Balada de la bicicleta
La lentitud
amanecer por la ventana
Por Ángel Pasos


Esta mañana el aire está más limpio y fresco. Ha amanecido un hermoso día de verano; el sol entra por la ventana y me invita a salir. Mis piernas aún se resienten de la ruta de ayer, así que decido dar un paseo corto. Nada especial, sólo rodar sin rumbo ni destino, con el propósito de estar un rato a solas.

Sobre mi bicicleta cruzo urbanizaciones, polígonos, barrios desiertos, hasta que dejo atrás el mundo y la ciudad y salgo a mis caminos; en ese instante ya todo fluye suave. Mi mente se relaja y me invita a pensar, esperar, observar. Busco mi ritmo hasta que llega ese mágico momento en que siento una sensación de paz que me indica que, de nuevo, he encontrado mi sitio, mi lugar. Entonces el silencio del campo se transforma en palabras y empieza un diálogo con la naturaleza y mi espíritu.

Mientras avanzo pienso que todo tiene un ritmo en esta vida. Observo a los pájaros, las plantas, los árboles, las nubes, y siento su ritmo y el latido interior que les concede su naturaleza. ¡Qué diferente el ritmo natural de ese otro ritmo nuestro, caótico y absurdo, que no arrastra!

Pienso en cómo la gente sabia tiene un ritmo pausado en su interior. Un ritmo que le deja un tiempo y un espacio a su alma para que salga al mundo y extienda su mensaje como una bendición.

Estar aquí, a solas con mi bicicleta, es mi manera de encontrar mi propio ritmo, mi espacio, mi momento. La vida continúa, pero a mi alrededor, de un modo misterioso, desaparece todo. El tiempo se prolonga y el infinito ya no es sólo una idea abstracta, sino algo material que puede percibirse claramente, sólido y fuerte como una piedra del camino. Y así, en cada curva, percibo la perfección del mundo y en ese instante extraño desaparecen las dudas y el dolor.

Milán Kundera dijo: “la lentitud es el recuerdo y la velocidad es el olvido”. He pensado mucho en esta frase y he llegado a la conclusión de que en la lentitud se haya la clave de la sabiduría.

Encuentra tu ritmo en esta vida y habrás encontrado tu camino. Sigue tu ritmo y aprende el arte de esperar.

Mi bicicleta escucha –ella sabe muy bien que, despacio, nosotros llegamos a cualquier lugar- Y así, en la lentitud, el tiempo se extiende al infinito, las horas se prolongan y el día es una bendición. Toda la agitación del mundo desaparece y me convierto en un objeto más, como el árbol junto a la carretera. Y ya al caer el sol, regreso a mi interior con alguna respuesta; otras veces regreso igual que me marché, pero siempre merece la pena este viaje.