La guerra es una estafa

 

Cesar Vásquez Bazán 

 

Las guerras contemporáneas como aventuras imperialistas en beneficio de Wall Street.

La célebre obra del General Smedley Butler de la Infantería de Marina de los EE. UU.

Smedley D. Butler (1881-1940) Mayor General del Cuerpo de Infantería de Marina de los Estados Unidos, condecorado con dos medallas de honor por el Congreso norteamericano y con la Medalla por Servicios Distinguidos. Butler participó en la toma por EE.UU. de Veracruz, México, en 1914 y de Ft. Riviere, Haití, en 1917.

 

Tras analizar su propia experiencia militar, Butler se convirtió en campeón del movimiento pacifista. En 1935 escribió War Is A Racket (La guerra es una estafa) denunciando las guerras contemporáneas como aventuras imperialistas en beneficio de Wall Street y los grandes capitalistas. El opúsculo de Butler fue publicado en Nueva York por la editorial Round Table Press Inc. Contiene cinco breves capítulos que iremos presentando en el blog.

LA GUERRA ES UNA ESTAFA

Smedley D. Butler

Traducción de César Vásquez Bazán

 

Capítulo 1
La guerra es una estafa

La guerra es una estafa. Siempre lo ha sido.

Posiblemente es el tipo de estafa más antiguo, sobradamente el más lucrativo, seguramente el más vicioso. Es el único de alcance internacional. Es el único en el que las utilidades se calculan en dólares y las pérdidas en vidas humanas.

Creo que la mejor descripción de una estafa es algo que no es lo que parece ser para la mayoría de la gente. Solamente un pequeño grupo “enterado” sabe de qué se trata. Se realiza para beneficio de los muy pocos a expensas de los muchos. Gracias a la guerra un pequeño número de personas amasa fortunas enormes.

En la Primera Guerra Mundial un puñado de individuos recogió las utilidades del conflicto. Durante la [Primera] Guerra Mundial, surgieron en los Estados Unidos por lo menos veintiún mil nuevos millonarios y multimillonarios. Ése fue el número que admitió sus enormes y sangrientas ganancias en sus declaraciones juradas del Impuesto a la Renta. Nadie sabe cuántos otros millonarios, surgidos de la guerra, falsificaron sus declaraciones juradas de impuestos.

¿Cuántos de estos millonarios de la guerra portaron un fusil sobre sus hombros? ¿Cuántos de ellos cavaron una trinchera? ¿Cuántos de ellos supieron lo que significó padecer hambre en un refugio subterráneo infestado de ratas? ¿Cuántos de ellos pasaron noches de miedo y desvelo, evadiendo los bombardeos, las esquirlas y las balas de las ametralladoras? ¿Cuántos de ellos rechazaron una carga a la bayoneta del enemigo? ¿Cuántos de ellos resultaron heridos o perecieron en el campo de batalla?

Como producto de la guerra, las naciones victoriosas conquistan territorio adicional. Simplemente se apoderan de él. El territorio recién capturado es explotado prontamente por unos pocos, los mismísimos pocos que destilaron dólares a partir de la sangre vertida en la guerra. El pueblo paga la cuenta.

¿Y cuál es esta cuenta?

La cuenta traduce una contabilidad horrible. Lápidas recién colocadas. Cuerpos despedazados. Mentes destrozadas. Corazones y hogares rotos. Inestabilidad económica. Depresión y todas las amarguras relacionadas. Impuestos agobiantes por generaciones y generaciones.

Por muchos años, como soldado, tuve la sospecha que la guerra era una estafa. Sólo cuando me retiré a la vida civil pude darme cuenta de ello cabalmente. Hoy en día, cuando veo nuevamente poblarse el firmamento con las nubes de la guerra internacional, debo encararla y hablar claro.

Otra vez [las naciones] están alineándose. Francia y Rusia se reunieron y acordaron mantenerse juntas. Apuradas, Italia y Austria llegaron a similar acuerdo. Polonia y Alemania se miraron con ojos de cordero y olvidaron por el momento su disputa sobre el Corredor Polaco. El asesinato del rey Alejandro de Yugoslavia complicó las cosas. Yugoslavia y Hungría, por mucho tiempo enemigos acérrimos, estuvieron a punto de agredirse. Italia estaba lista para intervenir. Francia esperaba. Igual hacía Checoslovaquia. Todas estas naciones están previendo la guerra. No la gente --no los que luchan y pagan y mueren--; sólo aquellos que promueven las guerras y permanecen en la seguridad de sus casas a la espera de recibir las utilidades.

En el mundo de hoy existen cuarenta millones de hombres en armas y nuestros estadistas y diplomáticos tienen la temeridad de decir que no se prepara una guerra.

¡Campanas que anuncian el infierno! ¿Estos cuarenta millones de hombres están entrenándose para ser bailarines?

No en Italia, de seguro. El Primer Ministro, Mussolini, sabe para lo que se les está entrenando. Él, por lo menos, es suficientemente franco y habla claro. Hace pocos días, Il Duce escribió en Internacional Conciliation, publicación de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional:

“Y sobre todo, el fascismo, cuanto más considera y observa el futuro y el desarrollo de la humanidad, aparte de las consideraciones políticas del momento, no cree en la posibilidad de la utilidad de la paz perpetua… Sólo la guerra eleva toda la energía humana hasta alcanzar su tensión más alta y coloca el sello de la nobleza sobre los pueblos que tienen el coraje de practicarla.”

Sin duda, Mussolini quiere decir exactamente lo que dice. Su bien entrenado ejército, su gran escuadrón de aviones e, incluso, su marina están listos para la guerra; al parecer están ansiosos por ella. Así lo demuestra su reciente toma de posición, al lado de Hungría, en el conflicto de ésta con Yugoslavia. Así lo evidencia también la apurada movilización de sus tropas en la frontera austriaca tras el asesinato de Dollfuss.

Hay otros, también en Europa, cuyos sonidos de sables presagian guerra, tarde o temprano.

Herr Hitler, con su rearme alemán y sus constantes demandas por más y más armamento es una amenaza similar, si no mayor, a la paz. Hace muy poco tiempo, Francia aumentó el período del servicio militar para su juventud de un año a dieciocho meses.

Sí, en todo lugar, las naciones viven en armas. Los perros rabiosos de Europa andan sueltos.

Las maniobras son más hábiles en el Oriente. En 1904, cuando pelearon Rusia y Japón, aplicamos un puntapié a nuestros antiguos amigos los rusos y apoyamos a Japón. En ese entonces nuestros muy generosos banqueros internacionales estaban financiando a Japón. Ahora la tendencia es a envenenarnos [la mente] contra los japoneses. ¿Qué significa para nosotros la política de “puertas abiertas” con China? Nuestro comercio con China es de noventa millones de dólares anuales, aproximadamente. ¿Y las Filipinas? En treinta y cinco años hemos gastado cerca de seiscientos millones de dólares en las Filipinas y tenemos nosotros allí inversiones privadas --mejor dicho, nuestros banqueros, industriales y especuladores-- por menos de doscientos millones de dólares.

Para salvar ese comercio de cerca de noventa millones de dólares con China, o para proteger esas inversiones privadas de menos de doscientos millones de dólares en las Filipinas, debemos instigar el odio contra Japón e ir a la guerra, una guerra que bien pudiera costarnos decenas de billones de dólares, centenares de miles de vidas de estadounidenses, y muchos más centenares de millares de hombres físicamente mutilados y mentalmente desequilibrados.

Por supuesto, habría una utilidad que compensaría esta pérdida: las fortunas que serían amasadas. Se acumularían millones y billones de dólares. Para algunos. Los fabricantes de municiones. Los banqueros. Los armadores de buques. Los fabricantes. Los embaladores de carne. Los especuladores. A ellos les iría bien.

Sí, ellos se están preparando para otra guerra. ¿Por qué no deberían hacerlo? La guerra paga elevados dividendos.

Pero, ¿genera beneficios para las masas?

¿En qué beneficia a los hombres que resultan muertos? ¿En qué beneficia a los hombres que resultan mutilados? ¿En qué beneficia a sus madres y hermanas, a sus esposas y a sus novias? ¿En qué beneficia a sus hijos?

¿En qué beneficia a cualquier persona, excepto los muy pocos para quienes la guerra significa enormes utilidades?

Sí, ¿y en qué beneficia a la nación?

Tomemos nuestro propio caso. Hasta 1898 no poseíamos una pizca de territorio fuera del continente de América del Norte. En aquella época nuestra deuda nacional era un poco más de mil millones de dólares. Entonces adoptamos una mentalidad “internacional”. Olvidamos, o dejamos de lado, el consejo del Padre de nuestro país. Nos olvidamos de la advertencia de Washington sobre “alianzas [internacionales] enredadas”. Fuimos a la guerra. Adquirimos territorio en el exterior. Al final del período de la [Primera] Guerra Mundial, como resultado directo de nuestros manejos en asuntos internacionales, nuestra deuda nacional había pasado a ser más de veinticinco mil millones de dólares. Nuestra balanza comercial total durante el período de veinticinco años fue favorable en veinticuatro mil millones de dólares, aproximadamente. Por lo tanto, sobre una base puramente contable, nos fuimos atrasando poco a poco, año por año. Sin las guerras, ese comercio exterior bien pudo haber sido nuestro.

Para el estadounidense promedio, que paga las cuentas, hubiera sido más barato (por no decir más seguro) permanecer al margen de los embrollos extranjeros. Para muy pocos esta estafa --como la de producir o vender licor de contrabando y timos similares del mundo del hampa-- trae utilidades fantásticas. Sin embargo, el costo de las operaciones siempre se transfiere a la gente, la que no obtiene utilidades.

 

Artículos relacionados

¿Quién paga las cuentas de la guerra?

¿Quién recibe las utilidades de la guerra?

Presupuesto militar de los EE. UU. en la década 2001-2010