Carta al corazón del Aprismo
(Sustentación de mi renuncia a APRA MORAL)

La larga lucha por un país sin opresores ni oprimidos, abrazando siempre los ideales democráticos y libertadores de Haya de la Torre, han sido para mi esposa y para mí una firme convicción convertido en ideal de vida.

 

Para mí ese camino lo inicié hace casi 32 años atrás cuando desde las aulas escolares forjamos, con mi apreciado amigo y compañero Rómulo Vásquez, hoy polvo en viaje a las estrellas, un periódico mural en el que confirmamos nuestros sólidos principios morales y apristas desafiando, inclusive, la autoridad de nuestro centro escolar.

Para mí esposa se inició con nuestro afortunado encuentro aquí en Boston, Estados Unidos. Proveniente de un país comunista, lo que fue Checoeslovaquia (hoy República Checa), sus aspiraciones de libertad y justicia social coincidieron y se identificaron con mis relatos en torno a la lucha del Aprismo por la defensa de esos mismos ideales. Años más tarde, y cuando se presentó la primera oportunidad, mi esposa Ludmila se afilió oficialmente al Partido Aprista Peruano.

Desde entonces nuestro camino por la política ha sido largo. Ella y yo juntos, debatiendo lo que debía escribir o las acciones que debía tomar para que nuestra lucha beneficie al partido y al país. En ese aspecto ella ha contribuido a organizar mis ideas en largos y fructíferos debates y ha sido y es mi más acucioso crítico y mi mejor consejera.

Y en ese camino también compartimos el hermoso interés que tenemos por todo cuanto sucede a lo largo y ancho del planeta, asi como la nueva dirección que está tomando el mundo que determinará el destino de cada uno de nosotros y, tal vez, el futuro.

En ese esfuerzo -que no ha sido personal porque se comparte todo con la mujer que se ama-, hemos sufrido muchas desilusiones y pocas veces hemos celebrado algún triunfo que signifique el triunfo del pueblo del Perú sobre sus opresores.

La última experiencia que hemos vivido los dos ha sido realmente tremenda, y aún no terminamos de recobrarnos porque teníamos grandes espectativas en esta nuevo intento por dotar a la militancia del APRA de un camino nuevo y una esperanza para el pueblo del Perú.

Porque hemos sido testigos, los dos, que las mismas taras, es decir la mentira, la ambición, la corrupción, la tiranía y el desprecio por la democracia, así como la destrucción del prójimo por apetitos personales e, inclusive, la traición premeditada y concertada (la única concertación que parece ser exitosa en la política del Perú), se hallan entronizadas en un movimiento político que afirma combatir, por la radio y por el internet, a los secuaces que han secuestrado al partido de Haya de la Torre por el uso vitando de esas mismas lacras, que asolan la política peruana.  

Por ello he tenido que alejarme, cuanto antes, de un colectivo, APRA MORAL, que internamente no se diferencia en los más mínimo con todo aquello que enloda a la patria. Y porque en ese colectivo, que no pasa de ser un grupo minúsculo de cuatro personas en “asamblea” (y de las cuales una que reside en Lima todavía puede reinvindicarse si aprecia más su propia biografía que el silencio cómplice), ha resultado ser una agrupación sin el menor respeto por valores democráticos, por decisiones colegiadas, por trabajo en equipo, por la verdad y el respeto al ser humano y, lo que es peor, por el manejo transparente de sus finanzas.

La tragedia del Perú es el abismo que existe entre el discurso y la vida privada de sus políticos, o la forma como administran sus agrupaciones políticas. Ellos no son amigos de la verdad y privilegian la forma, la imagen, la hipérbole de la palabra para la satisfacción de sus apetitos personales, dejando de lado los altos intereses de la nación.

Y cuando uno de ellos está en peligro de ser descubierto hacen causa común, porque ese pacto infame, escrito sobre el mismo denominador de sus negras biografías políticas, garantiza su cohesión como grupo.

No lo garantiza el ejemplo de vida de Haya de la Torre, no lo garantiza su vocación por servir al pueblo, no lo garantiza su transparencia en el manejo legal de sus fondos, no lo garantiza la defensa interesada y oportunista de un médico injustamente sometido a prisión y a quien ellos inicialmente atacaron con públicos epítetos salvajes. No lo garantiza una radio que lleva el apellido de Víctor Raúl, pero que en realidad, y lo pueden comprobar, sirve únicamente para promocionar las 24 horas del día la imagen del director de ese medio de comunicación.

No lo garantiza su ataque al presidente García, porque en esa batalla, aparentemente pura, se esconde en su interior un propósito que, de materializarse, sería mucho peor que aquello que exhibe la degenerada banda que lamentablemente gobierna al país.

     El espejo por el que miden sus ambiciones personales es el mismo espejo que refleja hoy la corrupción, la mendacidad, la traición que domina las altas esferas de la política y la élite peruana y que viene produciendo hambre, miseria y sufrimiento al pueblo del Perú. Son todos ellos almas gemelas.

En varios artículos he aludido insistentemente a los problemas del alma que impiden el desarrollo del país. No he sido el único en llamar la atención sobre ese particular. Próceres de la independencia, libertadores, historiadores y observadores internacionales se han referido puntualmente y con mayor énfasis y acrimónia a ese factor espiritual, que está matando las buenas intenciones y las esperanzas de los buenos peruanos.

Así, por ejemplo, Basadre dijo, refiriéndose a los problemas del Perú de hoy y recogiendo una sentencia que hiciera del Perú de ayer, que “el siglo XIX estaba lleno de peruanos que se fueron exiliados porque encontraron la patria demasiado absurda” ¿Y acaso no fue Bolívar, tan recordado en estos días de “chavismo”, quien se refirió al Perú como un país que “está afligido de pestilencia moral”? Y Alberto Tauro en su interesante libro “Viajeros en el Perú Republicano” revela que el inglés Robert Skogman dijo al pasar por Lima en 1852 que “casi todos los funcionarios, tanto civiles como militares, son considerados deshonestos y sobornables. De modo que el criminal detenido puede generalmente comprar de vuelta su libertad mediante una suma determinada”.

Más tarde Víctor Andrés Belaúnde se ocupó de las “cadenas del alma” que afectan al país y señaló que “excepción hecha de una que otra personalidad superior, todos en el Perú somos en nuestra vida individual incoherentes. Nos faltan ideas centrales y pensamientos directores. Necesitamos someternos a una higiene espiritual que aparte las solicitaciones múltiples y las aspiraciones divergentes”.

A toda esta larga lista de personajes célebres que llamaron la atención a los problemas espirituales del Perú se agregan nombres irreprochables como Salazar Bondy y extranjeros como Humboldt o el propio Darwin (quien enjuició al pueblo peruano que él vió como “depravado y borracho”).

Todos estos hombres ilustres hicieron duras y negativas abstracciones en torno al país y que, en realidad, y vale aclararlo puntualmente, son el producto directo de la acción de agentes políticos, líderes oficialistas y de oposición “moral” que han encontrado en el terreno de la política no un bosque fértil para consagrar los altos ideales que defendió Víctor Raúl sino la vergonzosa oportunidad de buscar el poder para su propio beneficio, condenando al pueblo a la ruina, a la miseria y a la explotación, o al ostracismo voluntario en tierras extrañas donde su fuerza de trabajo ha encontrado, felizmente, el beneficio de una institucionalidad política abierta y civilizada que les ha permitido rehacer sus vidas.

    Hoy la historia se repite desde el poder y desde la oposición aparentemente “moral” y la tragedia de la patria se hace, por ello, más profunda y dolorosa para muchos de nosotros que hemos visto caer uno a uno en las garras de la ambición, la corrupción y la mentira, a seres humanos que fueron amigos y cuyas almas estaban destinadas a grandes y hermosos propósitos.

    Para mí, y para mi querida esposa que vivió conmigo esta última e infortunada experiencia, se cierra un capítulo más en nuestra relación terca y permanente con la política del Perú.

Nos llevamos con nosotros no solamente la horas vividas y compartidas de una ilusión que se tornó en tremenda pesadilla, sino también las pruebas documentales de esa tragedia, por dos razones poderosas: La primera, muy personal, porque ya he recibido la amenaza directa de uno de los implicados que busca evitar con tretas legales, de las cuales es experto, que esos documentos salgan a la luz y es mi propósito y el de mi mujer viajar al Perú y compartir con mi padre enfermo tal vez su última navidad. Y la segunda, porque considero que los integrantes de ese colectivo, al que yo he renunciado, tienen un juez que es más poderoso que la justicia de los hombres. Contra él no caben sus argucias, sus mentiras, sus maquinaciones diabólicas. El los juzgará y sobre ellos caerá todo el peso de la justicia divina.

Nosotros, sin embargo, insistiremos otra vez en nuestro romance con el Perú, porque creemos que debe existir alguna forma de hacer política, con decencia y honestidad. Y esa es nuestra virtud, porque aún acusando el golpe artero de la vida política persistimos, porque creemos firmemente que en lo más profundo del corazón de todos los peruanos -de ese pueblo a quien Víctor Raúl amó sin reservas-, especialmente de los que sufren, late la esperanza de luchar por el triunfo de la justicia social y la felicidad para sus propias familias.

Al cerrar esta carta que constituye mi sustentación a mi renuncia al movimiento APRA MORAL, queremos mi esposa y yo, en primer termino, agradecer la amistad pura y desinteresada de CESAR VASQUEZ BAZAN y HECTOR ALVA, asi como de HERBERT MUJICA, WILFREDO PEREZ RUIZ y PIA HILDEBRANDT, y también las palabras de aliento de JORGE MONTENEGRO.

Y finalmente queremos mi esposa y yo elevar una plegaria al Dios de nuestros padres por el pueblo del Perú, por su liberación y la superación de todos los problemas profundos que lo afectan y lo alejan cada día más del bienestar y la seguridad de que gozan otras naciones del mundo.

Con afecto,

Marco y Ludmila Flores

Boston, 5 de Noviembre del 2007