Historia, madre y maestra La tragedia del 79
Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima, pp. 115-149

Guerra del Pacífico, la batalla de Lima. 47 Depredación organizada
chilenos ladrones
San Marcos, la Biblioteca Nacional, blancos de la rapiña. Saquearon hasta las esculturas de las vías públicas


El gobierno de Chile, a través del general en jefe Baquedano, al aceptar que sus tropas entraran pacíficamente a Lima, tan sólo representaron burda comedia. Se sometieron a fuerza superior, las escuadras extranjeras, único idioma que entendieron y respetaron, acatamiento que mantendrían mientras existiera la amenaza extranjera, que después, con calma y dueños de la ciudad, procederían como mejor les viniera en gana Por algo, meses después el diario la "Situación" de Santiago refiriéndose a la depredación que se produjo, escribió:(152).

 

"En Chile todos los hombres públicos sostenían, en la prensa y en la tribuna del congreso, que el vencedor tiene derecho de apropiarse no sólo del territorio de la nación vencida y de toda clase de bienes, aunque estos sean destinados al servicio de la humanidad o de la ilustración; sino también había derecho de apropiarse de los bienes de los ciudadanos particulares, aun cuando hubieran sido pacíficos, porque forman parte de la nación enemiga".

Teniendo ese patrón formativo, comenzó el saqueo sistemático de toda expresión de riqueza que el Perú pudiera tener y no sólo de ella, sino cualquier situación o cosa que con sentido utilitario, fue aprovechado, desposeyendo al vencido.

Se apoderaron de las aduanas, no sólo de los ingresos que proporcionaban, sino también, al pillaje de las mercaderías en almacén, incluidas las de propiedad extranjera. El instinto de latrocinio estuvo por encima de los compromisos de Chile para con Inglaterra, y este último país, calculó tan ingentes riquezas a obtenerlas de las salitreras y guano, que le importó poco que muchos de sus súbditos radicados en el Perú, fueren asesinados o desposeídos. La corona británica siempre miró las riquezas en grande y no minucias, salvo que no hubieran las primeras, y, cualquiera de ellas, por encima de la vida de sus súbditos.

Lima fue entregada al mando del sanguinario coronel Lagos, quien, cumpliendo órdenes de su gobierno, comenzó por desmantelar la universidad de San Marcos ocupada previamente con una división de ejército. Sus bibliotecas, museos, laboratorios, mobiliario y adornos fueron embalados y transportados íntegramente a Santiago. Simultáneamente hizo ocupar con un batallón como si fuera cuartel, pese a existir otros lugares apropiados, la Biblioteca Nacional, en ese momento la mejor de todo Latinoamérica.

Como el ejército chileno ya había recibido con unción, la bendición del Sumo Pontífice León XIII, deseándoles la victoria y suponemos absolviéndolos de todo pecado cometido o por cometer en suelo peruano, los capellanes del invasor, fueron los encargados de justipreciar libros, documentos e incunables, además de objetos de arte y cuadros que contenía la Biblioteca. Con la minuciosidad que caracteriza al que roba con calma y ventaja, visitaron y se hicieron mostrar lo mejor de las obras y dónde estaban ubicadas, expresando profundo interés de bibliómanos, aunque sus lecturas nunca pasaron de breviarios y misales. El director, doctor Manuel Odriozola, sin sospechar la mala fe de los eclesiásticos, mostró los tesoros y obras valiosas que las estanterías contenían y los sacerdotes con gran empeño anotaban la información y solicitaron les mostrara otras más, hasta que se agotó la valiosa muestra. Se despidieron y ofrecieron regresar al día siguiente.

Durante la noche, tal como acostumbró efectuar sus rapacerías el ejército chileno, todas las valiosas obras que Odriozola mostrara a los beatíficos padres, fueron sustraídas y, el oficial chileno, frente a la queja, informó que efectivamente había visto sacar los libros, pero como eran en tal volumen y cargados en carretas a la vista de todos, pensó que no se trataba de apropiación ilícita, además, las autoridades de ocupación, frente a la denuncia de la desaparición de los libros, expresaron (153) "que persona alguna tenía derecho de examinar los actos de las autoridades chilenas".

Días después de este primer robo a la Biblioteca, se presentó el carnicero de Arica, coronel Lagos, en compañía de una comitiva de chilenos vestidos de etiqueta, para que por lo menos se dijera que eran ladrones de guante blanco, y recorriendo las estanterías, comenzaron a recoger de ellas las obras que les interesaron y dispusieron llevárselas, frente al pedido de un recibo, Lagos contestó que más bien entregara las llaves del establecimiento porque mandaría recoger todo su contenido y efectivamente, recogieron por carretadas, más de cincuenta mil libros que componía el patrimonio bibliográfico, aparte de más de ochocientos manuscritos, que se les consideraba” verdaderas joyas" y otros documentos, todo lo cual, en su mayor parte, se encuentran en la Biblioteca Nacional de Santiago y en bibliotecas privadas, expresión de ese increíble latrocinio es la carta del presidente chileno, Domingo Santa María, fechada en Valparaíso el 14 de marzo de 1884 y junto a la carta de protesta que cursara el doctor Odriozola al ministro norteamericano Christiancy, presentamos en los Anexos 46 y 47.

Después de desmantelar la Universidad y Biblioteca Nacional, los invasores prosiguieron con el Archivo Nacional y siguieron con la Escuela de Artes y Oficios, de donde se llevaron toda la maquinaria de los talleres y los libros de ciencias. El célebre reloj de Ruiz. Luego, la entrada al saco que no se produjo después de Miraflores, se convirtió en robo descarado, cínico, pero ordenado y metódico, desmantelaron y se llevaron hasta las rejas de los edificios, en esa forma, fueron sustrayendo los archivos de los ministerios y el de Palacio de Gobierno, porque Piérola, en su huida, ni siquiera se le ocurrió que los documentos fueran retirados, al contener toda la documentación secreta de la diplomacia peruana y de situaciones internas de uso muy restringido.

No sólo saquearon el íntegro de la maquinaria de los talleres de producción de municiones y la fábrica de pólvora, sino que, igualmente, transportaron a Valparaíso la imprenta del Estado, cargando con toda la maquinaria de impresión, tipos y demás elementos de impresión. Igualmente sustrajeron toda la imprenta del diario privado "La Patria". El papel que no pudieron llevar, lo remataron en las calles de la ciudad.

De los ministerios y Palacio de Gobierno, no sólo extrajeron los documentos, sino que los vaciaron en cuanto a equipos, maquinarias y mobiliario y, algunas de esas piezas fueron a decorar las casas de algunos colaboradores.

Se apropiaron del contenido del Palacio de la Exposición, comenzando por los objetos de arte. Trasladaron a Santiago una valiosa obra del pintor Merino sobre Colón exponiendo su proyecto del nuevo mundo, que había obtenido el gran premio de la exposición de Paris. Igual trato recibió la Sociedad Fundadores de la Independencia de la que se llevaron entre otros, hasta los retratos de San Martín y Bolívar. De parques, calles y paseos públicos de la ciudad sacaron las estatuas de ornato, figuras de animales y otros. De la Escuela Militar, no sólo hurtaron libros y mobiliario, sino que barrieron hasta con el menaje de cocina y servicio de comedor. En el jardín botánico, además de llevarse los equipos, hicieron lo propio con infinidad de plantas y destruyeron las que dejaron.

También se apropiaron de las rentas municipales destinadas a la educación y, los ingresos aduaneros, fueron destinados en gran parte al sostenimiento del ejército de ocupación y, la diferencia, se remitió a los cofres del tesoro chileno en Santiago. Se hicieron dueños del cobro de aduanas desde el 22 de enero de 1881 y al 31 de diciembre de ese año, recaudaron algo de tres millones de pesos. En 1882 los ingresos subieron a más de cinco millones cien mil pesos. Según Lynch, lo que se llevaron de las aduanas fueron casi ocho millones de pesos. En ese análisis no están comprendidos los cupos que en forma continua aplicaron a ciudades y ciudadanos.

Para mantener al ejército invasor, decomisaron el ganado donde lo encontraran, siendo diezmado sin contemplación, por eso, al producirse la desocupación, la riqueza ovina del país fue reducida a un 20°/o.

La libertad de expresión quedó suprimida por completo, disponiendo Lynch por decreto del 27 de mayo de 1881, que los directores de diarios y revistas fueran chilenos y, con un nuevo decreto del 5 de junio de ese año, se prohibid la publicación de libros, periódicos, folletos, e incluso hojas sueltas sin permiso del cuartel general. Él7 de setiembre se impusieron severas penas a quienes contravinieran lo decretado y, por último, el 14 de diciembre se dispuso que nadie podía publicar "noticias del enemigo".

Las fortalezas del Callao fueron desmanteladas y los cañones trasladados a Chile.

La ciudad se cubrió de luto, suprimiéndose fiestas y festejos y la población procuró salir sólo lo imprescindible a las calles para no tropezar con la soldadesca de ocupación.

La depredación continuó en provincias, donde no sólo eran los saqueos a las propiedades públicas o privadas, sino la destrucción sistemática de cultivos, además de fusilar o castigar cualquier forma de oposición o resistencia e, incluso sin ella, procedieron a la aplicación de castigos, ya abolidos desde los tiempos de la esclavitud, como la flagelación, que podía ser seguida o no del fusilamiento, en otros casos se aplicaron los castigos sin juicios ni tribunales, a simple capricho de la oficialidad y las más de las veces sobre simples supuestos. Castigos y depredaciones se incrementaron conforme la resistencia en los Andes se acentuó y cualquier sospecha de vínculo con ella, fue penada capitalmente.

Los restos de la marina de guerra, al verse liberados del tutelaje del Dictador, y frente a la caída de Lima y Callao, lo cual les privó de una base de operaciones, decidieron hundir la flota antes que cayera en manos enemigas. Manuel Villavicencio como jefe, pese a encontrarse en la fortaleza de San Cristóbal, ordenó que el segundo jefe, procediera a cumplir las indicaciones y Arístides Aljovín, el 16 de enero, hizo destrozar la maquinaria e incendiar la "Unión" la cual se hundió al norte de la bahía del Callao. Años después se retiró el mástil de la nave que fue lo único que quedó por encima del agua y llevada a la escuela naval, donde sirve de símbolo a las futuras generaciones navales de una tradición, cual es, que la escuadra jamás se ha rendido, en conjunción, con la misma determinación que ha envuelto al ejército en su actuar. Junto con el hundimiento de "La Unión", se destruyeron otras naves como el "Atahualpa", y los transportes "Rímac", "Limeña", "Marañón", "Oroya" y el "Chalaco", así como lanchas o embarcaciones menores, todas fueron incendiadas y hundidas y no cayeron en manos enemigas, acto que despertó la cólera de los adversarios.