Estoy lleno de civilización,
pero conservo mi presencia silvestre
cuando amo
y al borde de mi zozobra me quedo
mirando el infinito
poniéndome la noche en la mirada
para ver
como se estrella de luces el espacio.
Me pongo a mirar la vida
y encuentro
que las ciudades quedaron asoladas
y en las hayas hicieron su casa
las cigüeñas
y vuelvo a mi caverna para meterme
en mi piel de primitivo
y, salvaje como soy, me entrego preferible
a la rutina del recolector de frutas
y del pescador en busca de su presa.
Y sigo en mi totalitarismo
en busca de una caverna amiga
para anochecer
sin miedo a las libélulas.
Y la pregunta bíblica retumba en el espacio:
Quién echó libre al asno montés
y quién soltó sus ataduras”
y pienso en el retorno y en los niños
que militarán muy cerca de la pena,
pienso en los hijos del águila
y en la casa del gorrión
que fue desbaratada por la muerte.
Y sigo aquí como cavernario
pensando en la esperanza.
Me miro, y en mis ojos contemplo a mis hermanos
que vuelven a la vida.