Herbert Mujica Rojas

El jueves pasado el Congreso incurrió en su última hazaña al negar el permiso solicitado por el presidente Castillo para visitar el Vaticano y reunirse con el papa Francisco. Semanas atrás hizo lo mismo cuando la toma de mando de Petro en Colombia.

 

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El legislador Jorge Montoya, luminaria de inteligencia y estrategia política, ha musitado que el jefe de Estado ya no pida esas licencias porque las van a negar. Cuando en 200 años algún sufrido historiador se atreva a hacer la crónica del actual Parlamento, tropezará indudablemente con el aludido.

Sobre las falencias y taras del Congreso había escrito con temprana ferocidad Manuel González Prada en Nuestros legisladores, Horas de Lucha, 1906:

“Entonces ¿de qué nos sirven los Congresos? ¿Por qué, en lugar de discutir la disminución o el aumento de las dietas, no ponen en tela de juicio la necesidad y conveniencia de suprimirse?”.

Particularmente este Congreso ha sido uno de los peores entre los más malos. Sin mayores luces intelectuales o culturales ¡ni qué decir de olfato político! El arte de la concertación y la superior mira del país en su conjunto no existen. Sólo han dado patética muestra de buscar la vacancia del presidente Castillo a troche y moche. Y el ridículo de sus intentonas habla por sí solo.

¡Como el camino de la vacancia no coronó su protervo cometido, ahora el deporte es tirar de portazos a las solicitudes de permiso para viajar que les envíe el mandatario!

A posteriori la visita de Pedro Castillo a Naciones Unidas ahora es preciso censurar su discurso en el foro mundial de los países. ¿Llegan siquiera a 10 de 130 los que pueden demostrar en el Congreso, elemental comprensión de lectura? El lector tiene la respuesta.

Es pertinente preguntar si ¿el pueblo tributante paga para que los legiferantes hagan exhibición pública de tanta pobreza moral?

Refiriéndose al Congreso, Manuel González Prada en su filudo artículo Los honorables (Bajo el oprobio, 1914), produjo una definición lapidaria que el tiempo no ha podido borrar:

“Hasta el caballo de Calígula rabiaría de ser enrolado en semejante corporación.”

Seamos francos, el Congreso carece de rumbo y está al vaivén de las mediocridades de sus integrantes.

La superficialidad brota de los legisladores de modo espontáneo y sus alocuciones navegan en la epidermis pero ¡eso sí! el rostro grave, el gesto teatral, la voz engolada, la promesa de cumplimiento endosada al asesor que toma nota atenta para olvidarse del asunto a los 5 minutos.

Más aún, se refocilan cuando les llaman doctores o el chofer abre las puertas del vehículo asignado para su uso. La gran mayoría no descifra aún los códices elementales del manual de Carreño pero en la tarima legislativa son sabios civiles, dueños de la ciencia infusa que sólo ellos entienden.

Una parlamentaria fujimorista insospechable de cualquier barrunto de cerebro, se empecinó, a raíz de un artículo mío en Liberación, en conocer la dirección de don Manuel González Prada porque –según me dijo el atribulado asesor- le “iban a plantear una demanda por difamación agravada”.

Entonces como hoy reproduzco el texto de don Manuel:

Decía González Prada en el artículo citado:

“Porque en todas las instituciones nacionales y en todos los ramos de la administración pública sucede lo mismo que en el Parlamento: los reverendísimos, los excelentísimos, los ilustrísimos y los useseñorías valen tanto como los honorables. Aquí ninguno vive su vida verdadera, que todos hacen su papel en la gran farsa. El sabio no es tal sabio; el rico, tal rico; el héroe, tal héroe; el católico, tal católico; ni el librepensador, tal librepensador. Quizá los hombres no son tales hombres ni las mujeres son tales mujeres. Sin embargo, no faltan personas graves que toman a lo serio las cosas. ¡Tomar a lo serio cosas del Perú!

Esto no es república sino mojiganga.”

 

10.10.2022
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas