La Guerra del Guano y del Salitre (1879-1883)

Por Plinio Esquinarila (Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.) 

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Patricio Lynch
Si epopeya significa, según la Real Academia de la Lengua, “conjunto de hechos gloriosos dignos de ser cantados épicamente”, la Guerra del Guano y del Salitre de 1879, mal llamada “guerra del Pacífico”, no puede tener ese carácter porque simplemente fue de rapiña. Y es que Inglaterra utilizó a Chile contra el Perú para apropiarse de riquezas salitreras que no eran suyas. Desde esta perspectiva, la sanguinaria ocupación chilena en el Perú no puede ser heroica ni tener contornos de epopeya. No lo decimos solo nosotros, los peruanos, sino historiadores de la talla del inglés Sir Clement Markham, quien escribió cientos de páginas de aquella bestialidad, con apoyo inglés, que llevó “su afán de despojo y confiscación a límites nunca sobrepasados”. “En todo lo cual ―subraya el autor― se ve el efecto desmoralizador de una política de gloria militar y de conquista”.
 
Por eso que este buen señor Markham auguró que el pueblo peruano, más allá de su quebranto, con seguridad se levantaría de las ruinas. En cambio lo que Chile obtuvo por la fuerza del despojo le sería siempre nociva. Dicho de otra forma, cualquier heroísmo que pudieran haber derrochado los sureños se devaluó con aquella sangrienta e ignominiosa ocupación que el Perú jamás olvidará.  
 
La guerra de 1879 de Chile contra Perú y Bolivia fue preparada en efecto por Inglaterra en apoyo de sus empresas o Casas Gibbs y North, que fueron las beneficiarias en la explotación del salitre arrebatado a peruanos y bolivianos. "En esta guerra Inglaterra envió 7 acorazados que estuvieron frente a la costa peruano-chilena, que si bien se mantuvieron "neutrales", intervendrían si Chile perdía la guerra", dice Santiago Paulovic (*). 
 
El jefe marino de las fuerzas chilenas, Patricio Lynch, sirvió 15 años en el ejército británico, participando incluso en la guerra del opio, nos recuerda por su parte el peruanista mapochino Pedro Godoy. 
 
 Los uniformes chilenos fueron confeccionados con tela inglesa, los fusiles usados por soldados chilenos eran ingleses, los barcos y armas chilenas fueron vendidas por Inglaterra a precios simbólicos. 

¿Neutralidad? 

Inglaterra, recuerda en otro momento Paulovic, bloqueó la venta de armas a Perú y presionó a otros países en la misma dirección. Perú mandó construir dos acorazados en Alemania, el "Sócrates" y el "Diógenes", pero al pasar por el puerto británico de Southampton fueron detenidos, en aplicación de las leyes británicas de "neutralidad"; sin embargo en plena guerra dejaron salir a un barco chileno, construido obviamente por los ingleses, tal como fue publicado en el diario norteamericano New York Herald.

 Es más, ya en 1868, es decir once años antes de la guerra, Chile hacía gestiones secretas con el enemigo de entonces, España, apenas concluida la guerra en la que Perú triunfó, defendiendo incluso a Chile, para la adquisición de los barcos"Chacabuco" y "O’Higgins", que deberían ser sacados de sus astilleros por los ingleses. 
 
Posteriormente, como ya es sabido, entre 1874 y 1875, Chile encarga a Inglaterra la construcción de otros dos modernos acorazados, con el agravante que en la sesión secreta del Congreso chileno del 2 de abril de 1879, se dejó constancia que los "preparativos para la guerra fueron organizados con mucha anticipación", es decir en 1868, teniendo el Estado chileno plena certeza de la superioridad de su marina frente a la peruana que estaba "en un estado lastimoso de abandono". 
 
Tanto Inglaterra como Alemania, y en menor medida Francia, apoyaban a Chile, lo que incomodaba a Estados Unidos. Por eso es que en abril de 1882 el secretario de Estado norteamericano James Blaine, como lo publicó LA RAZÓN, ante la comisión de relaciones exteriores del Congreso norteamericano dijo estas memorables palabras: "La guerra del Pacífico es una guerra inglesa contra el Perú con Chile como instrumento". 
 
Hay otras versiones no desmentidas que sostienen que el presidente norteamericano James Abram Garfield (1831-1881), por entonces opuesto a la entrega de territorio peruano a Chile, porque esto beneficiaba a Inglaterra, envío la fragata Lackawanna a la bahía de Arica para que un emisario suyo entable conversaciones de paz con los representantes de Perú, Chile y Bolivia, sin concretar sus propósitos. 
 
Pero antes, según Paulovic, "ocurrió el ‘oportuno’ asesinato del presidente Garfield, y su sucesor se desentendió del problema. Dicen que extrañamente los documentos a los interrogatorios del asesino Charles Guiteau ‘se perdieron’". 

Piratería

Para que esto sucediera, años atrás, el estratega chileno Diego Portales tuvo que destruir, ¡con apoyo de peruanos!, en la primera guerra con Chile, en la batalla de Yungay (1839), la Confederación Peruano-Boliviana impulsada por ese gran visionario que fue el general Andrés de Santa Cruz Calahuama. Y tres años antes (1836), sin previa declaratoria de guerra, el mismo mercader Portales ordenó por sorpresa el asalto y captura de la flota más poderosa del Pacífico de entonces, la del Perú confederado, en un típico acto de piratería que la historia oficial ha olvidado. 
 
El cholo Andrés de Santa Cruz había tratado de cumplir, bajo el ropaje de un guerrero de los Andes, de un Manco Inca del siglo XIX, la misión integradora de su tiempo: restaurar, en un nuevo estadio del desarrollo histórico, la unidad pan-andina que se había perdido con el colapso del imperio de los incas, objetivo vital que tanto el ideario de Bolívar cuanto el nuevo expansionismo portaliano tenían que socavar y/o liquidar, cada uno en su tiempo y a su manera: uno con lapiratería y otro creando el Estado artificial de Bolivia. 
 
Eran años en que la llamada "anarquía militar" de los guerreros se agotaba primero con Santa Cruz, luego con la muerte del último caudillo de esa época, Ramón Castilla, para dar pase al civilismo mercantil capitalino y costeño, que toma elpoder para enriquecerse con las riquezas del guano y para dar pase a esa era de orgía de dispendio en 1872, a escasos siete años de la aciaga guerra, cuando esta casta dominante en la práctica licencia al Ejército y a la Marina, mientras en el país del sur se armaba, siempre con apoyo inglés, desde 1868, como señalamos líneas atrás, es decir once años antes del estallido del conflicto.
 
Es curioso como la historia oficial se esfuerza en ocultar la responsabilidad de líder político de los mercaderes del guano, el civilista Manuel Pardo, que desoyó las previsiones de Castilla ("si Chile compra un barco, Perú debe comprar dos"),destruyó y persiguió al Ejército, debilitó su ancestral espíritu guerrero, expuso a la patria a merced del expansionismo chileno que buscó pretextos, orquestados en efecto desde Gran Bretaña, para iniciar su guerra de rapiña que ahora pinta de "epopeya".
 
Traidores

En la Guerra del Guano y del Salitre (1879-1883) ese civilismo limeño se pintó en su verdadera faceta. También los personajes tipo Mariano Ignacio Prado, quien era presidente al inicio de la guerra, pero ante los primeros fracasos, un 19 de diciembre de 1879, se fue a Europa, con el pretexto de comprar armas, llevándose un cuantioso botín de dinero, joyas y objetos de valor recolectado por las Damas de Lima para la defensa del país. Regresó en 1887, sin dar cuenta del dinero y joyas para las armas. Estos detalles poco a poco va "olvidando" la historia oficial, laque sí resalta el papel de uno de sus hijos, que fuera presidente del Perú dos veces: Manuel Prado Ugarteche.
 
Hubo también un coronel EP, Carlos Agustín Belaúnde, improvisado militar pierolista a quien dieron grado de coronel, el mismo que cuando los oficiales de Arica decidieron la defensa de la plaza por unanimidad, fue el único que se opuso con vehemencia. La historia cuenta que por este comportamiento, don Francisco Bolognesi dispuso su arresto y fue llevado preso al monitor "Manco Cápac", pero antes de la batalla de Arica logró desertar con destino a Moquegua. Uno de sus descendientes sería también presidente dos veces en la segunda mitad del siglo XX.
 

El "Taita" Cáceres

Quien salvó el honor nacional, en palabras de los mismos chilenos y de historiadores de otras latitudes, fue el caudillaje del coronel Andrés Avelino Cáceres Dorregaray, el "Taita" Cáceres, de actuar brillante en la campaña de Tarapacá al mando de la II División del Ejército del Sur. Combatió en la siguiente campaña de Moquegua, y luego en la de Lima, nuevamente como jefe divisionario, con el mismo rango de coronel. Y es que el grado de general sólo le fue otorgado por la Asamblea de Arequipa, a fines de 1882, siendo vicepresidente provisional don Lizardo Montero. 
 
Los soldados de Cáceres, demás está decir, peleaban con machetes, lanzas, garrotes, piedras y unos pocos con fusiles anticuados. Eran las montoneras y las guerrillas de miles de indios pobres que lo acompañaban al "Taita" en la inmensidad de la cordillera. De los varios ejércitos que formara, la mayoría de sus hombres murieron en su ley, por el Perú. Y con seguridad que el último de sus ejércitos, derrotado con la complicidad de traidores en Humachuco, se hubiera recompuesto, y habría marchado sobre Lima, inexorable, si no fuera porque los chilenos calcularon que prolongar la ocupación era arriesgar el pellejo y obligaron a sus títeres ―Iglesias en primer término― a la firma del ignominioso tratado de Ancón. 
 
¿Qué había pasado en el ínterin de la guerra? Que en el curso de la conflagración el espíritu guerrero de los Andes, encarnado en Cáceres, había desplazado al mercantilismo costeño disfrazado políticamente de civilismo.
 
La reconstrucción  
 
"Finalizada la contienda, fue restaurada la Constitución de 1860 redactada por los discípulos del gran líder conservador Bartolomé Herrera, con su promesa de equilibro, y los empobrecidos mercaderes del campo y la ciudad fueron convocados para sumarse a la obra de la Reconstrucción Nacional. Pero cuando el país había sido saneado de las pesadas reparaciones de la guerra, el alma mercantil en falencia quiso asaltar nuevamente las arcas del Estado y copar el poder para repartirse los pocos dividendos de la convaleciente República", dice Fernán Altuve en cierta parte de su obra "La democracia fuerte". 
 
Pero al final de la guerra no se diga que a Chile le fue de maravillas. Recuérdese que el presidente Juan Manuel Balmaceda quiso nacionalizar el salitre arrebatado a Perú y Bolivia, pero los intereses británicos le organizaron una guerra civil con el general Estanislao del Canto, que había combatido contra el Perú, desangrando a su país, y el mismo Balmaceda terminó suicidándose. Como se ve, ni Chile disfrutó del salitre, el único beneficiario fue Inglaterra. Así pagaron los ingleses a la felonía chilena.