Idiotas modernos, facilismos retrógrados

por Herbert Mujica Rojas

Siempre me he preguntado ¿cuáles las virtudes de esos personajes que premunidos de una pantalla gigante y una computadora pequeña, balbucean mecánicamente cuanto se ve reflejado en el plano? No pocas veces los relatores son tartamudos, tienen pésima dicción y del castellano no entienden gran cosa. Sólo pretenden leer cuanto refleja el haz de luz en la superficie blanca. Estos idiotas modernos usan facilismos retrógrados que envilecen el lenguaje a cacofonías gestuales de las cuales les es imposible apartarse. Si acaso un corte de luz o interrupción subitánea de su "presentación", entonces, acaece la desgracia y el fracaso. Incapaces de improvisar, su disco duro no admite semejante alternativa, hemos llegado al nivel en que apenas superamos a los loros y la escala zoológica no nos favorece si nos comparamos con estos pajarracos.


Algo parecido sucede con Internet. Los escolares de hoy y los universitarios de estos días, han perdido el buen y constructor hábito de la lectura. Todo se reduce al cut and paste y como original sólo pueden reclamar que ponen su firma a textos que no revisan, que asimilan acríticamente y que transcriben bajo el supuesto que por estar en la red son datos exactos e impolutos. La ociosidad, madre de todos los vicios, ha venido a instalarse en el colectivo juvenil que ya no investiga y no ha aprendido a indagar con ojos de duda para premunirse de verdades sólidas e imbatibles.

Un estudio privado en temas comunicacionales de larguísima experiencia y trayectoria determina que sólo minúsculas porciones escuchan los programas políticos y que más pequeños aún son los que aprehenden algo. No poco de esto débese al lenguaje primario, casi simiesco de nuestros políticos, absolutamente ignorantes, huérfanos de cultura elemental y moderna y lastrados por arquetipos anclados en 30 ó 40 años atrás. Como las pirámides que se ríen del tiempo, a la inversa el tiempo —y la modernidad— no fructificaron en los políticos.

Si unimos ambas circunstancias de comunicación insuficiente, mecánica acrítica, entre quienes se suponen son los instructores y el público llano, podemos explicarnos la aberrante pobreza del lenguaje de nuestras juventudes que abomina del castellano para usar interjecciones en cada frase o sentencia o de la falta de lógica que los hombres y mujeres públicos denotan a cada instante. Los idiotas modernos creen comunicarse merced a facilismos retrógrados cuando en realidad lo que hacen es destruir los cimientos educativos y culturales de cualquier sociedad reemplazándolos con muy frágiles y anémicas sustituciones efímeras.

Días atrás me ofrecieron la chance de ir a un colegio y hablar sobre el tema de la difícil vecindad con Chile y el contencioso jurídico en la Corte Internacional de Justicia. Los invitantes preguntaron si necesitaba del consabido cañón para las imágenes y de la computadora. Mi categórica respuesta fue de negativa cortés. Agregué que era hora de volver a los cánones antiguos en que la energía y habilidad del ponente motivaban en el auditorio la comprensión merced al buen manejo del lenguaje, a la precisión expositiva y, sobre todo, al esfuerzo mayúsculo que demandaba entablar empatía con el oyente tan acostumbrado, hoy por hoy, a las pantallas y a esos idiotas que repiten como autómatas y que no acometen ¡esfuerzo de cualquier clase! Sospecho que ese encuentro fue provechoso para todos.

¿No será hora de licenciar, aunque sea por horas, a esos idiotas modernos que usan abusivamente facilismos retrógrados? Lo que llega fácil, fácil se va. Las imágenes también se olvidan y, en todo caso, afincan por algún tiempo hasta que advienen otras más impactantes. Los conceptos también tienen que aterrizar, como era antes, por la deseable vigorosidad del exponente y porque, además, tienen el reto fundamental de confrontar la inteligencia del oyente que así practica y razona. Y no repite servilmente cuanto hay en textos que otros preparan.

Trasládese lo antedicho al cuadro general de un país que pretende ser moderno pero que no puede, a pesar de cañones y pantallas, borrar de sus calles tanta mendicidad, pulverizar taras delincuenciales y el accionar de pandillas vinculadas al narcotráfico. Y no hablemos de esas otras cáfilas de vendepatrias que regalan el país merced a contratos con dedicatoria y concesiones sine die de término con pingues ganancias. Pero la nación se desprende de su patrimonio con el silencio cómplice de las múltiples castas que gobiernan regularmente el Perú.

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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