Los asesinos del porvenir

Por Marco Antonio Flores Villanueva

Desde Boston, USA


El famoso apotegma acuñado por el filósofo francés René Descartes, Je pense donc je suis (Cogito ergo sum) o “Pienso luego existo”, representa una prueba irrefutable de la existencia del ser humano por el ejercicio del pensar.


Esta prueba cognoscible de la objetividad existente del ser llevó a la humanidad racionalista, como reacción al absolutismo monárquico y al oscurantismo inquisitorial de la Iglesia Católica durante la edad media,  posteriormente a proteger el ejercicio del cogito en actos legislativos nacionales e internacionales, ya no como prueba, incuestionable para entonces, de nuestra propia existencia (plano filosófico), sino como libertad de expresión y de opinión.

En nuestros días, la observancia de ese principio ecuménico constituye para la comunidad internacional un valor de civilización; ergo, una afirmación de progreso y un alegato contra la barbarie de la dictadura o el autoritarismo que, astuta, busca siempre los medios, públicos o silentes, de cercenar esa libertad.

Con la aparición del Internet esa libertad de expresión se vio repentinamente amplificada, abriéndose en toda su dimensión al mundo.

En los países avanzados, por ejemplo, es tal la influencia del Internet, o el ejercicio libre del cogito, que el ciberespacio se ha convertido, muy especialmente en Europa, en un poderoso intermediario entre la sociedad y el poder; y, es más, con mejores credenciales de credibilidad que los partidos políticos.

Mientras esa valoración del cogito se afirma en el mundo civilizado, dinamizando la Política (con “P” mayúscula) y preñándola diariamente de ideas, producto de un libre intercambio de conocimiento, en el Perú —como en China, Rusia, Marruecos, Azerbaiyán, Yemen, Jordania, Kazajistán, Afganistán, Irak, Birmania, Corea del Norte, Cuba y Turkmenistán, entre otros tristes ejemplos— ocurre exactamente lo contrario.

Todos estos países tienen tres elementos en común: regímenes autoritarios dirigidos por anacrónicas clases políticas, que tienen  total o sutil dominio de los medios de expresión; represión que llega, inclusive, a la privación de la libertad; y, finalmente, desnaturalización de las herramientas modernas de comunicación que nos ofrece la avanzada tecnología de nuestro tiempo.

En lo que se refiere al Perú, sometida a una avejentada clase política, oficialista u opositora, las herramientas que han servido para que otros países pasen del crecimiento al desarrollo sostenido, y de la barbarie a la civilización, son deformadas, prostituidas o castradas con el objeto de redefinirlas para mantener el establishment, ladinamente recreada y tejida por todas las tiendas políticas del país.

Ello ocurrió, para dar un ejemplo —permítaseme la digresión antes de volver al tema de este artículo—, con los fondos privados de pensiones, que en países con una moderna, inteligente y diversificada clase política proveída de específicos planes de desarrollo, hicieron de ese instrumento una herramienta que produjo un mercado de capitales, ahí donde nunca existió, y la restructuración de sus economías, ahora con características nacionales, sin renunciar a la exportación.

En Perú los fondos privados de pensiones, torcidos por el soplete zopenco de nuestra clase política, solo han servido para atropellar los derechos de los pensionistas y colocar el capital de esos fondos o en el mercado especulativo bursátil, o allende nuestras fronteras.

El símil de esa horrible deformación de instrumentos de progreso técnico, lo encontramos en el país en el área de la comunicación con el mal uso (o abuso) del Internet aplicado al debate político. Ese intercambio ciberespacial, supuestamente de ideas y conocimiento y que enlazaría al país con sujetos asimilados a experiencias mundiales en materia política, tiene como escenario esencialmente los denominados Grupos Yahoo, donde  lamentablemente se anida la clase política del país, oficialista u opositora, no precisamente para promover el ejercicio del cogito con total amplitud, sino para ejercer una permanente acción de gendarmería contra todo aquel que ose criticar el perverso statu quo que esa clase política sin excepción, oficialista u opositora, representa.

Particularmente llama la atención las listas “apristas” de “debate político”. Universalizadas por una misma lacra, la intolerancia y el sectarismo (con mínimas excepciones contadas con los dedos de la mano, pero todas estas listas con ciertos grado de controles antidemocráticos), sus administradores, como los sanguinarios jerarcas del Kremlin, proceden, sin miramientos y en silencio, así como actúa soterrada y cobarde el hampa, a eliminar a todo personaje que disienta con los puntos de vista políticos de la feudal administración que gobierna el Grupo Yahoo (acaba de hacerlo APRA GLOBAL con Rodolfo Montes Velásquez, buen aprista, trabajador manual y de respetable solera en el APRA, que disiente del accionar de Jesús Guzmán Gallardo).

Es decir, una herramienta que ofrece la tecnología de hoy y que debería ser participativa, deviene, en manos ignorantes y brutales, odiosamente exclusiva. Añadiendo, con ello, más exclusión social y política en el país, que resulta tan monstruosa que tiene la diabólica efectividad de “enfantasmar” a nuestros nuevos actores sociales, precisamente aquellos que rebasan y rechazan a la clase política del Perú, en este caso representada en García o Guzmán Gallardo.

Excepción importante es la lista “Gato Encerrado” (sintomáticamente NO aprista), plural y democrática. Su contrarrelato lo encontramos, por ejemplo, en las listas “apristas” PAP80-90 y la lista APRA GLOBAL como VANGUARDIA APRISTA. En ellas se abriga la misma clase política de ayer y hoy y que, desde diferentes posiciones pro-García o antiGarcía o pro Jesús Guzmán Gallardo (y me pregunto: ¿Quién conoce a ese señor a nivel nacional?), ambas no solamente excluyan actores sociales sino que retardan ferozmente un tema pendiente en el país: El análisis franco, independiente y emancipado del presente del Perú y su porvenir (este último el menos frecuente).

El caso de las listas apristas, en especial las referidas líneas ut supra, tienen una explicación formativa: Proceden, críticos o no de García, de un partido político mesiánico, sectario, intolerante e institucionalmente anacrónico. Con el agravante de ser administradas o influenciadas por personajes que tuvieron gravitación en una (la primera) o las dos administraciones de Alan García Pérez.

Por ello he insistido en mis artículos en dos cosas puntuales: La primera de ellas es que NO habrá ningún cambio sustancial en el Perú –ni en lo económico (diversificación y restructuración de su economía), ni en lo político (con nuevos rostros e ideas), ni en lo social (con nuevas fuerzas sociales organizadas) y mucho menos en sus medios de comunicación y la aplicación de sus nuevas tecnologías- mientras no se reestructure el poder político del país, hoy en manos de una clase política anacrónica, incapaz y ladina, aparentemente dividida, pero que constituye un abusivo estrato social, exclusivo y acaparador del poder político en el Perú. Esa clase política debe ser jubilada, para dar paso a una joven y moderna renovación que recree en el país una nueva institucionalidad, abierta, plural, tolerante e incluyente.

Y la segunda propuesta es la diversificación de los medios de comunicación del país. Cada grupo social organizado funcionalmente en sindicatos, universidades, colegios profesionales, organizaciones no gubernamentales, etc., debe contar con un medio de expresión escrito, oral o visual; y si el estado no provee los incentivos necesarios para que ello se materialice, esas organizaciones tienen, en la constitución política, los medios procesales para exigir eficazmente ese derecho.

Porque este tema es también, qué duda cabe, una nueva versión entre la vieja y constante lucha entre lo tradicional (o ahistórico) y lo moderno (o el futuro).

El ejercicio del cogito en el país es el menos común porque se halla “afantasmado” por barbaros Atilas enfundados en aristócratas disfraces de políticos “al rescate”, o al servicio de los poderosos; ambos asesinos de porvenir.  Pero el ejercicio del cogito continuará siendo el más necesario de los atributos del ser humano para progresar colectivamente como civilización e, indefectiblemente, se abrirá su propio paso. Lo dice la historia y sus historiadores.

Por ello dijo bien el maestro Jorge Basadre que “la intelligenza no es, de por sí, una aristocracia con privilegios y sin deberes, sino apenas un instrumento potencial con ineludibles responsabilidades sociales”.

Boston, 13 de agosto del 2010
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