El escandaloso encanto de la politiquería

Por Juan Sheput

Que estamos inmersos en la sociedad del espectáculo no nos cabe la menor duda. El bufón, a decir de Mario Vargas Llosa, ocupa el ancho espacio dejado por el desprecio por el intelecto, por la falta de reflexión, por la emoción que despierta la diversión simple que, en base al escándalo, no nos exige pensar.


Así es que en la campaña municipal peruana, más importancia que a los equipos de trabajo de cada candidata, conformados por profesionales de nivel, se le da a las figuras de la farándula local. Esa misma farándula, alguna veces vulgar otras grotesca, que ha instalado costumbres inquietantes en la sociedad, que van desde la intromisión en la intimidad hasta el sembrado de la duda en la honorabilidad de una persona, amparados en la frase "sin confirmar por supuesto".

El que las candidatas reconozcan en la farándula un poder no nos debe llamar la atención. Este símbolo de decadencia no es exclusivo de la política y mucho menos de las actuales candidatas. Ya hace un año, a raíz de la Encuesta del Poder, que presentaba Apoyo anualmente, los empresarios y líderes de opinión reconocían a personas cuestionadas como Aldo Mariátegui, Magaly Medina y Cecilia Valenzuela como personas influyentes en el campo del periodismo. La decadencia pues, estaba en marcha, por tanto no es cuestión del momento.

Que la competitividad política signifique avalar a conductores televisivos que han colaborado con el deterioro de nuestra sociedad es realmente denigrante. Que nos digan que son necesarios para ganar una elección está por verse. Lejanos están los tiempos en que el político se colocaba por delante de la tiranía de la mayoría para ilustrarla y conducirla. Hoy la politiquería seduce, y hasta se piensa que sin ella es difícil ganar una elección.

En estos días la seriedad está ausente. Todo es electorero, politiquero, digno de ser olvidado.