La iniciativa de poner el hilo en la aguja

Por Xavier Caño Tamayo*
 

Por un lado, la minoría privilegiada imponiendo austeridades y reducciones del déficit a cualquier precio, más impunidad del mundo financiero, reformas laborales para debilitar a los trabajadores, servilismo de los gobiernos... 


Por otro, la inmensa mayoría que necesita creación de empleo, que no nos carguemos la Tierra, que disminuya la desigualdad, que se reparta la riqueza...

Un claro enfrentamiento entre la minoría (con sus obscenos e ilegítimos intereses) y la inmensa mayoría con su indiscutible derecho a una vida digna. Por eso, al encarar la crisis y sus consecuencias es preciso determinar si las personas y sus derechos son referente de las propuestas. Quizás ingenuo, pero ¿acaso la Declaración Universal de Derechos Humanos es sólo un adorno? Es el camino. Por eso la crisis y cómo resolverla es cuestión de derechos humanos. O no hay solución.

Así, Bill Mitchell, profesor de Teoría Económica de la universidad de Newcastle (Australia), denuncia que “los gobiernos del mundo, azuzados por financieros, FMI, OCDE y G20 van en estampida para ejecutar programas de austeridad y controlar déficits. Pero en toda la propaganda sobre  austeridad se pierde de vista el verdadero problema. Porque miles de niños morirán como resultado de las necias políticas de austeridad fiscal, únicamente pensadas para satisfacer a las élites sociales ricas”.

O, como denuncia Intermón Oxfam, podríamos añadir que diariamente uno de cada seis habitantes del mundo no sabrá si ese día comerá. O que en los países del euro ya hay más de 15 millones de desempleados. Que una de cada cuatro jubiladas españolas está condenada a la pobreza. Que... Suma y sigue. Los derechos humanos de millones de personas, pisoteados.

Pero, además de insolidaria e injusta, la minoría privilegiada es necia (del latín nescio, nescire, nescivi, nescitum: no saber, ignorar) y su codicia es tan estúpida (necia, falta de inteligencia) que no se percatan de que sus recortes y austeridad es apostar por el desastre. Incluso el New York Times dice en un reciente editorial que “al súbito entusiasmo por la austeridad fiscal, especialmente en economías fuertes, le saldrá  el tiro por la culata, condenando a Europa a muchos años de estancamiento o algo peor. Y Estados Unidos corre el mismo riesgo enorme. Los Demócratas han abandonado el estímulo económico y la creación de empleo por la verborrea contra el déficit”.

Costas Lapavitsas, investigador del Research on Money and Finance de Londres, ha diagnosticado que “todo conduce al viejo error de reducir el gasto público antes de que la economía se  recupere. Ese resurgir conservador está directamente relacionado con los intereses financieros, los mismos que nos metieron en la crisis. Callaban cuando fueron rescatados, pero ahora dictan la política en Europa. Ese calvinismo tan alemán de la austeridad es muy peligroso y puede arrastrar a Europa a un estancamiento muy prolongado”.

Para acabar de rematar ese pésimo envite, resulta que el problema no es el déficit de los Estados; un déficit que, por cierto, los Gobiernos contrajeron para salvar a los bancos. Los mismos bancos rescatados que, con los “mercados”, ahora mienten, siembran rumores, chantajean y especulan sin piedad. Aunque el problema es la deuda de bancos de unos países con bancos de otros. Los bancos no se prestan entre sí, porque se deben mucho a otros y no se fían ni un pelo unos de otros. No hay crédito. Y sin crédito la economía real no funciona.

Por tanto, si además de explotadora, codiciosa e injusta, la minoría privilegiada es necia, no esperemos que los de arriba resuelvan la crisis. “Los de arriba” son gobiernos,  instituciones económicas nacionales e internacionales más bancos y “mercados”, fundidos en un totum revolutum de imposible digestión. 

Somos nosotros (ciudadanos, asalariados, capas populares: la inmensa mayoría) quienes hemos de  poner el hilo en la aguja. De momento, resistir, informarse, saber y debatir. Para no perder pie, para saber dónde estamos.

Y, cuanto antes, mejor que más tarde, volver al trabajo ciudadano colectivo, pasar de la resistencia a la acción. Sin dejar de ayudar a quienes estén peor que nosotros.

Con imaginación, con decisión, con tenacidad y sin ira (sin ninguna ira); sin dejarnos llevar por emociones encontradas, que suelen ser pésimas consejeras.

O tomamos la iniciativa o no salimos de ésta.

* Escritor y periodista, Centro de COlaboraciones Solidarias