Petróleo y democracia


Por Adrián Mac Liman*


La reciente retirada de las tropas estadounidenses de las ciudades iraquíes ha eclipsado la otra noticia relacionada con la supuesta normalización del país: el intento de las autoridades de Bagdad de atraer capital extranjero para la reactivación de la industria petrolífera.

 

La gran licitación de contratos para la modernización de los yacimientos de “oro negro”, celebrada durante el repliegue del ejército norteamericano, desembocó, según los expertos internacionales, en un “estrepitoso fracaso”. De los seis campos de petróleo cuya gestión se había ofertado a una treintena de compañías extranjeras, sólo uno —el gigantesco yacimiento de Rumaila— llegó a llamar la atención del consorcio integrado por la británica British Petroleum (BP) y la Compañía Nacional China de Petróleo (CNPC). Rumaila, que cuenta con unas reservas estimadas en 17.000 millones de barriles de crudo, es el mayor yacimiento incluido en la lista elaborada por los iraquíes, que sacaron a subasta campos petrolíferos que suman unos 43.000 millones de barriles, es decir, alrededor del 40 por ciento de las reservas conocidas del país, estimadas en 115.000 millones.

La remuneración exigida por la petrolera británica era de 3,99 dólares por barril de crudo. Sin embargo, la BP y sus socios chinos tuvieron que contentarse con una contraoferta de… 2 dólares, que acabarán convirtiéndose en... 0,95 céntimos tras el pago de los impuestos destinados a la Compañía Nacional Iraquí de Petróleo, principal beneficiaria de la licitación. En realidad, los contratos de 20 años de duración subastados esta semana en Bagdad no contemplan la participación de las petroleras extranjeras en la producción y comercialización del “oro negro”; se trata de meros contratos de servicios, que prevén la “asociación” de las empresas extranjeras en el proceso de modernización de la industria iraquí.

Las autoridades contaban con esta licitación para duplicar, véase triplicar, la producción diaria de crudo de aquí a 2015. Sin embargo, el exiguo porcentaje ofrecido por las autoridades de Bagdad a las compañías internacionales llegó a “aguarles la fiesta”, pues exigían beneficios diez veces superiores a los previstos por el Ministerio de Petróleo iraquí. Finalmente, las compañías llegaron a retirar sus ofertas al comprobar que Bagdad no estaba propenso a concederles la “parte del león”.

La cautela, por no decir, la rigidez de las autoridades iraquíes se debe, al parecer, a las críticas de la opinión pública, que acusa al gobierno de Nouri al-Maliki de entregar a los extranjeros el único recurso natural del país. De ahí la necesidad de adoptar una postura más… intransigente.

Pero detrás de esta extraña pantomima se divisa el verdadero objetivo de los occidentales; hacerse con el control de los principales yacimientos de petróleo de la zona. Todo ello, invocando la necesidad de ayudar a Irak a encaminarse por la senda de la restauración democrática. Aparentemente, nada que ver con las acusaciones formuladas hace años por los círculos de poder del mundo árabe, que denunciaban los designios neocolonialistas de Occidente, interesado ante todo en preservar sus suministros energéticos.

Pero claro; sabido es que la guerra contra Saddam Hussein tuvo como principal objetivo la defensa de… la democracia. En este contexto, los recientes insistentes y reiterados llamamientos para la democratización de Irán, segundo productor de “oro negro” del planeta, podrían tener una segunda lectura.

* Analista político internacional
www.solidarios.org.es