Protesta contra las FARC
Alvaro Uribe


Este 4 de febrero, en Bogotá, Lima y varias ciudades del mundo se realizó una serie de manifestaciones en pro de la liberación de los secuestrados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y, al mismo tiempo, de condena a las acciones de este grupo insurgente, calificado de terrorista por el gobierno de Colombia y por el Congreso de la República del Perú.

 

Por donde se mire, es condenable que una persona o un grupo secuestre a individuos inocentes y los mantenga prisioneros haciéndoles soportar duras condiciones (amarrados, con mala alimentación, etc.). En ese sentido, condenamos los secuestros que realizan las FARC y nos sumamos al pedido multánime de exigir la liberación de los secuestrados.

Lo que no se dice

Vistas así las cosas, hay que echar una mirada a la situación de violencia que desde hace cincuenta años sufre Colombia. La violencia dura mucho por dos razones:

  1. los jefes insurgentes tienen vocación de vivir en el monte*, por lo cual es difícil combatirlos;
  2. los militares colombianos no combaten a fondo a la guerrilla, cuidan el pellejo.
En cuanto al segundo punto, debemos tener en cuenta que es práctica generalizada en todo el mundo que los insurrectos que controlan territorio tengan áreas protegidas, en las que hay minas y trampas explosivas, además de francotiradores; todo esto en lugares a los que no pueden llegar tanques y vehículos especiales.

Además, así como acá en el Perú es de conocimiento público que los remanentes de Sendero Luminoso tienen su baluarte en las montañas boscosas de Vizcatán, en Colombia se sabe bien en qué lugares están concentradas las fuerzas de las FARC. Sin embargo, pese a tener suficientes helicópteros y el apoyo de militares estadounidenses, las fuerzas armadas de Colombia no emprenden una acción decisiva, actitud que permite la perpetuación del problema de las FARC. ¿Por qué no lo hacen? Porque antes de enfrentar a los combatientes de las FARC, tendrían que perder centenares de hombres en los campos minados o ante el fuego de los francotiradores. Sólo después de despejar rutas de ingreso entre los campos minados, al costo de cientos de bajas, los militares colombianos podrían enfrentarse cara a cara con el grueso de la fuerza militar de las FARC, muchos de cuyos integrantes posiblemente son adictos a la droga (esto si es cierto que ellos se dedican al tráfico ilícito de drogas). Y en este enfrentamiento directo los militares colombianos tendrían las de ganar, porque cuentan con el apoyo de helicópteros y aviones.

Los cobardes

Un militar que no arriesga la vida, un militar que no entiende que las circunstancias normales de su trabajo se desarrollan bajo la constante sombra de una muerte violenta y de la posibilidad de no llegar a viejo, se ha equivocado de profesión. Y en el Perú, antes de solidarizarnos con situaciones penosas que ocurren en países como Colombia, debemos de conocer todos los aspectos del problema, porque de lo contrario seremos tontos útiles apañadores de la cobardía o la corrupción de otras gentes. Por eso, una clara y equilibrada protesta se resume en las siguientes consignas:

¡Libertad para los secuestrados de las FARC!
¡Abajo las FARC terroristas y secuestradoras!
¡Abajo los militares cobardes que temen morir en campos minados y que con su cobardía eternizan el problema!


Somos solidarios con el sufrimiento de los rehenes y secuestrados por las FARC, y por eso proponemos que del Perú salgan voluntarios a combatir a las FARC, pero, ¿qué voluntarios tendrían afinidad con los militares colombianos? Quienes podrían tener afinidad serían los travestis y afeminados de calles y espectáculos, y podrían unirse a los militares colombianos para que juntos derroten a pañuelazos a las FARC…
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* En el Perú los jefes de Sendero Luminoso y del MRTA tenían vocación de ciudad. ¡Proclamaban desarrollar una guerra de la ciudad al campo, pero todos sus cabecillas fueron capturados en la ciudad! En verdad, ya se habían cansado de la guerra y posiblemente faltaba poco para que ellos mismos se entregaran a la policía; estar en la ciudad y no en el campo fue el primer paso de la capitulación de los terroristas peruanos.