Cuando el deporte no es sano

Por Iván González Alonso (*)

Los valores de audacia, paciencia, respeto, humildad, sacrificio y superación que siempre ha encarnado la actividad deportiva se ven en vísperas de los Juegos Olímpicos de Pekín más pervertidos que nunca. Desde la antigüedad, todos los pueblos y civilizaciones han rendido un culto especial a la actividad física del hombre y al deporte, que no es sino la forma competitiva de aquella. De las carreras de velocidad, las confrontaciones no cruentas con armas o el lanzamiento de objetos, cuya única recompensa para el vencedor era un ramo de olivo hemos pasado a observar con estupor y cierta vergüenza los millones de dólares que gana un deportista sólo en concepto de derechos de imagen. El deporte se ha convertido en un fenómeno global, visto por toda la humanidad, y que mueve enormes cantidades de dinero. Hoy, la riqueza, la imagen pública, la fama y el afán obsesivo por el triunfo, han convertido al deporte de élite y a muchos de quienes lo practican y dirigen en un ejemplo poco saludable para los jóvenes.


El éxito que representan los deportistas profesionales se ha convertido en el señuelo de muchos jóvenes con ansia de triunfar y alcanzar popularidad y dinero de forma rápida. Los padres son muchas veces cómplices, cuando no tiranos que desean a toda costa ver sus anhelos y fracasos realizados en sus hijos. También los poderes públicos, quienes han alentado prácticas insanas en adolescentes en aras de obtener triunfos deportivos que apoyen sus ambiciones políticas. Si un niño ocupa 5 horas al día a ayudar en el negocio familiar, los padres estarían cometiendo un delito. Pero si otro niño, de la misma edad, pasa diez horas diarias en un gimnasio adquiriendo musculatura y mejorando su técnica deportiva, causaría admiración general.

La organización Save the Children ha puesto de manifiesto en su último informe que esta situación tiende a darse cada vez con mayor frecuencia en todos los países. El anfitrión de los Juegos Olímpicos de este año es uno de los estados que más vulneran la filosofía y el espíritu olímpicos. China ha preparado con métodos espartanos a un ejército de deportistas cuyo único fin vital es la consecución de un metal que colgarse del cuello. Niñas gimnastas son sacadas de sus hogares, con el consentimiento de sus padres, para vivir en un régimen de esclavitud, pasando sus mejores años en un gimnasio, y con una alimentación impropia de un niño. La ganadora de cuatro medallas en Munich ‘72 con 15 años de edad, Shane Gould afirma que el movimiento olímpico trata a los deportistas más jóvenes “como títeres”.

Como casi siempre son los niños los más damnificados por las exigencias de la sociedad actual. Muchos menores del África sub sahariana se embarcan en peligrosos viajes por el desierto y en pateras con la ilusión de recalar en las canteras del Real Madrid, el Milán, el Ajax de Ámsterdam o el Lyon. Los mejores clubes de Europa se ocupan de traer en avión talentos jóvenes africanos, a los que luego abandonarán a su suerte si no cumplen las expectativas, sin un trabajo, sin una formación, y sin papeles con los que poder permanecer en Europa. Los futbolistas ejercen una gran influencia en la sociedad. Su forma de jugar es admirada por todos, pero también lo es su manera de vestir, de hablar, de vivir. Si se formase a los deportistas como personas íntegras y maduras, con los más mínimos conocimientos culturales e históricos de los países por los que se mueven, esa influenciase tornaría y positiva y beneficiosa para los más jóvenes.

El lema olímpico “Citius, Altius, Fortius” más rápido, más alto, más fuerte tal vez debiera cambiarse por “Más bello, más humano, mejor”, como propuso el pedagogo y filósofo del deporte José María Cagigal. Porque el deporte es, según el escritor francés Jean Giraudoux, el esperanto de todas las razas, y no debemos olvidar que en la cita Olímpica que viviremos en unos días habrá niños de todas las edades que no han disfrutado de su infancia, y que probablemente se sientan desorientados en su vida adulta.

(*) Periodista
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