La infancia se debate

Alumnas de ballet
Por Carlos Miguélez (*)

En caso de ganar las próximas elecciones, el candidato de la oposición a la presidencia de Gobierno de España promete rebajar la edad penal de los catorce a los doce años en casos de ‘gravedad especial’ o ‘multirreincidencia’, aumentar las penas de internamiento y poner en marcha planes de prevención de la delincuencia juvenil y planes de seguridad en centros escolares. Mientras tanto, el Departamento de la Infancia, Escuela y Familia del Gobierno inglés reconoce ya el derecho de cada niño a acceder a cinco horas de cultura de alta calidad a la semana.

 

Los responsables de debatir y de poner en marcha este ambicioso plan consideran que la cultura enriquecerá la vida de los niños y les dará la oportunidad de desarrollar un espíritu crítico como espectadores y participantes en la vida cultural del país. La oposición española, sin embargo, enfoca sus energías en combatir con medidas policiales las actividades delictivas juveniles que, muchas veces, son causa de una grave falta de participación y un vacío en actividades culturales, deportivas y de ocio.

Una visión de confianza en el porvenir frente a otra que presenta a los jóvenes y a los menores como una amenaza. Se han producido algunos delitos graves con menores como protagonista en los últimos años, pero eso no significa que el resto esté en casa planeando cómo materializar su naturaleza delictiva. ¿Dónde están las medidas para estos niños que no han delinquido? Niños que tendrán razones para refugiarse en el abuso de los videojuegos, del alcohol y las drogas si no encuentran espacios públicos para jugar y hacer deporte, espacios de integración y diálogo cultural, actividades que los ayuden a potenciar sus habilidades, sentirse útiles y reconocidos.

Las políticas con un enfoque policial esconden un paradigma hacia el que muchas sociedades occidentales se dirigen: las personas tienen que demostrar su inocencia porque son presuntas culpables. Funciona como el conocido y dañino concepto del “pecado original” que repiten desde sus emisoras de radio las corrientes fundamentalistas de la Iglesia Católica mientras braman cada vez con más virulencia contra la educación desde la libertad para formar ciudadanos que piensen y participen. La derecha ideológica de la que forman parte, no sólo equipara delincuencia con juventud, sino que implícitamente lo hace también con la inmigración, especialmente la islámica.

El plan que proponen los ingleses presenta la cultura como lo opuesto a la ignorancia. Además, añade un componente participativo para que desde lo local se diseñen programas que adapten sus actividades a las necesidades e inquietudes de cada comunidad dentro de un marco de enriquecimiento cultural al que todos los colegios estarán obligados.

De esta manera, la cultura no se convierte en un marco rígido de tradiciones que obliga a las personas a cambiar sus señas de identidad, sino un espacio común de encuentro para que confluyan y se enriquezcan distintas etnias y nacionalidades con las aportaciones de unos y de otros. El acceso a la cultura inculca cierto gusto por un espíritu crítico, por la belleza, por el conocimiento al que son reacios los fundamentalistas de cualquier credo. Dice la periodista Soledad Gallego-Díaz que la cultura es un concepto ligado a la Ilustración y no al romanticismo.

Para no extrapolar toda una realidad occidental desde sólo dos ejemplos, vayamos al otro lado del Atlántico, a Estados Unidos. En muchas escuelas de bachillerato públicas, los policías locales se pasean por los pasillos con esposas, pistola en el cinturón y perros capaces de detectar drogas. También hay escuelas que cuentan con detectores de metales. Mientras el Gobierno Federal y los gobiernos locales han invertido millones de dólares a nivel nacional para incrementar la “seguridad”, los directores de estos institutos se quejan de que los Estados canalizan cada vez menos dinero a la enseñanza pública, especialmente a los que se encuentran en los cascos urbanos, que concentran cada vez más a las poblaciones más marginadas, entre las que abundan latinoamericanos y negros.

Tanto blindaje sobrará cuando a los niños se les dé la oportunidad de aprender a actuar, a cantar de forma individual o en coros, a hacer cine, a jugar deporte, a dibujar y a pintar. No sólo es su derecho, sino la obligación de los gobiernos el ofrecérselo. Por dignidad, por justicia y por la paz que es fruto de lo anterior.

(*) Periodista
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