La experiencia de los dinosaurios

Anciana


Por Carlos Miguélez (*)

“La muerte no es una consecuencia necesaria de la vida”, dice Carlos Martínez, científico español y presidente del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Esta frase deja ver la negación de nuestro inevitable fin que tanto obsesiona a muchas culturas. En el último siglo, los países ricos han logrado duplicar la esperanza de vida hasta un promedio de 83 años para las mujeres y 77 para los hombres, aunque se recuerdan casos como Jeanne-Louise Calment, que murió hace una década con 122 años de edad.


Esto no hubiera sido posible si la humanidad no hubiera encabezado importantes avances como potabilizar el agua, descubrir la penicilina, desarrollar científica y tecnológicamente la medicina y una mayor higiene. Todos estos logros tienen al mundo industrializado como beneficiario directo, aunque sus comunidades científicas siguen sin dar respuesta al Alzheimer, a la demencia senil y a muchos problemas físicos relacionados con el envejecimiento.

En los países empobrecidos y emergentes, como India, China, México, Brasil, Indonesia y Sudáfrica, los avances científicos, más que alargar la vida, han aumentado la esperanza de vida, aunque también ahí se viva más años que hace un siglo.

Estas consecuencias tienen un alcance global. Sus soluciones, por tanto, deben abordarse de manera global. España, el país que tendrá la población más envejecida del mundo en 2050, según proyecciones de la ONU, se enfrenta a los dos lados de una misma moneda: el envejecimiento de su población y la llegada cada año de miles de inmigrantes.
Los países ricos se enfrentan al envejecimiento de sus poblaciones, que necesitan servicios médicos y sociales adecuados. A veces se culpa del colapso de dichas prestaciones sociales a la llegada de inmigrantes. Pero muchos de los inmigrantes gozan de mejor salud porque son más jóvenes y mantienen dietas más equilibradas. Así, éstos utilizan menos los servicios públicos de salud, según estudios recientes en España.

Aunque Japón, Rusia y Europa necesiten la inmigración para tener una curva demográfica positiva, nuestro planeta no podrá soportar más de los 9.000 millones de habitantes proyectados para 2050. Al comienzo de la I Guerra Mundial había 1.200 millones de habitantes y, ya en el año 2000, 6.400 millones. La “bomba social” que Butros Galli anunció ya en 1994.

Hay que despertar del sueño de investigar para alargar la vida a un número de años impensable para las personas hoy, sino que se tienen que buscar fórmula que nos permitan mejorar la calidad de vida de las personas que alcanzan una avanzada edad. Se habla de la posibilidad de habitar la luna, de estudiar la viabilidad de trasladarse a otro planeta, pero mientras vivamos aquí quizá durante más de un siglo todavía tendremos que abordar la explosión demográfica como el más grande desafío porque está en la raíz de problemas como el hambre, las pandemias, las agresiones al medioambiente, las catástrofes “naturales” que de ello resultan, el hacinamiento en las grandes ciudades, los conflictos crecientes y aún latentes por la presión demográfica sobre recursos como el agua, etc.

El verdadero desarrollo depende del éxito de frenar la explosión demográfica. La humanidad tiene frente a sí la tarea inaplazable de promover la educación, especialmente la de las mujeres en los países empobrecidos. La educación les prepara para una maternidad responsable, que se convierte en la única garantía contra el crecimiento acelerado de la población. Además, si encuentran los medios y lo desean pueden tener acceso a estudios superiores, a puestos de trabajo, una mujer formada conoce cuáles son sus derechos y deberes, así como los cauces para defenderlos. Sobre todo, potencia su derecho a decidir sobre su futuro.

Decía el científico español citado al principio del artículo que algunos sistemas biológicos viven en el mar indefinidamente siempre que no se altere su medio. Para impedir que el nuestro se altere indefinidamente hacia mayores catástrofes, tendremos que frenar la explosión demográfica y abandonar el sueño peregrino de vivir eternamente.

(*) Periodista
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