Balada de la bicicleta
En el camino
Por Ángel Pasos

Salgo muy temprano a montar en bicicleta. Las manos se hielan a pesar de los guantes y ten-go que cubrirme el rostro con un pasamontañas. Mientras avanzo, el sol va conquistando el cielo y el brillo de su luz es espectacular. Es uno de esos días donde el otoño se siente como una primavera. Atrás dejo un pequeño bosque y unos árboles viejos. La luz del sol se filtra entre sus ramas y se posa en la hierba cubierta de rocío. Todo huele a humedad, y se puede sentir esa renova-ción constante de todo lo que nace y muere cada día. Una pareja de cigüeñas esperan posadas en su nido y otras vuelan sin prisa, atravesando el campo.

 

Sobre mi bicicleta, todo fluye de un modo suave; tan suave y tan sencillo, que parece que floto envuelto en un hechizo. Rodar por los caminos es mi forma de comprender el mundo. En esta soledad, me persigo a mí mismo, me separo de todo, me alejo del mundo. Miro al suelo y mi sombra, y la sombra de mi querida bicicleta, se han convertido en una. Ella sabe y me entiende, comparte conmigo estos momentos, ella conoce y comprende bien lo que persigo.
Unos toros, tumbados en un prado, me observan al pasar. Al rato llego a mi sitio preferido. En este recodo del camino, donde el río se junta con el bosque y unos patos se dejan arrastrar por la corriente, la calma se percibe con una intensidad maravillosa.

Todo el mundo debiera alguna vez, pararse y observar. Mirar con los ojos del alma y romper la inercia y la rutina de su vida. Siento que todo lo superfluo parece haber quedado atrás: lo triste, lo mezquino, la prisa, los errores. Uno debiera, con el paso del tiempo, llegar a convertirse en un explorador eterno, que reconoce y registra, metódicamente unas veces, y otras de un modo apasionado y tenaz, lo que encuentra en su alma. El alma, maravilloso espacio, inexplorado y virgen, que vive y le hace a uno saberse en su interior.

No hay aventura mejor, ni más comprometida, que ésta de adentrarse en lo más hondo de uno mismo. Cuando uno vive en paz no necesita cargar con casi nada. No hay un tiempo me-jor que éste que estoy viviendo ahora, mi vida es mi presente, el cielo que me cubre, el cami-no que ando, la tierra en la que habito, y este día radiante donde, en mitad del otoño, mi cora-zón siente de nuevo renacer la vida.