Un problema llamado Chiprechipre
Por Adrián Mac Liman (*)


Cabe preguntarse si el provenir europeo de Turquía depende de la solución de un problema llamado Chipre. El 1 de mayo de 2004, cuando la República de Chipre ingresó en la Unión Europea, los “eurócratas” dieron un suspiro de alivio. El falso júbilo pretendía disimular su inquietud ante la posible —y muy probable— acentuación del malestar generado por la presencia de la parte griega de la isla en el “club” europeo. El sector que se hallaba bajo control turco desde 1974, la autodenominada República Turca del Norte de Chipre, no había podido participar en el proceso negociador que desembocó en la adhesión de la famosa “isla de Afrodita” a las estructuras del “concierto de las naciones democráticas”.
Los funcionarios de la Comisión habían apostado por una milagrosa, aunque improbable solución de la crisis chipriota antes del ingreso del pequeño país mediterráneo en la UE. Sin embargo, las promesas de los interlocutores greco chipriotas solían quedar eclipsadas por las presiones ejercidas durante las consultas por las autoridades de Atenas. La insistencia de los griegos no se debía únicamente a consideraciones de índole cultural. De hecho, desde los años 40, la isla se había tornado en escenario de sangrientos enfrentamientos entre las dos comunidades. El Reino Unido, hábil, se limitó a gestionar el conflicto defendiendo sus propios intereses: tratando de controlar la intensidad de la violencia intercomunitaria, pero sin erradicarla. A mediados del siglo XX, las heridas permanecían abiertas.

Todo se reflejó en las relaciones entre las dos comunidades después de la proclamación de la independencia en 1960. Y ello, pese al exquisito equilibro étnico impuesto tanto en el poder ejecutivo como en el legislativo. Durante la presidencia del arzobispo Makarios, los chipriotas lograron preservar la frágil unidad nacional. Sin embargo, en el verano de 1974, después del golpe de Estado que apartó a Makarios del poder, los ancianos de la comunidad turca expresaban sus reticencias ante la presencia del “gran hermano” otomano. “Nosotros conocemos mejor a los señores del otro lado. Sabemos descifrar las claves de su comportamiento. Conocemos el significado de su ira, de su odio, de su ternura”, confesaba un viejo policía turcochipriota que custodiaba las oficinas del líder de su comunidad, Rauf Denktash. Sus palabras nos conmovieron. Como también lo hicieron, tres décadas más tarde, los testimonios de los primeros refugiados grecochipriotas que, al regresar a sus hogares tras la apertura de de la “línea verde”, comprobaron que los nuevos inquilinos de sus casas habían conservado cuidadosamente los objetos personales de las familias obligadas a huir durante el operativo bélico de 1974.

Pero la mejora de las relaciones humanas entre los pobladores de la isla, reflejada en la apertura de los controles, la concesión de ventajas sociales a los habitantes de la zona turca,  gratuidad de la asistencia médica, derecho a utilizar el pasaporte “europeo” de la República de Chipre, etc., no está acompañada por significantes cambios en las relaciones entre las autoridades de Nicosia y el Gobierno de la autoproclamada República Turca. La desaparición de la vida pública de Rauf  Denktash y su sustitución por el moderado Mehmet Ali Talat, personaje aparentemente vinculado a opciones de centro-izquierda, no han logrado desbloquear el diálogo intercomunitario.

Los políticos grecochipriotas suelen responsabilizar al estamento castrense de Ankara por el inmovilismo de sus compatriotas musulmanes, recordando que los militares apenas disimulan su rechazo a cualquier intento de negociación. Por otra parte, los líderes de la comunidad griega hacen especial hincapié en la política de colonización forzosa llevada a cabo por Turquía, que se traduce por la presencia en la isla de decenas de miles de campesinos de Anatolia, muy conservadores y poco propensos a amoldarse a las costumbres de sus hermanos isleños.
Otro síntoma inquietante es la proliferación de mezquitas construidas con fondos saudíes y la invasión de institutos financieros de corte islámico en la República Turca del Norte de Chipre. Uno de los pocos factores positivos es la celebración de consultas intercomunitarias. Una dinámica impuesta en su momento por Naciones Unidas, que logró mantener abiertas las vías de comunicación.

¿Y Europa? Los intentos de la Unión de promover el desarrollo económico de la zona turca no han surtido efecto. Por si fuera poco, la UE decidió suspender la negociación de varios capítulos de las consultas bilaterales con Turquía, al comprobar que el Gobierno de Ankara se niega a levantar las restricciones impuestas a los barcos y aeronaves de bandera chipriota, que no están autorizados a utilizar los puertos o aeropuertos turcos. La cuestión chipriota ha sido utilizada por algunos miembros de la UE como mero comodín para obstaculizar la ya de por sí lenta marcha de las negociaciones con Ankara.

(*) Analista político internacional
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