Historia, madre y maestra La tragedia del 79
Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima, pp. 115-149

Guerra del Pacífico, la batalla de Lima. 44 El día 14
Guerra del Pacifico, combatienes en pampa
Trastorno mental de Piérola


Por un lado, el comando chileno dejó que continuaran los desmanes de la soldadesca pero simultáneamente trató y logró agruparlos para recuperar la capacidad combativa, al mismo tiempo, prepararon un segundo encuentro. Conocieron que al ejército peruano le quedaron varios miles de soldados, que no llegaron a empeñarse en combate, fueren de la reserva o los combatientes de San Juan que fueron reagrupados; fuerza cuya magnitud y potencia ignoraron los chilenos, pero su comando, por la observación directa de la línea de defensa de Miraflores y la información de sus espías, supusieron que una nueva batalla se produciría en ese lugar, para lo cual, movilizaron y agruparon sus tropas y emplazaron la artillería para efectuar un ataque sorpresivo y capturar Lima.

 

El Dictador Piérola, con las fabulaciones propias de su trastorno mental, después de la derrota de San Juan, a la cual contribuyó al no permitir que las reservas entraran en acción; que después de haber absorbido el mando total y absoluto de las operaciones, dejó abandonadas éstas y que los defensores se desenvolvieran como pudieran; que las líneas defensivas en Miraflores adolecían de múltiples fallas para una efectiva defensa de la capital, pese a ello, y conociendo que el enemigo se aproximaba al haber ocupado y destruido Barranco, no organizó una adecuada retirada que permitiera salvar los remanentes del ejército con parte del parque y hacerse fuerte en la sierra o sus estribaciones, si decidió continuar el conflicto. En lugar de ello, dejó que los acontecimientos se produjeran sin iniciativas de su parte, permaneció inactivo en actitud reactiva, a lo que pudiere suceder. En esas circunstancias, fue el cuerpo diplomático, que, tratando de evitar que en Lima se reprodujeran los luctuosos atropellos acaecidos en Chorrillos, decidieron tomar la iniciativa al comprender que no podían seguir el ejemplo del Dictador, mientras que el país ante el cual eran representantes quedara destruido como gobierno y, en la propiedad y honor de sus ciudadanos, entre los cuales igualmente moraban y trabajaban muchos de sus connacionales y parte de ellos constituyeron hogares peruanos. Puestos de acuerdo, se movilizaron el día 14 buscando alcanzar una tregua orientada a un armisticio y, la obtención de la paz en último término.

En la noche de ese día, encabezados por el decano del cuerpo diplomático, señor Jorge T. Pinto, plenipotenciario de San Salvador y acompañado de los ministros Saint John de Inglaterra y Verges de Francia, a las diez de la noche, en tren extraordinario se dirigieron a Miraflores y conferencias largo rato con Piérola, seguidamente se dirigieron a Chorrillos donde entrevistaron al jefe de las fuerzas chilenas, general Baquedano, quien, después de conocer la razón de la visita, y seguramente para efectuar las consultas necesarias manifestó que la hora era avanzada y continuarían las conversaciones al día siguiente, a las siete de la mañana.

El día 15 de enero, a la hora indicada y en forma puntual la comisión se hizo presente, siendo recibidos por Baquedano, acompañado por el ministro de la Guerra y los señores Altamirano y Godoy, este último de ingrata recordación en el Perú, donde fuera ministro de su país por años. El jefe militar en la entrevista expresó que para aceptar una suspensión de fuego, exigía la entrega del Callao y sus fuertes por ser una plaza de guerra, salvándose Lima y podían negociar.

Los diplomáticos, a la simple palabra de Baquedano y sin exigir un documento que respaldara lo expresado y pese a conocer la dureza de la exigencia y que en esas circunstancias debió ser precaución y garantía el logro que por escrito confirmara lo conversado. Lograron igualmente de palabra el compromiso que no se rompiera los fuegos hasta las doce de la noche de ese día, sin embargo, quedó sobreentendido que cada contendiente podía movilizar sus efectivos y emplazar en nuevas posiciones su artillería quedando como "única prohibición expresa la de no poner el dedo en el gatillo".

Como fuera enjuiciada posteriormente, esa conversación adoleció de informalidad por demás difusa, que no hubo personería responsable, que no se estructuró un armisticio militar al no estipularse las líneas de separación. Se ha manifestado que fue "una cortesía internacional" que obligaba a los beligerantes para con los diplomáticos oficiosos, sin ninguna obligación entre las partes. (139)

Habiendo logrado la posibilidad de una tregua y que la suspensión del fuego se mantendría hasta las doce de la noche de ese día, los diplomáticos se dirigieron a conversar con Piérola, el cual, en principio aceptó las condiciones propuestas, y de su puño y letra, refrendó el apunte de los diplomáticos, pero no en documento formal. Los intermediarios se dirigieron a Lima para terminar de precisar el acuerdo y regresaron a las dos y media de la tarde donde Piérola, quien se encontraba almorzando con algunos oficiales de la flota extranjera surta en el Callao, y de su ejército. Cuando se encontraban en la parte protocolar de los saludos, escucharon el fuego de artillería y fusilería, indicativos que se inició la batalla de Miraflores, manifestándose una vez más el doblez del proceder chileno, ya que ellos, lo que desearon, fue el ingreso a Lima en franca hostilidad para saquearla y destruirla. Que se cumpliera el anhelo del gobierno y la prensa de Chile, arrasando la capital del Perú y después, imponer las condiciones de paz a un enemigo inerme.

Esa última parte es relatada por el decano del cuerpo diplomático, señor Jorge Tezanos Pinto de San Salvador, quien en nota del 26 de enero de 1881 informó oficialmente a su gobierno de la visita del cuerpo diplomático a Piérola: (140)

"A nuestra llegada a las 2.14 de la tarde del día 15. el señor Piérola comía tranquilamente con varios jefes de su ejército. Advertido de la presencia de todo el cuerpo diplomático en su casa, salió del comedora recibirnos y en el momento mismo en que cambiábamos todavía de pie, el primer saludo, estalló un fuego general y nutrido en la línea de los ejércitos, y en los buques de la escuadra chilena, siendo nosotros acribillados por el diluvio de balas, bombas y granadas, que venían del ejército y de los buques de Chile al lugar en que nos encontrábamos, a retaguardia de la línea peruana. Con tan grave e inesperado motivo, el señor Piérola, que vio instantáneamente comprometida la batalla, sin tiempo ni aún para concluir el comenzado saludo al cuerpo diplomático, se dirigió rápidamente a su ejército; y nosotros poseídos del asombro y de la indignación que es fácil imaginar, nos volvimos a Lima, a pie, bajo la lluvia de balas del primer momento, que sufrimos sin interrupción durante cerca de dos horas consecutivas".

El éxito de la intervención diplomática fracasó por la felonía chilena que continuó haciendo gala de su afán destructor que fue lo que buscaron y un armisticio les hubiera impedido una nueva orgía de barbarie, por eso, al comenzar la tarde del día 15 iniciaron las operaciones.

Hay una referencia por demás curiosa y es la nota del ministro de Italia en Lima del 28 de enero de 1881, dirigida al Ministro de Relaciones Exteriores de su país: (141)

"Trasladada que se hubo a Miraflores la delegación (del cuerpo diplomático) se presentó a S.E. el señor Piérola, el cual aceptó la tregua convenida, y pareció dispuesto a ceder el Callao (única condición impuesta por Baquedano para concluir un verdadero armisticio) y a entrar en negociaciones de paz".

El interrogante que surge es el porqué en esa oportunidad Piérola manifestó aceptar conversaciones de paz, incluso entregando el Callao como prenda, cuando en octubre del año anterior, los días 22, 25 y 27de octubre de 1880, en la bahía de Arica, el representante peruano en las tratativas de paz a iniciativa del gobierno de Estados Unidos, y abordo del barco de ese país "Lackawanna", adoptó posición intransigente. En Miraflores sí se avino a discutir, conociendo cuáles eran las exigencias de Chile que ya en Arica fueron expresadas y en resumen consistieron en la entrega de Tarapacá, pago de indemnizaciones y retención de Moquegua, Tacna y Arica hasta que se cumplieran las obligaciones contraídas. ¿Por qué ese cambio? ¿Es que Piérola al darse cuenta que su ambición de poder terminaba con la captura de Lima, y para conservarlo, al ser el sustento mismo de su existencia prefería sacrificar al Perú en aras de su pasión?

Como referencia a este capítulo, ver Anexo 43.