Herbert Mujica Rojas

En El núcleo purulento, Bajo el Oprobio, Lima 1933, Manuel González Prada escribió sentencias que persisten, hoy como ayer y luego del canibalesco, inmoral y degradante espectáculo en el Ministerio Público, avergonzándonos como Nación.

 

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Los delincuentes en múltiples reparticiones estatales van revelando su mínima catadura moral cuanto que minúscula es la de testaferros, cómplices, adláteres y compinches en todas las agrupaciones políticas, burocráticas, jurídicas.

Recordemos con don Manuel:

“Mas nada debe sorprendernos en un país donde la corrupción corre a chorro continuo, donde se vive en verdadera bancarrota moral, donde los hombres se han convertido no sólo en mercenarios sino en mercaderías sujetas a las fluctuaciones de la oferta y la demanda. Una conciencia se vende y se revende hoy en el Perú, como se vende y se revende un caballo, un automóvil o un mueble. Admira que en las cotizaciones de la Bolsa no figure el precio corriente de un ministro, de un juez, de un parlamentario, de un regidor, de un prefecto, de un coronel, de un periodista, etcétera.

Y nos referimos particularmente a Lima que en el organismo nacional ejerce la función de núcleo purulento. Aquí nacen para cundir en toda la República los gérmenes patógenos, aquí se malean los hombres sanos venidos de las provincias a evolucionar en el mundo político. El provinciano, cogido en la zarabanda de los intrigantes limeños, comienza por adquirir una visión falsa de las cosas y acaba por sufrir una completa obliteración del sentido moral. No se cura de las lacras lugareñas y se contamina con los vicios de la capital. Un forastero alimeñado se vuelve peor que los limeños pur sang.

La desinfección nacional no puede venir del foco purulento; la acción necesaria y salvadora debe iniciarse fuera de Lima para redimir a los demás pueblos de la odiosa tutela ejercida por grupillos de la capital”.

Al momento de cerrar este informe, ignoramos si quienes debían renunciar, lo hicieron y se entregaron a la justicia por la comisión de sus atrocidades contra la ley en particular profundamente dañinas a la salud cívica del Perú.

Descubre el Perú, por enésima vez, que el togado, el magistrado de cuello y corbata, el legiferante y otras figuras y figurones, nunca fueron más que caricaturas y operadores de la corrupción, ese núcleo purulento que nos viene como maldición hace más de 200 años.

Una de las modificaciones que los brutos pretenden imponer se refiere a la mengua representativa de los grupos regionales. Obvio que eso promueve más de lo mismo: el largo predominio de una capital absolutamente de espaldas al país.

Con precisión afilada González Prada exclama que la desinfección nacional no puede venir del foco purulento, Lima. Aquí se guarecen los mecanismos principales de la trampa y la picardía. En una capital profundamente retrógrada, se cocinan los peores platos con miras estrechas y autistas.

¿Cuánto más bajo necesita Perú caer, para mostrar sus miserias horrendas y subalternas? Navegar en el fango, en aguas oscuras y amenazantes, no es lo mejor pero hay que salir de esas estaciones de alguna manera.

¡Precisamente! Es hora de romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz y decirle al pan, pan; y al vino, vino. Al sinverguenza, al ratero, al estafador de la fe pública y vendedor de sebo de culebra, hay que llamarlo por su nombre: ¡delincuente!

Todos los que han hecho del Ministerio Público escenario de sus trapacerías, merecen ser juzgados, apresados y castigados de tal manera que vitaliciamente les quede la puerta cerrada a cualquier institución del Estado.

Los pícaros se sombrean y esperan, viviendo del dinero deshonesto, fuera del Perú o en playas hermosas, disfrutando de viviendas y bienes frutos del robo. Otras veces la delincuencia internacional los coloca en puestos en entidades internacionales donde gozan de inmunidades diplomáticas. Es decir, el robo es su divisa aquí o acullá.

Y los pillos carecen de banderas o prescinden de ideologías a la hora de clavar la uña hambrienta en los fondos públicos. La historia reciente no distingue entre izquierda o derecha, podemos mostrar en las cárceles a redomados miserables a quienes da lo mismo Chana que Juana. ¿O no es así?

La oportunidad no es la mejor pero acaso constituya el desafío que hay que responder con firmeza y energía porque no hay licencia ni derecho para seguir envenenando al país. ¿Por qué hay que dejar un Perú aherrojado y sucio a las nuevas generaciones?

El Perú necesita una revolución moral. Hombres y mujeres de todos los partidos, de la multitud de colectivos, de las diferentes congregaciones religiosas y laicas, de todas las edades, de todos los confines, de todas las sangres, tienen el imperativo imperioso de pelear por la unidad.

 

28.11.2023
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