A propósito del 1.º de mayo. Trabajadores y política.

Por Gustavo Espinoza M.


Escribí hace un par de semanas, una nota comentando el acuerdo adoptado por el Congreso Estatutario de la Federación de Trabajadores en Construcción Civil promoviendo la candidatura electoral de su Secretario General para los próximos comicios del 2011.

Lo hice bajo un título indicativo de mi preocupación —sindicatos y elecciones— porque esa era un modo de enfocar una decisión de típico corte electoral, en el marco de una contienda en ciernes.

Basado en mi experiencia de clase y en mi dilatado accionar sindical y político, me atreví a discrepar de la iniciativa que juzgué errónea, aunque inducida, sin duda, por loables intenciones.

A partir de esa circunstancia han surgido algunas voces —felizmente escasas— que han cuestionado mi razonamiento, le han asignado una connotación distinta distorsionando su sentido, y  han llegado —en el extremo del desparpajo— a negar las dos exigencias básicas de mi vida, que reclamé me fueran reconocidas siempre: mi condición de comunista, y mi derecho a pensar.

Como no quiero entrar en el debate de algo que se esclarece por sí mismo a partir de la actividad política y el comportamiento de cada quién, debo precisar mi punto de vista haciéndolo extensivo a un tema contiguo: los trabajadores y la política.

Dediqué prácticamente todo mi accionar público a impulsar la participación de los trabajadores en política. Y ciertamente recusé con vehemencia el falso e hipócrita "apoliticismo"  que algunas gentes asumen incluso hoy, cuando quieren dejar la Política como reducto exclusivo de la Clase Dominante.

Sostuve en efecto, desde el magisterio y la CGTP que los trabajadores teníamos intereses inmediatos —es decir, reivindicativos— pero también históricos, vinculados a nuestros objetivos de clase.

No se trataba entonces, sólo de luchar por un salario o por una reivindicación específica vinculada a las condiciones laborales; sino de librar una lucha más amplia por el ideal socialista.

Por él, los trabajadores teníamos el deber —lo creí siempre— de defender la soberanía nacional, proteger las riquezas básicas, enfrentar al imperialismo y a los monopolios y quebrar la resistencia de la clase dominante hasta demoler la sociedad capitalista que nos oprime y permitir que renazca desde sus cenizas, una sociedad mejor, en la que el proletariado fuera la fuerza dominante.

En ese esquema, Partido y Sindicato eran herramientas esenciales, pero distintas. Cada una de ellas tenía objetivos y propósitos definidos y propios.

Mal podría entonces ahora recusar un derecho esencial de los trabajadores: Formarse y actuar políticamente, intervenir en el escenario en el que se disputan distintas fuerzas las riendas del Poder del Estado, bien sea a través de una, u otra, vía para capturarlo o retenerlo.

Esa es una tarea de la Clase, pero no de los Sindicatos ¿resulta difícil entenderlo?

Nadie en su sano juicio podría suponer que me opongo a que los trabajadores participen en política.

Creo, incluso que los dirigentes sindicales tienen el inalienable derecho de ser candidatos en cualquier contienda electoral.

Sostengo, sin embargo, que al ingresar a ella, deben hacerlo como ciudadanos, en su nombre o en nombre del Partido Político al que pertenecen o que los promueve.

Pero que no deben auparse sobre los hombros de la organización sindical, ni comprometerla,  porque ésta es un Frente Unico que representa a todos los trabajadores, y no a una parte de ellos.

El Secretario General de una organización sindical tiene todo el derecho del mundo de ser candidato a lo que considere conveniente, pero debe dejar en claro que lo hace sin afectar a la organización que representa.

Y debe actuar así por dos razones. Una por definición de clase referida al carácter y a la función de los sindicatos. Y la otra, por un tema de orden práctico: A la hora del sufragio —a solas con su conciencia y ante un ánfora— el trabajador votará por el candidato que le parezca mejor, y no por aquel que "se acordó la asamblea".

En otras palabras, el voto ciudadano constituye una opción que no puede regimentarse a partir de la disciplina sindical que sirve, sí, para otros efectos en la áspera arena de la lucha de clases.

Si alguien no está persuadido de que eso es así, es que no ha aprendido nada de la lección que nos dejaran las incontables experiencias electorales de los anteriores, y de los últimos años, en los que connotadas figuras de la estructura sindical obtuvieron insignificantes votaciones.

No se necesita, ciertamente, recurrir a ejemplos porque ellos podrían incluso herir la susceptibilidad de algunos que aspiran una vez más a ser candidatos en los comicios que se avecinan. Y ese, no es mi propósito.

El tema tiene que ver con asuntos de orden principista que, felizmente, no solo yo he esbozado. En otros medios han aparecido concepciones similares, lo que me hace deducir que somos muchos los que pensamos que el concepto "política" no tiene como sinónimo "elecciones"

Se ha recordado, así, que una de las razones del debate entre Haya y Mariátegui fue precisamente la concepción contrapuesta de ambos con relación a la clase obrera. 

El Amauta sostuvo con meridiana claridad que no debía confundirse Partido con Sindicato; en tanto que para el fundador del APRA, partido y sindicato se fundían en una sola amalgama. Ella, a través de la historia, llevaría a la CTP a actuar como simple furgón de cola de la organización partidista.

¿Qué los sindicatos y organizaciones políticas pueden buscar confluencias en la lucha por objetivos estratégicos y similares? Ciertamente que sí. Ambos confluirán, en efecto, en la lucha por una sociedad mejor, más humana y más justa, una sociedad, para decirlo en palabras de Mariátegui, en la que se sumen el pan y la belleza. Pero cada quien mantendrá su propia independencia y su compromiso con las tareas específicas que la realidad les asigna.

Partidos y Sindicatos no podrán, entonces, confundirse en una amalgama de coyuntura, como es una jornada electoral con plazo definido.

Por lo demás, todos somos conscientes que en nuestro país ha cundido, dolorosamente, el electorerismo, el sectarismo y el personalismo, elementos todos que subyacen en el lecho en el que se han engendrado todas los reveses de la Izquierda a partir de 1990 hasta nuestros días.

20 años de repliegue y de derrotas sucesivas en las ánforas, y con candidatos que no han dejado de serlo en ninguna de esas contiendas, debieran servir de lección para las nuevas generaciones.

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / www.nuestra-bandera.com