Historia, madre y maestra La tragedia del 79
Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima, pp. 115-149

Guerra del Pacífico, la batalla de Lima. 38 Las fortalezas de Piérola
Nicolas de Pierola
Nicolás de Piérola
“Piérola para halagar su ego, y figurar como único actor de la tragedia, desoyó los consejos de los militares de carrera.”


Para la defensa de Lima, Piérola sacó a relucir sus criterios sobre fortificaciones, para lo cual y a un costo de muchos cientos de miles de soles mandó aplanar la cumbre de los cerros inmediatos que circundan la ciudad, especialmente el San Cristóbal además del San Bartolo, Vásquez y el Pino. Con un esfuerzo extraordinario pero estéril, se llevaron cañones de gran calibre procedentes del Callao, ala cumbre de esos cerros que mostraron los siguientes inconvenientes: demasiado lejos de las posibles áreas de combate y al carecer de teléfono y largavistas apropiadas, como se dijo, resultaron ciegos y sordos frente al enemigo. Que debían prestar apoyo al combate cuando la niebla se levantara, pues generalmente amanecen cubiertos de neblina que recién se despeja en verano después de las diez u once la mañana y, en el invierno, pueden quedar cubiertos todo el día.

 

Nadie conoce cuál fue la idea del Dictador Piérola para ese absurdo ya que fue imposible, en cualquier plan de ataque chileno, que consideraran pasar cerca de esos cerros, además, si bien eran inútiles por las razones expuestas, a larga distancia, de producirse lucha dentro de la urbe, hubieran destruido la ciudad que pretendían defender.

Debido a que carecían de conocimientos para los emplazamientos, se hizo ayudar por extranjeros asalariados, quienes fueron igualmente espías chilenos e informaron con detalle sobre el operativo efectuado.

Esas fortalezas, especialmente la de San Cristóbal, pomposamente llamada "ciudadela Piérola", el 9 de diciembre de 1880, con movilización de toda la población y contemplaran los desfiles de tropas que subían al cerro, movimiento de personas efectuada para lograr el mayor efecto escénico, motivando que el diario de Piérola "La Patria" escribiera sobre esa fecha" (104):

"Nunca vio la capital peruana en los tres siglos y medio que Lima cuenta de existencia, un espectáculo tan grandioso como éste, cuya realidad excede a cuando pudiera imaginarse de extraordinario; nos oprime la majestuosa solemnidad del acto que hemos visto ejecutarse".

Y el escrito continuó en el mismo estilo adulón y ampuloso, seguramente para estar a tono con el discurso que, después de misas y bendiciones celebradas en la fortaleza para bendecir las fortificaciones, pronunció Piérola, alocución de tipo arenga y corte ditirámbico, como él solía prodigarse y, peor aún, conociendo que los chilenos ya habían desembarcado en Pisco y avanzaban sobre Lima. Ridícula ceremonia, confirmando una vez más la falta de sentido realista y análisis de las situaciones que caracterizó al Dictador, quien vivía en un mundo diferente al de la tragedia que enlutaba al país.

Para completar las defensas, encargó al Alcalde de la Ciudad para que construyera, pese a no ser ingeniero y menos militar, un sistema de trincheras que rodearan Lima. Al inicio de esa actividad, el Dictador que no podía ver a nadie ejecutar una tarea que podía motivar aplauso, agradecimiento o su nombre sobresaliera, dispuso que se suspendiera de inmediato la ejecución de esas defensas, por considerar que las obras no eran apropiadas y. seguidamente, mandó construir las dos líneas paralelas de defensa a diez kilómetros una de la otra y extendidas del mar a muchos kilómetros tierra adentro, donde días después se libraron las batallas de San Juan y Miraflores.

Piérola para halagar su ego, y figurar como único actor de la tragedia, desoyó los consejos de los militares de carrera. Cuando Cáceres le manifiesta que el ataque enemigo vendría por el Sur, responde que él conoce que será por el Norte y lo envía a Huaral a comandar una división que ahí se organizaba y cortara el paso al enemigo. No presta atención cuando se le dijo que el mejor lugar para la defensa era Lurín, impidiendo de esa manera que los chilenos se aprovisionaran de agua, además que la línea de defensa era la mejor que podía lograrse y no en las inmediaciones de la capital.

En el archivo de Piérola se ha encontrado un documento que el padre Ugarte presenta en la obra ya citada "Guerra con Chile" Documentos Inéditos. Se trata de una carta anónima escrita seguramente por algún militar de mucha competencia, señalando lo que debía hacerse, consejo que fue desatendido como todos los otros. Por su importancia se le presenta en el Anexo No. 29, carta anónima, para evitarse el autor que los celos del Dictador cayeran sobre su persona al pretender enseñarle lo que no sabía.

Seguramente el autor había tomado muy en cuenta el vejamen efectuado por Piérola al cuerpo de oficiales a los que menospreció y formó con ellos un batallón como simples soldados y no los utilizó siquiera para que adiestraran a los reservistas al mando de improvisados jefes y del coronel Echenique, escribiendo Paz Soldán sobre el tema: (105).

"El mando en jefe del ejército de reserva continuó a cargo del nuevo coronel don Juan Martín Echenique. Este jefe, que de simple capitán de ejército, pasó, sin más mérito que el de ser amigo y compañero de revoluciones de Piérola, a ocupar aquel importantísimo puesto, digno de ser desempeñado por algún antiguo general, tanto porque la reserva representaba la verdadera sociedad de Lima, en todas sus clases, desde el alto magistrado hasta el último jornalero, cuanto porque este ejército estaba llamado a servir de verdadera defensa de la ciudad; este jefe, decimos, jamás pensó en que el ejército de su mando se instruyera, ni asistió a un solo ejercicio de línea, ni aún de batallón, para examinar el estado de disciplina de la tropa. El primer cuerpo del ejército de reserva, fue pues, el conjunto de ciudadanos entusiastas que se entregaban voluntaria y gratuitamente a sacrificar sus vidas en defensa de su patria; pero que apenas conocían los rudimentos elementales de la táctica y manejo de armas. Así pues, "el ejército aparatosamente organizado por la dictadura para defender la capital del Perú, no tenía de tal sino el nombre".

Las defensas en San Juan tuvieron como punto de partida el Morro Solar, extendiéndose tierra adentro por más de 10 kilómetros hacia los cerros. Trazado que dejó varios pasos estrechos entre ellos cubiertos con bombas automáticas. En esas operaciones nuevamente el Dictador recurrió, en lugar de peruanos, al servicio de extranjeros y muchos de ellos actuaron, como se dijo de la Ciudadela Piérola, de espías, proporcionando planos exactos de su colocación y las anotaciones de los caminos que debían seguir para evitar sus explosiones.

Para cada una de las dos líneas de defensa, Piérola dio a cada una su correspondiente guarnición, con comandos independientes uno del otro, disponiendo lo más absurdo que se pueda realizar en una guerra, la de dividir, no solo las tropas a la espera de dos confrontaciones, sino también el comando, quedando como única figura en la cúspide. La egolatría del Dictador estuvo por encima de los intereses de la patria y la ciudad de Lima. Se sintió un inspirado, dueño de toda la ciencia infusa de orientación militar. Tal vez en sus delusiones de grandeza percibió que la divinidad lo habría de proteger y, por lo tanto, cualquier disparate que hiciere estaría bien ejecutado y los chilenos, irían de la mano por los lugares que él señalase para ser arrasados. Sólo en un razonamiento paranoide se puede explicar, aunque no comprender, el cúmulo de desatinos y desaciertos cometidos cuando la capital de la República estuvo en peligro y, con ella, los últimos recursos efectivos de la defensa nacional, ya que, perdiéndose Lima, sólo quedaba una función de tipo guerrillero, más no la acción de un ejército formal. Además, la sede central del gobierno desaparecía y con ella, la vinculación con otros países se alejaba. Nada de eso vio el Dictador, tan sólo sus fantasías y, detrás de ellas, se derrumbaba el país.

Piérola había burlado las esperanzas y expectativas del pueblo para conseguir los acorazados que permitiera neutralizar la agresión naval chilena, al disponer por propia decisión no adquirir esas naves y proseguir la guerra exclusivamente en tierra bajo su inspiración, dentro de las enigmáticas palabras "tengo mi plan". Lo más grave de este aspecto es que rechazó tal posibilidad de compra. Al respecto, Caivano escribe: (106).

"Posteriormente, por las publicaciones hechas por los chilenos de una gran parte de la correspondencia de Piérola, se ha conocido que le hubiera sido muy fácil adquirir uno o dos buenos buques blindados, si hubiese querido; es más, si es verdad cuanto se dice, rehusó varias veces las ofertas que le fueron hechas en propósito, disponiendo para otros usos de los fondos que se encontraban en Europa con ese objeto".

Caivano en la misma obra hace la anotación del "Manifiesto a la Nación" del ex-Ministro de Hacienda Químper: (107).

"se deduce que cuando Piérola asume la dictadura, se encontraban depositadas en diferentes casas de comercio en Europa, con el objeto de comprar dichos buques y los demás objetos de guerra necesarios,312.900 libras esterlinas; y a la par se deduce, que dicha suma fue gastada por Piérola de otro modo, con poco o ningún provecho al país".

Todo debía ceder ante las absurdas exigencias de la ambición y de la vanidad del Dictador y fueron éstos los principales factores de las fáciles victorias de Chile, desde Tarapacá en adelante;...

Excepto el vulgo, fácil siempre de dejarse engañar por las apariencias, y más que todo iluso por las resmas de papel moneda que abundantemente repartía el Dictador, el público sensato de Lima y Callao veía con bastante claridad dibujarse en el horizonte, desde los primeros meses de la dictadura, el profundo abismo en el cual los errores de Piérola iban precipitando poco a poco al país. ...

La consiguiente guerra civil no hubiera dado más resultados, que los de abrir aún más solícitamente al enemigo las puertas de la capital...El rencoroso Dictador únicamente permitía a sus supuestos rivales y enemigos, a la flor y nata de la población de la capital y del resto de la República, que lucharan contra los chilenos con el fusil en la mano. Y todos ellos —magistrados, generales, marinos, abogados, estudiantes, ricos propietarios, grandes comerciantes, etc. etc.— se resignaron patrióticamente a exponer sus pechos a las balas enemigas, como simples y oscuros soldados del ejército de reserva".

En el Anexo No. 30 se presentan algunos comentarios del padre Ugarte sobre el tema del presente capítulo.