El tacnazo

Por Gustavo Espinoza M. (*)

El Tacnazo, expresión más reciente de la crisis que agobia al Perú de nuestro tiempo, empezó el pasado jueves 30 de octubre a partir de la decisión adoptada por el Congreso de la República modificando el criterio de aplicación del denominado "Canon minero" conforme lo había exigido la población de Moquegua, alzada unos días antes. Gracias a la nueva disposición del Legislativo, la ciudad fronteriza, que venía recibiendo el 79% del Canon, pasaría a obtener solamente el 48%, en tanto que Moquegua subiría sus ganancias del 21% al 52%, en aplicación del nuevo criterio de regulación de este beneficio.


Lo curioso es que actualmente ninguna de las dos regiones recibe los porcentajes a los que realmente tiene derecho. Y eso ocurre porque ninguna, tampoco, posee capacidad de gasto, ni proyectos que le permitan hacer uso del beneficio que, objetivamente, luce apenas como expectaticio en las condiciones de hoy.

En ambas localidades, como se sabe, opera la empresa norteamericana Souther, que llegó al Perú durante la dictadura de Odría, en 1953, para explotar el cobre de Toquepala. Años más tarde —en la década de los 70— extendió sus operaciones al departamento de Moquegua al obtener la concesión de los yacimientos de Cuajone de los que extrae mineral de más alta ley.

La empresa yanqui es, ciertamente, la más poderosa del país. Sus utilidades superan claramente a las de otras del sector y se incrementan anualmente con una facilidad asombrosa. Y es que a la calidad del mineral, hay que añadir el incremento de precios del cobre en el mercado mundial y el crecimiento de la producción, que sitúa a nuestro país como el segundo productor de cobre de América Latina.

Ocurre, sin embargo, que, como es habitual, los ingresos descomunales de la empresa imperialista no se quedan en el Perú, del mismo modo como tampoco se queda el mineral extraído. Tacna —y Moquegua— aportan la riqueza, pero luego les queda sólo tierra removida, y una contaminación ambiental que reduce la expectativa de vida en toda la región, porque los humos de Toquepala llegan incluso hasta desdibujar el "eterno cielo azul" de la bella ciudad de Arequipa.

Precisamente este Canon —una suerte de compensación por la destrucción de la biodiversidad— se estableció como una manera de asegurar beneficios a una población castigada que ve acumular riqueza en beneficio de otros, y hambre y atraso en su propio granero.

Este tema de la nueva distribución del Canon era lo que podría llamarse una "guerra avisada". Había sido manejada desde antes por las autoridades precisamente como una manera de alimentar rivalidad, y confrontaciones, entre las poblaciones del extremo sur de la patria. Y por eso nadie hizo esfuerzo alguno para que prosperar la idea de convocar a ambos pueblos a fin de encontrar caminos comunes a su crisis. Por eso, la aprobación de la nueva ley fue el punto de partida para el Tacnazo que hoy remece la base misma de la sociedad peruana y coloca a las autoridades ante un callejón de salida estrecha. El mismo día en el que el Congreso de la República sancionó la disposición, una masiva demostración popular espontáneamente reunida en Tacna expresó una inequívoca voluntad de lucha. Al día siguiente se agravaron las tensiones y la agresiva intervención policial derivó en la muerte del ingeniero Arpasi, afectado por el disparo de una bomba lacrimógena que le partió el cerebro.

Puesto ante una disyuntiva falsa: la de ceder ante la exigencia del pueblo mostrando debilidad o imponer por la fuerza el "principio de autoridad", el gobierno dispuso la intervención de la Fuerza Armada, y las pantallas de la televisión capitalina mostraron escenas que semejaban películas de guerra, y que en el Perú tenían antecedentes muy claros: Arequipa (junio,1950) y Huamanga, (enero, 1983).

Los tanques del ejército se desplazaban, en efecto, por el Paseo Cívico de Tacna en horas del día, en tanto que por la noche patrullas de soldados hacían operativos de "rastrillaje" en las zonas más pobres de la ciudad. El saldo no se hizo esperar. Otro poblador —Ronald Gamarra— cayó víctima de disparos hechos con arma de guerra y decenas de otros, heridos, fueron internados en diversos centros hospitalarios. Todos, eran víctimas de bombas arrojadas desde el aire y disparos de fusil. Adicionalmente, alrededor de medio centenar de personas eran intervenidas por los soldados y conducidos —como en tiempo de guerra— a centros de reclusión improvisados bajo custodia militar. Hay que subrayar, sin embargo, que por lo menos el 40% de los detenidos eran menores de edad, muchachos entre los 12 y los 18 años, acusados de participar en disturbios, actos de saqueo y vandalismo, y otras expresiones de indignada protesta.

Desde el exterior, manos cálidamente amigas nos enviaron un reporte de los hechos que muy pálidamente han sido insertados en la prensa peruana. El dice refiriéndose a lo ocurrido en el día más violento: "El populoso distrito Ciudad Nueva fue un polvorín desde las 10:00 hasta pasadas las 17:00 horas al producirse violentos enfrentamientos entre manifestantes y policías en los alrededores de la plaza José Olaya Balandra. Los choques dejaron un saldo de alrededor de medio centenar de heridos en ambos bandos, los cuales fueron socorridos y trasladados a diversos centros asistenciales. El uso indiscriminado de bombas lacrimógenas por parte de efectivos de la Dirección Nacional de Operaciones Especiales (Dinoes) de la Policía Nacional afectó a cientos de pobladores, entre ellos mujeres y niños que llorando y a punto de desfallecer se vieron obligados a abandonar sus viviendas en la calle Daniel A. Carrión y la avenida Internacional, zonas donde se repitieron los enfrentamientos con piedras, palos, perdigones, bombas lacrimógenas, bombas molotov y otros objetos contundentes. Lo que parecía un día más de protesta por el recorte del canon minero para Tacna se tornó violento cuando pobladores de Ciudad Nueva se reunían en la plaza José Olaya luego de haber izado el pabellón nacional y la bandera del distrito a media asta por la muerte del ciudadano Gelmer Arpasi. Los efectivos que resguardaban la comisaría de Ciudad Nueva habrían pensado que la turba pretendía tomar dicha dependencia policial, por lo que iniciaron disparos de proyectiles lacrimógenos para dispersar a los manifestantes y en respuesta fueron atacados con piedras por los civiles. La llegada de efectivos de la Dinoes y el vuelo de un helicóptero policial sobre la zona exasperaron los ánimos. Más de dos mil personas, en su mayoría jóvenes, se aglomeraron y arremetieron contra los uniformados por diez frentes (calles que dan a la plaza principal de Ciudad Nueva), produciéndose los enfrentamientos y convirtiendo en campos de batalla las vías del distrito". Todo esto, por cierto, está ampliamente confirmado.

Es claro que todas las detenciones han sido irregulares e improvisadas. Y han afectado a las personas que, ocasionalmente, estaban a la mano de los uniformados que en esa circunstancia patrullaban la ciudad. Nadie puede asegurar, entonces, que se trataba de los "agitadores" a los que se refirió el Presidente del Consejo de Ministros, Yehude Simon al abordar el tema. Y es que para el gobierno, la solución tiene nombre propio. Pasa por la rendición incondicional de un pueblo que hoy se bate valerosamente en las condiciones más adversas. Si no se rinde, no hay negociación posible, parece ser una suerte de consigna del oficialismo que se ha convertido en el grito de guerra de las autoridades.

Por eso sorprende la débil resistencia de la oposición. Al presentarse el Gabinete Simon en el Congreso la tarde de ayer jueves 6 de noviembre, las críticas duras provinieron de la descalificada mafia fujimorista, en tanto que los Partidos y fuerzas llamadas a enfrentar el tema, brillaron por su parsimonia y benevolencia. En otro escenario, las fuerzas que debían movilizarse, empeñadas hoy en acumular activos para procesos electorales, se abstuvieron de hacerlo; y así, el pueblo de Tacna combatió en solitario.

Hoy los tacneños han convenido una tregua limitada y han suspendido sus acciones de fuerza hasta el martes 11 en espera que el gobierno envíe una Comisión a la ciudad. Ejercen, sin embargo, otras formas de resistencia, compatibles con la situación que afrontan: las cacerolas han comenzado a sonar en los barrios, los plantones pacíficos se han convertido en expresión ciudadana, las banderas de la patria han comenzado a ser izadas, y la gente ha tomado conciencia que el tema, no es ya el canon, sino la mina.

Recuperar el cobre de Toquepala y Cuajone para usarlo en beneficio del Perú y de su pueblo, comienza a ser una demanda que se hace carne en la gente que ahora, plantea, además, el control sobre el agua. Y es que el agua que usa para sus tareas la impresa imperialista, sale de las lagunas situadas en las alturas de Tacna. Asegurar que esa agua no vaya a la mina, sino que se oriente hacia los campos casi desérticos para alentar la agricultura es la demanda que formulan hoy los habitantes de una ciudad que dio al Perú valerosas lecciones a través de la historia. Por eso le llaman "la heroica". El Tacnazo no ha concluido. (fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / www.nuestra-bandera.com