A cuarenta años de una hazaña deportiva: 1969


Por  Juan Carlos Herrera Tello (*)


Recordar es volver a vivir? O recordar, es simplemente el recuerdo; lo que me salta a la memoria aquella tarde del 31 de agosto de 1969, es la felicidad a mis escasos siete años de ver a mi familia reunida frente al hoy desaparecido televisor Silverstone que mi padre había comprado y que para dicho acontecimiento había venido también un primo de Yungay y otros más que ya estaban en casa.


Aquel año de 1969, cursaba transición en el hoy ya centenario Colegio Santo Tomás de Aquino, ya había hecho mis tareas para el lunes y nos habíamos acomodado en la sala para ver el partido “Vía Satélite”. Primero debíamos esperar a que el televisor “caliente” ya que era un moderno artefacto que funcionaba “a tubos”, aparecía ese punto blanco en medio de la pantalla verde, el que se comenzaba a expandir poco a poco, hasta que por fin se oía primero el sonido de la transmisión y luego teníamos que comenzar la eterna búsqueda de donde colocar la antena de conejo para captar bien la imagen.

A cada momento el canal hacía hincapié que se trataba de una transmisión Vía Satélite y salía el numero de aquel, con una suerte de bolitas que le daban vuelta como si fueran átomos y un sonido como de robot especial, demostraba la “alta tecnología” que se empleaba para aquella transmisión; no es para menos las transmisiones de esa época eran una hazaña de la modernidad en que vivía el mundo y que hacía un mes se había transmitido en vivo la llegada del hombre a la luna.

Allí reunidos, comenzamos a ver el partido, los sanguchitos con mantequilla “Astra” y jamón ingles, que había preparado mi madre y la infaltable Inka Kola, pasaban y pasaban y no se acababan, esto porque mi padre había pasado la noche anterior a comprar un ciento de petipanes de la pastelería “La Genovesa”.

Oíamos a don Eduardo San Román “La Catedral del Fútbol”, cuya narración casi no la oíamos por el chirrido de la defectuosa transmisión, tal vez el mismo televisor no ayudaba porque cada vez que veíamos una jugada que hacía la selección peruana saltábamos tanto que la antena de conejo se movía y nuevamente teníamos que colocarla en el lugar para que la imagen se vea bien nuevamente.

El primer tiempo culminó con el empate y Challe le da con la pelota en la cabeza de un argentino y se armó una trifulca, pero aun así no fue expulsado, la verdad que no entendíamos mucho de lo que se decía primero por la bulla que nosotros mismos hacíamos y luego porque tampoco se oía bien el audio. Es que realmente nadie podía estar tranquilo ante tal acontecimiento, todos opinábamos, todos queríamos ayudar a nuestra selección a pesar de la distancia que nos separaba de ellos.

El Segundo tiempo, y ese primer gol de Oswaldo “Cachito” Ramírez, fue el loquerío de nuestra sala, algunos vecinos de la quinta del Jirón Puno donde vivía, se acercaron para ver también el partido y los petipanes felizmente no se acababan. Vino el gol argentino y ese sabor amargo a derrota que fue cortado por el segundo gol de Cachito, donde la alegría era total, éramos triunfadores gracias a un puñado de peruanos que lo único que hacían es entregarse totalmente a su deporte y brindar una de las mas importantes alegrías a un pueblo que estaba afanoso de triunfos. 

Vino aquel gol de empate de los argentinos, la expulsión de La Torre nos dejó sin un hombre menos en el campo, pero aún así se resistía ese equipo de jóvenes a no perder o a no perder la clasificación que la tenían tan cerca. Casi al final del partido los argentinos metieron otro gol pero les fue anulado y la algarabía en mi casa era total, con mis primos salimos a la calle a ver que había, y los vecinos de las quintas que aquella cuadra seis del jirón Puno comenzaron también a salir y a gritar: Viva el Perú!!! mientras oíamos las bocinas de los autos y los ómnibus sonar y sonar…

Aquel momento familiar el cual lo recuerdo siempre, y en especial ese primer gol con “sabor a galleta de soda D’Onofrio” como lo dijera el Sr. Eduardo San Román, aun lo tengo en mi memoria cuando estaba al lado de mi padre, en una silla azul de aluminio, mi madre sirviendo los sandwichs miraba el partido solo cuando oía mas bulla en la sala, mis primos saltando de alegría y en aquel entonces aun no sabía quien era Cachito ni la totalidad de los jugadores de aquella eliminatoria, solo sabía que habiamos ganado, que le Perú le había ganado a Argentina. Al año siguiente salió el álbum de color rojo “Ases del Mundial de México 70” el cual conservo hasta hoy, como símbolo de una jornada espléndida de nuestro fútbol.

Ese momento del 31 de agosto de 1969, me trae a recuerdo que aquel primo que había venido de Yungay, nos dijo que traería al resto de la patota para ver la inauguración del mundial el próximo año, y así fue, trajo al resto de sus hermanos, que al venir a Lima por ese hecho salvaron de morir en el terremoto del 31 e mayo de 1970.

Antes se jugaba así, no había derrotismo para encarar al rival, no había más camiseta que la peruana y no había más disciplina que la impartida por el técnico. Hoy tenemos a jugadores muy delicados, que cuidan su apariencia y en vez de defender la casaquilla que llevan puesta solo les interesa su dinero y sus frivolidades. Estos miserables que nos han desprestigiado últimamente solo merecen ser ignorados, sino fuera por la prensa adicta a las boberías que por un gol que hacen en sus clubes le dedican una página como si fueran grandes astros mundiales, cuando en realidad son solo un puñado de amanerados con aretes y pedicura que perfilan el mejor peinado el que cuidan hasta que se van al país que les paga.

Solo nos queda seguir recordando a estos muchachos que nos dieron alegrías y cuando perdían lo hicieron siempre luchando hasta el final, demostrando que primero está el país ante todo, que primero está la representación que tienen y que se les confiaba, ejemplo que las nuevas generaciones de deportistas deben seguir y no imitar los pésimos ejemplos de hoy que no solo nos avergüenzan, sino que además nos desprestigian deportivamente.

(*) Abogado