Acogida e inserción de los inmigrantesinmigrantes africanos
Por José Carlos García Fajardo (*)

La acogida de los inmigrantes por parte de la sociedad española ha sido positiva y, en general, ausente de conflictos. Más de cuatro millones de inmigrantes se han instalado en España, han encontrado trabajo, han podido enviar dinero a sus lugares de origen, como antes lo habían hecho los emigrantes españoles en Europa ayudando al desarrollo espectacular de nuestro país. Han podido traer a sus familiares y, sobre todo, han podido educar a sus hijos en el modelo público, obligatorio y gratuito de la enseñanza en España. Se han insertado en la Seguridad Social, contribuyendo a subsanar el déficit demográfico, gozan de las pensiones comunes a todos los españoles y podrán participar de la Ley de Dependencia que va a crear más puestos de trabajo con personas mayores, enfermas o discapacitadas, y a disfrutar de sus beneficios directos. Los inmigrantes, pero lo que es más importante, la sociedad española, han asumido que los necesitamos, que nos ayudan a cubrir puestos de trabajo, a mantener nuestro sistema de pensiones, contribuyen a nuestro desarrollo económico y social de los cuales ellos mismos se benefician; forman parte de nuestras fuerzas armadas, de nuestra universidad, de nuestros espacios de arte, descanso e investigación y están presentes en todas las profesiones.

Ha sido una lucha sin cuartel por parte de los gobernantes que no siempre ha sido reconocida por la Iglesia católica ni por los partidos de una derecha acostumbrada a administrar su verdad.

Pero los obispos españoles acaban de publicar un documento en el que reconocen, y esto es novedad en su crítica a la gestión del gobierno, que “Vamos caminando bien, pero hay que prevenirse para la época de las vacas flacas". Más aún, quieren destacar la “colaboración” entre el Gobierno y la Iglesia católica en la atención de los inmigrantes, aunque tan acerbamente hayan criticado a los gobernantes por sus políticas de extranjería. “Las administraciones públicas y las leyes de extranjería son restrictivas y tienden a priorizar los intereses nacionales y la llamada seguridad nacional”, escriben. Ante el fenómeno de la inmigración, advierten de que, cuando empeore la situación económica, pueden producirse “brotes de racismo y xenofobia”.

Porque, no sin razón, “la piedra de toque de la integración no es la riqueza, sino los tiempos de la pobreza. Los inmigrantes tienen que ser tan personas cuando nos ayudan a cuidar a nuestros ancianos o limpian nuestras calles como cuando se tienen que ir al paro porque se corta la cuerda por lo más débil”. Parecen reconocer que no todo lo que ha realizado el Gobierno ha sido malo, como pretende la COPE, emisora propiedad de la Conferencia Episcopal. Este es un inmenso error del ala más conservadora de la Iglesia española que desconcierta a no pocos clérigos y a muchos cristianos que no están de acuerdo con ese sectarismo mantenido por la emisora y del que el mismo embajador de España ante la Santa Sede, declara “como católico no entiendo por qué los obispos españoles no acaban con el problema de la COPE”.

Cáritas, la principal organización en la tarea asistencial del catolicismo español, emplean buena parte de sus cuantiosos presupuestos y medios humanos en atender a ese sector de la población en la idea de que para la Iglesia “nadie es extranjero”.

También es importante la reclamación de una especial atención a la segunda y tercera generación de inmigrantes: “Del acierto en la adecuada integración de los hijos de los inmigrantes de hoy dependerá en buena parte la convivencia pacífica en la sociedad plural de mañana. Hay que arbitrar las medidas necesarias y tender los puentes que la situación requiera para evitar la exclusión, la marginación, la discriminación, el gueto, durante el tiempo de formación de niños, adolescentes y jóvenes, porque un error repercutiría en frustración y violencia”.

Esta es una de las tareas más importantes que tiene ante sí la sociedad española. Hasta ahora hemos sido proporcionalmente el país de la UE que más extranjeros ha acogido por estar en la orilla fronteriza de esa UE, junto con Italia y Grecia. Pero la lengua común con los países de América Latina ha propiciado la llamada y facilitado su inserción de inmigrantes para los cuales ha sido más fácil recuperar la unidad familiar.

Este es un tema serio pues a los marroquíes y a los africanos sub-saharianos se les hace más difícil que sus familias se integren en nuestra sociedad, por sus costumbres, tradiciones y niveles de educación. Tema que se puede superar con la educación obligatoria para todos cuantos habitan el suelo español. Al cabo de unos años, nadie es capaz de distinguir a unos niños de otros jugando en el patio de un colegio, estudiando o insertándose en la formación universitaria o profesional. Este dato es incontestable, y es bueno que lo aprovechen los hispanohablantes como una forma de reparación debida por lo padecido en sus culturas durante la dominación española. Los beneficios también han sido grandes y nadie sensato puede negarlos pero el reto que tenemos ante nosotros tiene que ser asumido y resuelto por los gobernantes de todos los países implicados.


(*) Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Director del CCS
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