Por Herbert Mujica Rojas

Las refutaciones más desopilantes e insinceras se vienen escuchando luego que el presidente Vizcarra planteara en su mensaje, el cuestionamiento contra la reelección de congresistas. Hay legiferantes que superan los 20 años de asiento improductivo en Plaza Bolívar. El 95% huérfano de ideas, carente de visión u horizonte de país y alienta un tráfico cínico y disimulado de influencias y es puntal de fin de mes por caja por el sueldo que a veces no cobra.

Nos han dicho los zombies que no hay preparación para ser parlamentario evidenciando que les da mucho placer que el pueblo y sus impuestos paguen el supuesto entrenamiento. Además que sin reelección el Congreso comenzaría de 0 ¡cómo si aquella desprestigiada institución fuese algo más que ese dígito ínfimo! ¿Por qué, entonces, el singular planteamiento de eliminar la reelección convoca y aglomera esperanzas populares de no ver nunca más a rostros aburridos, plenos en mediocridad y con pizcas pícaras de estupidez congénita?

Dice N. Ledesma en buido texto que circulé ayer:

“¿Quieren carrera política?, esta es la ruta: 1 Miembro de Junta Vecinal; 2 Regidor; 3 Alcalde; 4 Consejero Regional; 5 Gobernador Regional; 6 Congresista; 7 Ministro; y, 8 Presidente. Total 32 años de carrera política. El cargo político sería requisito indispensable para postular al siguiente, sin posibilidad de reelección.”

La reelección, en cualquier cargo, yugula o cercena la ansiada necesidad de remozar el escenario político tan en las sentinas de la historia. La perpetuación de rostros y estilos mediocres apisona la vulgaridad en la cosa pública como estilo miope de hacer las cosas y ¡en el peor modo! ¿Por qué tiene el pueblo que sufragar vanidades o tráficos de mercaderes en el templo de una democracia hoy más que distante?

El reeleccionista no procura su prolongación en el cargo para servir al público. Si alguna vez aquello fue una convicción, hoy es un pretexto manido, mil veces invocado y millares de oportunidades olvidado.

Se cacarea por institucionalidad y ésta debiera demostrarse a través del magisterio político de los que fueron congresistas por única vez y dedicados a la preparación de nuevos cuadros. ¡Pero no, hay quienes se creen en el “derecho” de “representar a su pueblo”! ¿Con quiénes han hecho pacto para las finanzas de sus campañas y la propaganda en los miedos de comunicación? Preguntas que jamás responderán y cuyo misterio acusa a no pocos.

El cargo público, pagado por los impuestos populares, requiere ser presea cívica vinculada a los mandantes y ¡a nadie más! ¿Qué el sueldo es diminuto? De repente y que se corrija, pero que a los rateros in fraganti se los deposite en la cárcel y para siempre. Muchas vacas sagradas estarían temblando porque su negocio es precisamente el sinfín de ruedas giratorias y una timba de influencias.

Acudamos nuevamente al texto de N. Ledesma:

“No hay dudas: Sin experiencia y sin legitimidad popular; con sentencias judiciales por corrupción en la función pública, con deudas al Estado, con una conducta nada ética y antisocial, con violencia familiar o vecinal, con intercambio de favores y privilegios; los políticos sólo serían cabilderos bellacos de intereses particulares o corporativos, que se cobijan en partidos políticos como organizaciones privadas que asaltan el poder público”.

En efecto, en Perú y en otras naciones latinoamericanas el cargo público equivale a un recurso dinerario que produce pingues ganancias y oscuras negociaciones muy sucias.

 

31.07.2018