alejandro foxley chilenos roban territorio peruanoCon frecuencia vemos en la televisión imágenes de la captura de delincuentes que ante lo inevitable, ante el hecho de estar ya en manos de la policía, sueltan una frase muy común: “Perdí” o “Ya perdí”. A la mayoría se les nota entre preocupados y abatidos, y así desaparecen de la pantalla. Pero en el rostro de algunos, al retirarse cabizbajos, se nota cierta tranquilidad, un extraño brillo en los ojos e incluso un esbozo de sonrisa. A más de intentar escudriñar en los recovecos del alma humana, vale intentar una explicación de esta contradictoria actitud. Tratando de entender la cosa, se sabe que el ladrón o secuestrador, durante su detención previa a la presentación ante cámaras y en el momento mismo de ser enfocados, va pensando en el futuro: cuántos años de cárcel le esperan (no muchos si busca un buen abogado y tiene dinero) y —lo más importante— cuánto dinero ha logrado ocultar, cuyo paradero de ninguna manera revelará; esto último es lo que hace ver a los hampones el lado bueno de las cosas: saldrán después de cierto tiempo a disfrutar del bien escondido botín; por eso no pueden ocultar la sonrisa.

Algo parecido ocurre con el canciller chileno Foxley: al ver las últimas acciones de la diplomacia peruana (ley de la línea de bases, presentación de la cartografía de nuestro litoral con señalamiento muy preciso del límite peruano-chileno en el sur, etc.), siente que se le presenta una batalla cuesta arriba, que difícilmente podrá ganar Chile, país delincuente. Pues bien, así como el mencionado malhechor que sonríe ante cámaras, Foxley tiene presencia de ánimo no para reír ni sonreír —que bien pudiera hacerlo— pero sí para amenazar (que Chile responderá en forma enérgica, entre otras bravatas de hombre a quien los nuevos acontecimientos diplomáticos golpean de manera imprevista). Pero la sonrisa de Foxley, que se presenta bajo la forma de amenaza (en la que nadie cree y que a nadie asusta), tiene motivos reales que la sustentan. 

Chile interpreta y disfruta a su manera del concepto de “tratamiento por cuerda separada” que le brindan sus entusiastas sirvientes peruanos. Así como el ladrón capturado que pierde una batalla pero no la guerra, la diplomacia chilena aspira a robar 100 y se contenta aunque sea con uno… ¡algo es algo! Pero además, como el ladrón que cifra sus esperanzas de bienestar en el botín oculto, Chile tiene ya algo asegurado, de hecho tan importante como las áreas de tierra y mar que usurpa y de las que intenta apoderarse definitivamente: se trata del enorme volumen de inversiones que tiene en el Perú en todos los sectores (ya se acerca a los cinco mil millones de dólares) y cuya intangibilidad y seguridad defienden fanáticamente sus sirvientes en el gobierno peruano. En conclusión, nuestro enemigo del sur puede permitirse perder en la Corte Internacional de La Haya el diferendo con el Perú; pero de ninguna manera acepta que se toque o expulse del Perú a las empresas chilenas. 

En vista de lo anterior, tienen pleno sentido las frases de connotados políticos peruanos sirvientes de Chile, que dicen que estamos en tiempos modernos, tiempos de cambio, tiempos de mirar al futuro, tiempos de globalización, tiempos en que el movimiento económico y de capitales ya no reconoce fronteras… ¿Cuánto les ha pagado su patrón chileno?