fritz du boisPor Gustavo Espinoza M. (*)

Fritz Dubois, en el Perú oficial, figura como economista y abogado. Es previsible que los economistas piensen que probablemente sea un buen abogado; y que los abogados crean que tal vez sea un buen economista. Pero él, seguramente cree que no es en verdad ni lo uno, ni lo otro. Por eso se dedica a otra actividad: el periodismo.

Fritz Dubois es el Director de Perú 21, publicación que, al decir de César Hildebrandt, es “el patito feo” del grupo Miro Quesada. Mantiene ese cargo desde hace algunos años, seguramente protegido por Martha Meier, a la que se atribuye haber cambiado el logotipo de El Comercio por el de El Komercio, al haberse ligado servilmente a la estrategia de Keiko Fujimori en el afán de recuperar el Poder del país para la Mafia.

Desde las páginas de ese diario del jirón Paracas, Dubois desarrolla una campaña que se inscribe dentro del estereotipo del Instituto Peruano de Economía, entidad abanderada de los ajustes neoliberales y promotora activa de las reformas del mercado en el Perú.

A través de ellas busca obsesivamente incrementar las ganancias de los grandes empresarios afectando al Estado, pero también recomendando procedimientos y normas que agravan la situación de las poblaciones de menores ingresos. Cayetana Aljovìn, su esposa, lo secunda en este empeño compartiendo altas cumbres en los medios de comunicación. Ella es hoy mismo personaje de primer nivel en Radio Programas del Perú y fue en el pasado incluso viceministra de Transportes y Comunicaciones bajo la administración García. "¡Tal para cual...!", dicen las abuelas.

Hace algunos años, a la sombra del fujimorato, Dubois desarrolló una activa campaña destinada a quebrar la economía nacional en provecho de los empresarios privados. Su condición de asesor del ministro de economía de ese régimen —Carlos Boloña— le permitió alentar la aplicación de medidas de corte neoliberal que colapsaron al sector público y lanzaron a la calle a más de un millón de trabajadores.

Hoy persiste en esa prédica, ejerciendo una función poco escrupulosa que lo ha puesto más una vez en la mira de los tribunales de justicia. Aun se recuerda, por ejemplo que su editora de la sección económica, Gina Sandoval, fue detenida y acusada de complicidad con el periodista Rudy Palma, el mismo que, a su vez, resultó comprometido en acciones de extorsión contra un empresario privado.

Un poco antes, y en esa misma línea, otro de sus colaboradores —Gessier Ojeda— fue procesado por denuncias difamatorias en agravio de Rosario Flores Bedregal, caso que derivó incluso en una orden de captura contra el mismo Dubois, que no llegó a ejecutarse no por inconsistencia de la demanda, sino por fallas de orden procesal atribuidas a las autoridades que conocieron el caso.

Ahora este personaje, en la edición del pasado jueves 28 de marzo, y haciendo gala de una extraña mezcla de torpeza infinita con el anticomunismo más primitivo, se ha permitido editorializar, aludiendo a la batalla de Stalingrado —epónimo acontecimiento de la historia recordado con verdadera unción en el mundo entero en febrero último— en los siguientes términos:
 
“La batalla de Stalingrado fue la más sangrienta de la Segunda Guerra. En ella, para frenar el avance alemán, los soviéticos mandaron al matadero a cientos de miles de reclutas —mayormente mongoles y siberianos— y muchos ni siquiera estaban armados. Simplemente los arrojaban como barrera humana en las mañanas, y al terminar el día sus cadáveres eran retirados”

¿A santo de qué viene esta infausta y lamentable parrafada? No es casual, por cierto. Y su propio autor se encarga de revelarlo:

Se inspira en el hecho de que sectores militares ligados al gobierno del Presidente Humala procuran ahora restablecer el Servicio Militar Obligatorio a fin que se incorporen a los institutos armados los jóvenes de 18 años.

La propuesta ha recibido diversos cuestionamientos, incluido el razonable temor de involucrar a reclutas imberbes en la cruenta lucha que actualmente se libra en el VRAE contra destacamentos alzados, vinculados al narcotráfico.

Aunque parezca en extremo ridículo, para Dubois la idea se sustenta en el hecho de que el Perú mantiene aún convenios militares con la Rusia de este tiempo, y los refiere a un pasado que detesta: “Da la impresión de que el ejército peruano adquirió la estrategia soviética de usar reclutas como carne de cañón, conjuntamente con el armamento que compraron a Moscú en la época de Velasco”  dice muy orondo.  

El señor Dubois, que daría la vida porque el Perú rompiera sus acuerdos con Moscú cualquiera fuera el tipo de gobierno ruso, o con cualquier otro gobierno, y se atara de pies y manos al dictado de Washington; no conoce la historia, pero tampoco conoce el patriotismo de la gente.

No tiene idea de la generosidad del pueblo soviético que estuvo siempre dispuesto a dar la vida por salvar a la humanidad de la barbarie del fascismo. No se le ocurre —por cierto— que de no haber sido frenado “el avance alemán” y de haberse concretado en cambio la victoria del nazismo en aquellos años, el propio Fritz Dubois habría sido considerado un producto desechable y expresión de una “raza inferior” proveniente de un pueblo más bien primitivo. Ni su nombre germano lo habría salvado.

Si tuviera dos dedos de frente, este Fritz criollo entendería el coraje de los que lucharon con todo lo que tuvieron a la mano —incluso sus propias vidas— para honrar a su patria y salvar al mundo de la barbarie nazi.

La historia registra que el siniestro propósito hitleriano no pudo consumarse precisamente por la resistencia del Ejército Rojo y por el inigualable valor de sus soldados. Ellos, tártaros, mongoles, chechenos, uzbecos, ucranianos, moldavos, azervayanos, armenios, georgianos y de muchas otras nacionalidades, no fueron “carne de cañón” de nadie, sino verdaderos héroes en cuya memoria desfilaron millones el 2 de febrero pasado al conmemorarse los 70 años de la epopeya.

No fueron solamente soldados, sino también civiles los que combatieron en esa circunstancia. Y a la cabeza de ellos, como se recuerda, estuvo el Gobierno Soviético y el Partido Comunista de ese país.  

Pareciera que el señor Dubois hubiese anhelado otro desenlace para esa guerra, y que se lamentara hoy del veredicto de la historia. Si tal hecho no hubiese ocurrido de ese modo, ni el propio señor Dubois —no obstante llamarse Fritz— habría podido contarlo.

Al director de Perú 21 pareciera no importarle que hoy el gobierno de los Estados Unidos use virtualmente como carne de cañón a los latinoamericanos que viven en ese país, a quienes enrola en sus Fuerzas Armadas y los envía a luchar en otras latitudes como Afganistán o Irak, como ayer lo hizo en Corea o en la guerra de Vietnam, conflictos ambos en los que perdió, derrotado precisamente por el heroísmo de esos pueblos. .

Ciudadanos de Puerto Rico, pero también de El Salvador y México, de Panamá y de Honduras, han sido afectados por esa política. Incluso peruanos registrados como “ilegales” en el país del norte han sido obligados a servir en el ejército yanqui en otros confines del planeta, como un “requisito” para asegurar su “legalización” en los territorios de La Unión. Varios, por cierto, han perecido en ese intento sin que su muerte haya arrancado una lágrima de protesta a Perú 21.

Esta es una práctica extendida por cierto en los países imperialistas. Incluso hoy se denuncia que 35 peruanos han sido “incorporados” al ejército de España y serán enviados a luchar en destacamentos que ese reino europeo mantiene en diversas latitudes del planeta. Se trata, por cierto, de las fuerzas operativas multinacionales de la OTAN, que usan —sí— como de carne de cañón a miles de jóvenes de los países en vías de desarrollo en las guerras de rapiña que impulsan contra pueblos y naciones.

De Dubois podremos olvidarnos muy pronto; pero de la historia, jamás. Parafraseando a Neruda, podríamos decir que con Stalingrado estará siempre “lo mejor del pasado, lo mejor del presente y todo el futuro…”.

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. / http://nuestrabandera.lamula.pe