Chacchado de la coca y discriminación en la ONU
hoja de coca


El ministro de Relaciones Exteriores respondió de forma apropiada a la petición de la ONU de prohibir el chacchado o mascado de la hoja de coca, al recordar que dicha práctica y las aplicaciones medicinales, así como su empleo en rituales religiosos, constituye uno de los usos tradicionales que se practican en el Perú desde tiempos remotos.


La  Convención Única de Estupefacientes de 1961 otorgó al Perú 25 años para paulatinamente adoptar las medidas que desalentaran esa práctica, pero en 1988, el Perú logró que la Convención de ese año incluyera que las medidas   “deberán respetar los derechos humanos fundamentales y tendrán debidamente en cuenta los usos tradicionales lícitos, donde al respecto exista la evidencia histórica”.

El pedido de la ONU no sólo es improcedente por no ajustarse a dicha convención, sino que constituye un intolerable acto de discriminación étnica, pues  dan un tratamiento casi de delito a las prácticas ancestrales indígenas.

Resulta extraño, por ejemplo, que la ONU no exija a Estados Unidos que luche contra la corrupción de sus autoridades, que hacen casi nada para evitar el consumo de las diversas drogas  drogas estupefacientes en ese país. Si en cada ciudad son conocidos los puntos de venta de estos venenos, ¿cómo es posible que una potencia (con los recursos que tiene a su disposición EE. UU.), no pueda erradicarlos? La respuesta está en la corrupción que impera en sus instituciones.

Frente al torpe puritanismo que la ONU adopta ante el chacchado, podemos contrastar serias omisiones de actividades que son mucho más nocivas y peligrosas para la sociedad, por ejemplo, el tráfico humano. La ONU sabe perfectamente que la prostitución sin control y clandestina es el motor de las redes de secuestro de niños, hombres y mujeres para esclavizarlos de por vida (si se puede llamar vida a esta esclavitud que muchas veces acaba con la muerte).

La ONU sabe que los mandatarios de los países permanecen casi indiferentes ante esta barbaridad, pero no insta a prohibir la prostitución ni a limitarla a un estricto control y seguimiento, siendo la consecuencia el tráfico humano, un crimen de mayor calibre que el tráfico de drogas.

Pero así como los misioneros que se escandalizan y buscan prohibir prácticas indígenas como las competencias a latigazos (que, en efecto, son primitivas, pero no causan lesiones mayores), estos mismos misioneros son incapaces de alzar la voz contra prácticas mucho más primitivas, como el box, actividad que inclusive a veces deja ciegos a los participantes. Tampoco dicen nada de las corridas de toros, pese a que están condenadas por la Iglesia.

Estos casos sólo demuestran un serio prejuicio y discriminación contra las etnias andinas, muchas de cuyas costumbres ancestrales no tienen punto de comparación con las terribles prácticas que tienen como origen la civilización occidental.