta 1883.

El 5 de abril es una fecha significativa en Chile, porque marca el inicio oficial de su despojo al Perú. Lo es también porque el corrupto ex presidente Alberto Fujimori, sirviente de Chile, dio su golpe de estado el 5 de abril de 1992. Con una guiñadita de ojo a sus patrones chilenos, el corrupto escogió esa fecha para señalar a los chilenos que les abriría de par en par las puertas para la inversión de las empresas chilenas en el Perú, mal que hasta ahora padecemos con la peligrosa y asquerosa presencia de empresas de Chile, país del terrorismo, rapiña y delincuencia internacional.
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1 No era raro en el Perú y Bolivia que llegaran momentos en que había dos o hasta tres presidentes de la República que alegaban tener el poder.

2 Chile no sólo ha dañado a Bolivia y al Perú; también ha robado territorio de Argentina y, para rematar, durante la guerra de Las Malvinas (1982) colaboró con los ingleses para asegurar la derrota de Argentina.

3 Igual están haciendo ahora con el Perú: con el consentimiento de los gobernantes peruanos, ciudadanos y empresas de Chile que son testaferros del estado chileno están comprando tierras agrícolas en el Perú para ganar territorialidad y alegar "derechos". Consentir que estas ratas de Troya chilenas continúen en posesión de nuestras tierras agrícolas mientras tenemos millones de campesinos sin tierra es sembrar las semillas de una nueva guerra. Como hicieron en Bolivia para robar Antofagasta, esos testaferros chilenos van a llamar en cualquier momento a la fuerza armada chilena.

4 Tan cierto es esto, que cuando se produce la invasión de los terroristas y rateros del ejército chileno, quien les hace frente no es la minúscula guarnición militar de 40 soldados bolivianos sino el civil Eduardo Avaroa, héroe que a la cabeza de un grupo de civiles bolivianos resistió hasta la muerte a los rateros chilenos.

5 Este detalle es determinante. En caso de guerra, para un ejército es muy difícil y complicado abastecer a la tropa de municiones si proliferan armas de diferente calibre (o sea, que exigen diferentes tipos de balas). Esto pasó con el Perú.