Historia, madre y maestra La tragedia del 79
Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima, pp. 115-149

Guerra del Pacífico, la batalla de Lima. 39 En el país


Mientras Piérola traducía sus premoniciones, visiones o delirios en las inútiles defensas de Lima, el resto del país fue dejado a su suerte, cobrando especial importancia Arequipa, donde estaba teóricamente el único otro ejército para la defensa, aunque en realidad, por obra de Piérola y sus adictos coroneles no era sino un conjunto de acuartelados. Enfermos muchos y con hambre los más, carentes de lo elemental y sin adiestramiento militar ni disciplina, donde el cobarde Leyva siguió actuando como jefe de dicha guarnición. En el Anexo No. 23, se aprecia por la carta del comandante Rodríguez Ramírez al pospuesto general del Castillo en la que dice: (108) "Aquí nada hago, ni tengo conciencia de poder trabajar en algo con provecho", refiriéndose a Leyva "Poco falta aquí para que en la calle le escupan la cara". . . "Tengo conciencia de que aquí pierdo tiempo".

Mineros peruanos alistados en el ejército, 1879
Guerra del Pacifico, mineros peruanos enrolados en el ejercito

 

Las tres cartas del recién nombrado Prefecto de Arequipa al Dictador, son demostrativas de la situación lindante en el caos en que se encontraba el segundo ejército del Sur o de Arequipa. En la primera carta del 5 de noviembre (Anexo 31) relata las respuestas de los tres jefes de la guarnición. El primero, Leyva se negó a salir a combatir a los chilenos que habían ocupado Quilma expresando que a la tropa no le tenía confianza Echenique expresa lo mismo y el prefecto aprecia que el batallón a sus órdenes está (109) "escuálido de hambre y desnudez "y por último el coronel La Torre "aseguró lo mismo agregándome que no había ejército" añadiendo del Solar "El hambre, la miseria, el maltrato y qué se yo, tienen esto perdido". . . "El ataque de Arequipa parece cierto. . . Las fortificaciones hechas, son una burla indigna".

Lo peor es su mención al armamento cuando escribe: (110) "No hay sino 5,873 rifles y carabinas de doce sistemas, incluso Minier. No hay una división con un solo armamento. Hay 350 rifles, entre estos de Chassepot Francés, sin una cápsula".

En la segunda carta del 13 de noviembre (Anexo 32) se leen: (111).

"He refundido los batallones casi perdidos por el abandono de sus jefes y su falta de moral. He licenciado más de cien hombres tísicos y semiesqueletos y me faltan como cincuenta más. El batallón Huancané, uno de los refundidos se sublevó en Puno hace pocos días".

En los siguientes párrafos mostró bastante optimismo, expresando que pensó formar un ejército de seis mil hombres y sólo ese número al no contar con mayor cantidad de armas. Refirió que al solicitar voluntarios para la construcción de fortificaciones, se presentaron dos mil cuatrocientos operarios con sus herramientas, indicativo de la respuesta cívica, cuando era solicitada en defensa de la patria.

La tercera carta del 22 de noviembre (Anexo 33) es una acusación contra Leyva que, igualmente del tenor de la misiva, se desprende que Piérola trató de mantenerlo en el cargo, pese a las múltiples quejas que contra él hubieron. Esos cargos adversos al huidizo coronel fueron de tal magnitud, que, pese al apoyo del Dictador, el prefecto del Solar procedió a separarlo del cargo, por lo cual se dirigió a Lima y Piérola lo nombró entre sus ayudantes de campo.

En la región central del país, en la primera etapa de la guerra, la participación fue económica, mediante contribuciones, pero después de las derrotas en el sur, se produjo la movilización y formación de batallones por cuenta de hacendados o comerciantes, quienes a su vez lograron grados de oficiales que fueron de mayor graduación en razón directa a su posición económica, aportes, amistad o adulación a Piérola, mientras que la tropa quedó como elemento pasivo, receptor y ejecutor de órdenes y disposiciones, sin que las más de las veces comprendiera qué sucedía, al haber sido marginado y pospuesto en la toma de decisiones que atañían a su vida. Sólo conoció que sus mayores y permanentes enemigos fueron el hambre y la miseria y que, desde su nacimiento, fue subyugado por el patrón, sin importar las características de éste.

Otro elemento atentatorio a su preparación y cumplimiento de órdenes fue la barrera idiomática. Muchos de ellos ignoraban el español o lo entendían rudimentariamente, más no como para comprender un adiestramiento militar y peor aún, que los instructores y oficiales fueron improvisados por el Dictador, con carencia de experiencia y conocimientos militares.

La situación de desconcierto en los nativos del ande, se incrementó al ser transportados a distancia, a una ciudad extraña y un paisaje totalmente diferente, lo cual anulaba cualquier sentimiento de patria grande o pequeña que tuviera y, por lo tanto, de responsabilidad frente al enemigo. Las palabras de la esposa de González Prada, Adriana, son patéticas al referirse a estos reclutas en su obra:(112).

"Todo Lima se había vuelto un campamento donde venían a reunirse los indios reclutados de la sierra para formar batallones; arrastrando el paso, cansados antes de haber llegado, daba lástima verlos pasar seguidos de sus pobres "rabonas" tan inconcientes como ellos que fielmente los seguían hacia el matadero".

Por su parte Cáceres, escribió: (113).

"Desplegando gran actividad pudo el Dictador reunir para la defensa de la capital un ejército de unos 20,000 hombres, de las tres armas. Casi la mitad de este ejército se componía de indios, sin ningún adiestramiento militar, y la otra mitad de las antiguas tropas regulares que aún quedaban y de contingentes llegados de diversos puntos de la República". ..

En la misma obra, (114), puntualizó que Piérola nombró comandante en jefe del ejército del centro al experimentado General Fermín del Castillo, y cuando éste trató de hacerse cargo del puesto, el Dictador evitó dar instrucciones y le dio de baja. En cuanto a la organización del ejército, manifestó: (115).

"Las fuerzas que se organizaron para la defensa de la capital estaban compuestas de entusiastas voluntarios; pero faltos de instrucción militar. Los pocos batallones de línea existentes fueron reorganizados y luego entremezclados con unidades novatas, y sustituyendo sus antiguos oficiales de carrera por oficiales improvisados, menguando con ello su consistencia combativa".

La situación en Ica, por falta de conducción era de escasa actividad frente a los acontecimientos, hasta la llegada del nuevo prefecto Villena, quien procedió a organizar la gendarmería y, al referirse al ejército, al mando del coronel Zamudio, manifestó que "nada pueden hacer" por carecer de armas y ser indisciplinados, amenazando a los hacendados y vecinos acomodados. No adoptó mayores medidas correctivas por evitar un enfrentamiento estando el país en guerra. Esa absurda situación del coronel Zamudio se presenta en el Anexo No. 34.

En Moquegua las condiciones eran parecidas, no sólo no había ejército, sino que se veían amagados por los chilenos y la presencia de éstos hizo que el temor aflorara en muchas personas, miedo y cobardía convertidos en colaboración, surgiendo de esa manera otra triste página de la tragedia. Ver Anexo No. 35.

En el norte, la organización del ejército, cuando existió no era mejor que la referida.

En cuanto a Lima, pese a sus 20.000 hombres, la realidad no fue muy buena y las deserciones de oficiales y soldados era continua, a ese respecto Manuel González Prada señala: (116)

"Cuando se supo el desembarco de los chilenos en Pisco, comenzó a decaer el entusiasmo. . . De los tres batallones quedó uno". . .

En la obra de Manrique Nelson, (117) está prácticamente la continuación de lo dicho por González Prada:

"Por las deserciones de sus superiores, él ascendió vertiginosamente de capitán de una compañía a teniente coronel, segundo jefe del batallón número '50. "Si la batalla de San Juan se hubiera librado en junio, yo hubiera concluido por ascender a general de brigada o jefe del estado mayor".