Héctor Vargas Haya

 Un suceso de indudable dramática trascendencia fue el suicidio del cuestionado ex presidente Alan García Pérez, acaecido el 17 de abril de 2019, porque insta a indagar las causas de tal determinación.

 

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Hace más de seis décadas, el gran literato, historiador y político colombiano, José María Vargas Vila, decía del suicido, cuando la vida es un dolor, el suicidio es un derecho, y cuando la vida es una infamia, el suicidio es un deber”.

Y si de un deber se trata, el suicida lo ha cumplido, cuando acuñó la expresiva frase “SÍ SÉ LO QUE DEBO HACER “EL DEBER ES MÁS FUERTE QUE LA VIDA Y QUE LA MUERTE JUNTOS”.

Terminante declaración consignada en el epílogo de su “metamemorias”, del que aparece que el 31 de diciembre del 2018, entre otras trágicas expresiones, decía: “mañana será otro año, otro tiempo, aunque en él, si lo alcanzo, tal vez los reencuentre”, y remataba con un adiós a París, a Madrid, a sus amigos, a sus compañeros y a sus hijos y concluía: “No sé qué ocurrirá después, pero sí sé lo que debo hacer”.

Tal decisión, colindante con una suerte de aparente inestabilidad psíquica, se vio agravada con su cuestionada trayectoria política, a tal punto que su obsesión suicida, derivada de sus controvertidos actos políticos, tuvo su desenlace el 17 de abril del año siguiente (2019). Así, bajo el epígrafe “LA RAZÓN DE MI ACTO”, declaraba su negativa y rechazo a aceptar el “vejamen de verse como otros que desfilaron esposados”.

No es el único caso. Fueron suicidas, aunque en circunstancias diferentes, Getulio Vargas, de Brasil, el 24 de agosto de 1954; Salvador Allende, presidente de Chile, el 11 de septiembre de 1973, en una gallarda actitud de no ceder ante el bárbaro atentado del tirano genocida Augusto Pinochet; Antonio Guzmán, de República Dominicana, en 1982, acusado de actos de corrupción, y Roh Moo-Hyon, de Corea del Sur, el 26 de mayo del 2005, igualmente imputado de enriquecimiento ilícito.

El suicidio de García, no pasaría de ser uno más, si su publicitada METAMEMORIAS, no contuviera imaginarias historias, que nos recuerdan a la impactante obra del gran escritor ruso, Nicolai Gogol, sólo que a diferencia del personaje del conmovedor relato, el suicida presidente peruano no sólo fabricó sucesos, todos imaginarios, sino de épocas en las que él aún no había nacido, en demostración de  una caudalosa y obsesionante alucinación.

Escandaliza, en sumo grado, su inconsecuencia y el atrevimiento de censurar sin recato a Víctor Raúl Haya de la Torre, a quien le adjudica el “error de la impaciencia” sin reparar que el fundador del Partido Aprista Peruano (PAP) debió luchar y esperar cinco décadas, desde 1930, aciaga etapa de persecución y proscripción de los partidos políticos, de sus dirigentes y militantes, por obra de tiranos, etapa en la que el suicida aún no se hallaba ni en los planes paternales de sus progenitores, a no ser, que el suicida califique de paciencia al hecho de haber él claudicado pacientemente, entregándose a las fauces de los eternos enemigos del fundador del aprismo.

 

Hector Vargas Haya

Héctor Vargas Haya

 

Y en el colmo de la irreverencia, tratando de justificar su fracaso, llega a compararse con JESÚS, y dice que el Mesías, EN SU ÉPOCA NO PUDO LOGRAR LO QUE SUS SEGUIDORES RECLAMABAN, luego  se remite al supuesto, que según su insana apreciación, se relataría en la Biblia.

Refiere sus dudas, en varias páginas de su metamemorias, sobre las dimensiones del SACRIFICIO DE CRISTO, toda una alucinación. El gran escritor Nicolai Gogol habría podido contar, sin duda, con un tema de trascendencia, quizá de impacto superior al de su conocido relato al que tituló “El Diario de un loco”.

Si de impaciencia se trata, además de sus desenfrenadas ambiciones, ignora y soslaya sus inolvidables precipitaciones y desleales maniobras que el suicida protagonizó en su condición de Secretario de Organización del PAP, en los aciagos Congresos partidarios a partir de 1970, tras la muerte de Haya de la Torre. Rompiendo la unidad partidaria y presa de desesperación, se enfrentó contra el auténtico y legítimo candidato Andrés Townsend, para favorecer a Armando Villanueva, de quien el suicida dice sin rubor: “fui su principal figura”, y terminó como su heredero político electoral, apoyándolo en la candidatura presidencial a sabiendas de que Villanueva era un candidato perdedor, pero, sin empacho se convirtió en su jefe de campaña, con el agravante de haber abandonado la sede tradicional del Partido para trasladarse, sin recato, a la zona exclusiva de Chacarilla del Estanque, centro de recepción de aportes económicos, administrados sin control y fácilmente interceptables en el camino.

Y para justificar su desleal enfrentamiento a Townsend, lo descalifica en su Metamemorias, y dice de él que era “demasiado atildado para el espíritu de las bases”. Acaso pretendía que fuera un personaje de poses vulgares, aficionado a cantar y guitarrear en jaranas, en un afán de mostrarse liberal, danzando grotescamente, como si la democracia consistiera en la chabacanería.

En su alucinante narración, se enorgullece por haber sido amigo y seguidor de siniestros personajes, a los que recuerda con veneración, como el general Antonio Noriega, presidente de Panamá, conocido narcotraficante, apresado y encarcelado, de quien celebra su visita, en cierta ocasión en el Palacio de Gobierno en Lima.

Se refocila al recordar, con especial deferencia, a su más carnal amigo, su compadre y colombroño, Carlos Andrés Pérez, ex presidente de Venezuela, defenestrado personaje que terminó en la cárcel para purgar una condena por corrupción, después de haber sido descalificado por su propio partido Acción Democrática, en el Senado venezolano. Carlos Andrés Pérez fue aquel que cierta vez le aconsejó, con ocasión de su visita al Perú, que “el poder político debe marchar junto al poder económico” y parece que el suicida resultó su mejor discípulo.

No olvida a su grato amigo Agustín Mantilla y celebra su afinidad con Vladimiro Montesinos, a tiempo de recordar, sin recato, haber recibido de éste una ayuda económica de treinta mil dólares, bajo el título de “contribución” con el Partido, cosa que jamás se estilaba.

Recuerda, también al mismo Montesinos por haberle ofrecido a Mantilla el Ministerio del Interior de la autocracia de Fujimori, prueba de la funesta alianza con el autócrata Fujimori, iniciada en 1990 y prolongada sin plazo de vencimiento.

Pronto había olvidado que, en el proceso electoral de 1995, el suicida sí pactó descaradamente, en una oscura alianza electoral con su tradicional adversaria política, Lourdes Flores Nano, presidenta del partido Popular Cristiano, quien fuera la encargada de sustentar ante el Senado la acusación de la que García fue objeto en la Cámara de Diputados, con fecha 23 de septiembre de 1991, por una Comisión acusadora presidida por el entonces diputado Ántero Flores Araoz, por delitos de corrupción y enriquecimiento ilícito.

Ambos de la mano, acusado y acusadora, recibieron el más severo castigo del electorado, que los relegó a los últimos puestos, con la consiguiente eliminación del Padrón de Partidos Políticos, del Jurado Nacional de Elecciones, del Partido Aprista Peruano y del Partido Popular Cristiano, una alianza electoral con objetivos pecaminosos.

Con alucinante ego, adjudica a determinados políticos suramericanos el haber sostenido que él, García, era el “más grande orador de Latinoamérica”, y textualmente dice: “….Hasta que caí en cuenta de que compañeros y adversarios reconocían en mis discursos, la capacidad de comunicación……era una herencia emocional de Celia, mi abuela. Y tuve el honor de escuchar a muchos jefes de Estado, como Michael Pastrana, al rey de España y otros personajes que yo era el más grande orador de Latinoamérica y pensé entonces transferir a quienes desearan mi forma de expresión”.

Patológico auto elogio, pues confunde oratoria, con faramalla y facundia. Orador no es únicamente el que tiene facilidad para hablar. Orador fue Haya de la Torre, que hacía pedagogía y trasmitía sólidos conceptos de un ideólogo educador y maestro de juventudes, que además exigía probidad.

Oradores fueron Demóstenes, Pericles, Gandhi, Lincoln, Luther King, Churchill, Emilio Castelar, Allende y otros que legítimamente figuran en la historia.

En cambio, Pisístrato, adulador de la plebe, atraía mediante recursos ajenos al intelecto y que conducen a lo que se conoce como carisma: pose histriónica aprendida de los expertos en la facundia, verbosos y locuaces, manejadores de la fraseología y la garrulería, hábiles en la trapisonda y dominadores del escenario donde actúan.

La aludida “Metamemorias” es fecunda como generadora de títulos propios del psicoanálisis. Freud tendría abundante material.

He dejado para el final un aspecto que sin comentario, lo trascribo textualmente. Se refiere a su recorrido por Colombia y Francia, después de 1990: “…alternando con Colombia, en Francia recorrí las calles de París. Desde la estatua de Dantón hasta la Basílica, escuchando a Miterrand. Mis hijos estudiaban en el gran liceo público Janson de Saily. Yo vivía alternando los países y las conferencias políticas, con eventuales ocupaciones laborales como la distribución de bultos en camiones de la empresa Garridle en París o como consejero para la venta de seguros a los diplomáticos extranjeros…

Comencé a prepararme para un largo plazo. Gracias a Jorge del Castillo que actuó como corredor inmobiliario, encontré un comprador para la pequeña casa de playa de Naplo que adquirí en 1985, Jorge encontró un pretendiente dispuesto a la compra, Bruce Headitz, norteamericano y propietario de un casino en Lima, llegó una mañana al aeropuerto Charles de Gaulle, portando un maletín con el precio de la casa (150 mil dólares) y partimos hacia el notario Dominique Chigriot, de la calle Emile Zola y ante el asombro de éste, firmamos la venta de la casa de Lima y en el mismo contrato, el pago de la cuota inicial del departamento de la Rue de la Faisanderie, y con el representante la Banque Populaire, el crédito por treinta años por el 70%...se entregó en alquiler a un profesor universitario, que con sus pagos al Banco cubrió el saldo…...”.

Finalmente, dice: “comprendo que me hallo secuestrado en mi propio país, que camino en la habitación de una embajada y que ya culmina este 2018”.

Debía de haber reconocido que se hallaba autosecuestrado por sus propios actos, y que si terminaba su paso por la Embajada, era porque Uruguay, nación democrática ejemplar no podía supeditar a la amistad los fundamentos del Derecho Internacional, tradicionalmente respetados en aquella República, que le dio acogida humanitaria, pero no asilo político, esperanza utópica del hospedado, de contar con manto protector de impunidad.

 

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27.02.2023

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