Colca y su mensaje milenario


por Herbert Mujica Rojas


En el gélido Valle del Colca, Chivay-Arequipa, el sol es radiante. Pero como todo sol de nuestra inmensa y aún postergada Sierra, sólo quema y no calienta. Las temperaturas descienden bajo cero en las noches y los alojamientos brindan camas con 5 ó 6 frazadas. En el inmenso Cañón del Colca (río que es hoy apenas un riachuelo) con su serpeantear desafiante de más de 100 kms. vuelan los cóndores ante la mirada extasiada de cientos de turistas. Pocos días ha que estuve en esos riscos y cerros y no pocas son las lecciones renovadas o aprendidas.


La primera de ellas. El amor al Perú profundo, a sus cerros y a la andenería que con tanta sapiencia —y esculpiendo literalmente las montañas— el peruano antiguo cinceló el cerro para alimentarse, se engrandece y justifica. Cuando el peruano camina al pasado, sin idealización ni superlativa magia, encuentra el paradigma de cómo hicieron los ancestros para dominar eco-sistemas rudos, feroces y feraces, inhóspitos y hasta agresivos y dar lecciones al mundo de cómo se comportan las civilizaciones con ingenio y tesón, con orgullo y dignidad. Su mundo, el mundo de cielos límpidos, heladas que quiebran entusiasmos, es la respuesta al reto —que decía Arnold Toynbee— del hombre a su entorno.
 
Vi un espectáculo de guarismos estadísticos algo incomprensible: hay de 15 a 20 turistas por cada peruano. Un guía me dijo que la semana pasada se había registrado un pico de temporada alta: ¡2 mil visitantes foráneos! De ser exacta la apreciación, entonces sólo 200 éramos peruanos. Y, en efecto, los extranjeros llegan masivamente, se divierten, solazan, disfrutan los paisajes, estudian y leen sobre el pasado peruano y a veces hasta discuten con una pasión poco europea
 
De abuelos a nietos, de padres a hijos, de autoridades a ciudadanos, hay una especie de colonialismo mental que tiende a exacerbar la evidente labor evangelizadora que hicieron los españoles. Por otras razones, más bien crematísticas, los regnícolas mantienen sus iglesias y ninguna de ellas carece de unas cajitas para las “donaciones”. Lo que vino de afuera parece insuperable y acríticamente se deja de comprender que varios miles de años antes que los ibéricos arribaran a nuestros pagos, los hombres y mujeres andinos, habían ya producido y levantado civilizaciones de majestuoso desarrollo y aprovechamiento del medio ambiente.
 
Las poblaciones locales con su ingeniería acuífera, andenería agrícola y domesticación de camélidos, probaron que se podía hacer equilibrio ecológico y celosa custodia del medio ambiente sin dólares o euros corruptores como hoy hacen las organizaciones de nuevos gángsteres a quienes conviene olvidar un pasado de portentoso mensaje edificador.
 
Los malos gobiernos, unos tras otros, han promovido la sublimación tarada de lo que viene desde el exterior para, de hinojos humillantes, postergar el mensaje andino de un ayer inocultable y magnífico. Y esto se ve en todas partes del país. Ninguna administración ha cuestionado las oxidadas maquinarias reiterativas que nuestra educación repite por mecánica y por facilismo. Acríticos, sin mayor conocimiento, desprovistos de emoción hacia la tierra, se escucha el mensaje comercial del turismo ramplón pero no la epístola y ulular del viento con sus secretos, misterios y claves de un desarrollo pretérito que fue mejor que el presente y acaso falte mucho al porvenir para superarlo.
 
Años atrás cuando tuve la suerte de llevar a mi hijo por primera vez al Cusco, él me dijo unas pocas palabras que tocaron e hicieron vibrar mi alma de iconoclasta por vocación y temperamento: “hoy me siento más peruano”. Era su respuesta luego de haber vivido, sentido y conocido la capital del Imperio de los Incas y su historia anterior. Una jaculatoria impostergable para los connacionales de hoy, debería ser aquella. Voz de entusiasmo, sinfonía de vencedores, canto de libertad y fraternidad. Pero si los gobernantes y autoridades sólo se dedican a robar y expoliar, entonces tenemos lo que nos merecemos. ¿Es aquello nuestro destino?
 
Vuelto del Colca, con los labios en fragmentada urdimbre, víctima de unos fríos que no sé si atribuir a los años que van pasando o al Valle cuya reciedumbre es de incólume voz, hoy debo imitar a mi hijo y decir: “hoy me siento más peruano”. Y tengo el deber inequívoco de contribuir al saneamiento de la patria limpiándola de gárrulos y forajidos. Será un grano de arena, pero si millones advierten que aún estamos a tiempo, levantaremos al país de su postración espiritual y de su apocamiento indecente. ¡Es todo un mensaje!
 
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