Es tiempo de los ciudadanos

Por Xavier Caño Tamayo*


Hasta finales del siglo XIX, la esclavitud era normal. En el  XIX, muchos niños trabajaban en las minas y era normal. Los obreros trabajaban todas las horas del mundo sin festivos y era normal. Las mujeres eran legalmente seres de segunda hasta hace cincuenta años y era normal. Hasta 1984, la tortura no era ilegal en el mundo. Hasta mediados del XX, se podía destruir la naturaleza en nombre del progreso, contaminar ríos o talar bosques salvajemente y era normal...


Barbaridades, crímenes, injusticias, agresiones y atentados contra la vida y la dignidad. Si se ha puesto algún coto es porque hombres y mujeres se han opuesto. Han luchado por la justicia, la igualdad, la libertad y la vida.

Hoy crece una alianza indecente entre poder económico y político que vacía y caricaturiza la democracia. Una obscena concentración de poder económico ha arrodillado a gobernantes y legisladores, ha viciado y corrompido la democracia en beneficio de la minoría privilegiada que detenta el poder económico.

En Europa, Estados Unidos y otros lugares, una presunta izquierda ha gobernado según los intereses de esa minoría. Un jefe de gobierno que se dice socialista, como Zapatero, dice que respetar la libertad del mercado y la competencia son sus principios económicos. Uno creía que los principios económicos de un socialista eran conseguir un reparto más justo de la riqueza o, en su defecto, que los desfavorecidos sufran lo menos posible.

La izquierda socialdemócrata, antaño favorable a los trabajadores, ha sido pusilánime, temerosa, asustadiza y apocada. No ha cuestionado el brutal capitalismo neoliberal. Lo ha servido y se ha arrugado ante sus falaces medios informativos, incapaz de políticas solidarias, justas y fraternales, cómplice hoy de la malintencionada falacia de que si los banqueros recuperan sus indecentes beneficios, se recuperará la economía.

Quizás por ello, quienes causaron la crisis por su estulta y voraz codicia siguen en sus trece, convencidos de tener patente de corso para  actuar como les venga en gana a mayor honra y gloria de sus obscenos beneficios.

Es hora de que los ciudadanos actuemos como tales. Que dejemos de funcionar como  súbditos. Ya no vale ir de fajadores. El fajador es el boxeador que aguanta los golpes;  sin tener buena pegada ni buen juego de piernas, el adversario no cae a la lona por mucho que lo zurren. Hemos de pasar ya de fajadores a ciudadanos. Protagonistas de la vida que luchan para lograr los cambios necesarios.

Batallar de nuevo por principios y valores. Llamar a las cosas por su nombre. Un arma de la minoría privilegiada es vaciar las palabras y convertir el lenguaje en herramienta de ocultación, de mentira y no de aproximación a la verdad. La primera batalla es la de la verdad.

Como escribe el periodista Arturo San Agustín, “ninguno de los males que nos aquejan nos hace salir a la calle en masa para protestar. Por eso continúan engañándonos. Somos inofensivos”.

Pues hay que dejar de serlo. Que no significa ser violento. Gandhi logró una India independiente sin violencia. El mismo Gandhi que lamentaba que “lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”.

Ni silencio ni indiferencia. Hemos de reaccionar y ejercer de ciudadanos, dueños del poder político soberano. Y huir de la mentirosa estupidez neoliberal de que uno sólo debe dedicarse a sus asuntos. Como si fuéramos islas. Y no lo somos.

Martin Niemüller, un valeroso pastor luterano alemán, tenaz crítico de Hitler que organizó un movimiento alemán contra el nazismo, nos lo recordó en unos versos (erróneamente atribuidos a Bertolt Brecht): “Cuando los nazis apresaron socialistas, no dije nada, pues yo no era socialista/ Cuando detuvieron a sindicalistas, no dije nada, por no ser yo sindicalista/ Y cuando se llevaron a los judíos, tampoco protesté, porque yo no era judío/ Pero vinieron a buscarme, y entonces ya no había nadie que pudiera protestar”.

Todo compete a todos y nadie puede pretender ser ajeno a los problemas de los demás, porque son los de todos. Hay que ponerse en marcha. Y recordar, con el poeta Marcos Ana (el preso político que más tiempo estuvo en la cárcel bajo el franquismo) que los cambios son lentos cuando son cambios de verdad. Pero hay que luchar por ellos.

 * Periodista y escritor