Regular, regular que el mundo se va a acabar


Por Humberto Campodónico


En EEUU y Europa está a la orden del día la discusión acerca de la nueva legislación financiera que los diferentes gobiernos quieren implementar para evitar nuevos desastres. La cuestión es —según diferentes economistas con quienes he conversado sobre ese tema en un seminario en Roma— que cada día que pasa los banqueros se envalentonan más y unen sus esfuerzos para tratar de impedirla.


Una primera línea de controversia tiene que ver con los “bonos de premio” que reciben los ejecutivos de los grandes bancos y, también, de los bancos de inversión.  Estos millonarios bonos no solo son absolutamente desproporcionados  (un ejecutivo ganó US$ 70 millones en un año) sino que no guardan relación alguna con la buena o mala performance del banco: simplemente se pagan porque así lo decidió el Directorio (lo que nos hace recordar a las AFP peruanas: tienen enormes utilidades, incluso si sus afiliados pierden dinero, pues su plata se invirtió en la Bolsa de Valores).

Quien ha ido más lejos ha sido el gobierno holandés, que ha anunciado ya que legislará sobre el tema. Pero en los demás países, incluido EEUU, el tema todavía está en discusión.

Una segunda controversia es la quiebra de Lehman Brothers. Se afirma, con una serie de argumentos contrafácticos, que si el gobierno de Bush la hubiera impedido, la actual crisis no existiría. En otras palabras, se trata de minimizar lo que sucedió, convertirlo en un “accidente” pues Lehman “era demasiado grande para que se le deje quebrar”. Pero aquí sí llevan las de perder, pues hasta inversionistas pro libre mercado dicen:

“Los fundamentos del mercado establecen que los que quiebran deben desaparecer y ser reemplazados por nuevas fuerzas creativas, en lugar de que se les “levante” y anden por ahí como zombies. La idea de que un problema de mucha deuda y demasiado consumo puede ser resuelta por una deuda y un consumo aún más gigantescos es simplemente ridícula. Dejar que Lehman quiebre ha sido, quizá, la única cosa que los gobiernos han hecho bien” (Jim Rogers, Rogers Holdings, Financial Times,10/9/2009) .

Dicho esto, lo que marcará la victoria o la derrota de la nueva propuesta será lo que pase en EEUU de aquí a fin de año. Hace dos días, Obama se presentó en el Congreso para defender su proyecto, que tiene una propuesta central: la Agencia de Protección Financiera del Consumidor (APCF).

Dice Obama que “millones de ciudadanos firmaron contratos de préstamos que no entendían completamente y que les fueron ofrecidos por prestamistas que no siempre decían la verdad. Esto se debió en parte a que no había una agencia especializada encargada que eso no suceda. Eso es lo que vamos a cambiar. La APCF tendrá el poder de asegurar que la información que reciban los consumidores sea clara y concisa para que se puedan prevenir abusos terribles” (Discurso ante el Congreso, 14/9/09).
A los críticos que dicen que eso puede restringir la “libertad de escoger” de los consumidores, Obama responde: “Nada más lejos de la verdad. La ausencia de reglas claras en el pasado significó que teníamos las innovaciones financieras equivocadas: la empresa que ganaba era la que podía hacer que sus productos se vean mejor ante los consumidores, haciendo el “mejor” trabajo para esconder los verdaderos costos de su producto” (ídem).

Como se aprecia, el proyecto de Obama de una mayor regulación implica torcerle la mano a los otra vez envalentonados banqueros, justo cuando la “luna de miel” se le está acortando. Lo que está muy bien. Pero el problema de fondo es cómo hacer para que la economía crezca no en base a las burbujas especulativas que incentivan el consumo irracional —y mal informado—  sino apoyándose en premisas económicas y productivas que, a la vez, cambien el estilo de desarrollo norteamericano, basado en el despilfarro y el deterioro del medio ambiente. Eso es mucho más difícil y no se resuelve solo con la regulación.

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