La OEA latinoamericana

Por Manuel Rodríguez Cuadros*

Uno de los rasgos propios de América latina es el irresuelto debate sobre su identidad. La región ha ingresado ya a su bicentario y la pregunta que sacudía la conciencia política de criollos y mestizos de Lima, México, Buenos Aires o Caracas en 1810 ó 1826 sigue siendo la misma doscientos años después: ¿Qué es América latina? ¿En qué consiste el ser latinoamericano?


En un ensayo premiado, latinoamericanos buscando lugar en este siglo (2002), Néstor García Canclini sostiene que el ser latinoamericano es una pluralidad que puede diluirse con la globalización y que los estudios antropológicos, de economía de la cultura y la literatura ofrecen una visión ambivalente sobre la viabilidad de la región.

Se ha vuelto a plantear la cuestión de la identidad latinoamericana. Y no son pocos los que niegan su existencia. Creo es un error identificar identidad con homogeneidad. Ciertamente, existen rasgos comunes en la sociología y la cultura latinoamericana. El idioma oficial, usos, costumbres, representaciones culturales. Pero las especificidades nacionales, regionales y locales filtran una homogeneidad básica con un torrente de diversidad múltiple y rica.

Reconocer la diversidad y aflorarla con un enfoque de derechos, es LA PRIMERA tarea para preservar y desarrollar la identidad regional. Hay que hacer visible de una vez por todas la pluralidad cultural y étnica de la región y en esa diversidad afirmar lo nacional, en cada caso, y lo latinoamericano como realidad agregada.

Esta apreciación es también válida en el ámbito de lo político. Desde hace doscientos años está planteada la cuestión de si América latina es, no es o puede ser un actor político diferenciado del sistema internacional, regional y mundial. Aquí las ambivalencias son mayo-res. Desde el 7 de diciembre de 1824, cuando Simón Bolívar envió la nota de invitación a las naciones libres de América al Congreso de Panamá para constituir una confederación que “nos sirva de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos… y de conciliador, en fin, de nuestras diferencias”, hasta nuestros días el sueño de una organización política latinoamericana no se ha podido concretar. Es la única región del mundo que no tiene una organización política propia. Lo más cercano es Unasur que se originó en la Comunidad Sudamericana que desde Torre Tagle impulsamos y creamos el año 2004.

¿Por qué este desencuentro de América latina consigo misma? John Spanier y Steven W. Hook (American Foreing Policy, 1995) indican que la Doctrina Monroe (1823) tuvo que ver mucho al iniciar una temprana influencia de Estados Unidos en la política exterior latinoamericana. Lo cierto es que, por lo menos, esta influencia descartó el latinoamericanismo y lo sustituyó por el panamericanismo. Este último no está mal, es indispensable. Pero, el error de perspectiva de nuestras elites dirigentes fue no concretar en 190 años una OEA latinoamericana. Hoy, en Cancún, puede cambiar la historia, si los jefes de Estado deciden sustituir el Grupo de Río por una organización política de América latina y el Caribe. Todo indica que así será.

* Ex Canciller y actual embajador del Perú en Bolivia

La Primera, 24.02.2010