Oriente Medio: disonancias e interferencias

Por Adrián Mac Liman (*)

El tambaleante proceso de paz israelo-palestino, congelado por sus múltiples detractores tras la celebración de la cumbre de Anápolis, volvió a la palestra esta semana merced a señales contradictorias y a declaraciones disonantes. Al parecer, los protagonistas del inagotable serial por entregas coincidieron en la necesidad de aumentar la dosis de desconcierto generalizado, introduciendo elementos novedosos en el viejo guión de la pugna intercomunitaria.


La primera sorpresa provino de las gestiones llevadas a cabo por el ex Presidente Jimmy Carter, quien logró arrancar a la plana mayor del Movimiento Palestino de Resistencia Islámica (Hamas) un compromiso sobre el reconocimiento formal del Estado de Israel a cambio de la retirada de los soldados judíos de los territorios ocupados y/o administrados por la ANP.

Pese a la ambigüedad de los términos empleados por Hamas, llamó la atención el hecho de que el movimiento islámico contemple la posibilidad de renunciar a uno de los puntos clave de su programa político: la inexistencia del Estado judío y el derecho de los “sionistas” de ocupar parte del territorio de la Palestina histórica. Las gestiones de Carter, llevadas a cabo sin el consentimiento de la Casa Blanca y de la diplomacia norteamericana, pusieron de manifiesto la incapacidad o falta de voluntad de la Administración republicana de involucrarse a fondo en una negociación que podría despejar la vía hacia la solución del conflicto. Más aún; las consultas del antiguo presidente provocaron la ira del Gobierno israelí, que niega a sus “socios” norteamericanos el derecho de dialogar con emisarios de grupos “terroristas”. Sin embargo, Carter hizo caso omiso de esta prohibición, dejando constancia de la aparente predisposición de Hamas de negociar con Tel Aviv.

Israel decidió responder al ofrecimiento de los radicales islámicos con una maniobra poco convincente: el anuncio de la posible, aunque poco probable devolución de los Altos del Golán a Siria a cambio de un acuerdo de paz. La noticia, facilitada a la cadena de televisión árabe Al Yazira por la Ministra de Inmigración del Gobierno de Damasco, procedía, al parecer, de una conversación telefónica mantenida por el Primer Ministro israelí, Ehud Olmert, con su homologo turco, Recep Tayyip Erdogan. Curiosamente, las autoridades de Ankara negaron la existencia del mensaje.

Los politólogos recuerdan que las conversaciones entre sirios e israelíes quedaron interrumpidas en 2000, tras la publicación en la prensa hebrea de documentos confidenciales relacionados con las exigencias de ambas partes. Los analistas estiman que el Gabinete del entonces Primer Ministro, el laborista Ehud Barak, no tenía interés alguno en seguir negociando con Damasco. En efecto, a las diferencias acerca de la devolución del territorio se sumaban otras dudas, como por ejemplo la relación de Siria con el movimiento islámico libanés Hezbollah. Tel Aviv acusa a Damasco de ser el principal suministrador de armas destinadas a la guerrilla pro-iraní.

El último mensaje discordante proviene del Presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, quien aprovecho los contactos sostenidos durante su visita oficial a los Estados Unidos para reclamar más apoyo americano para el “proceso de paz”. Abbas no logró convencer a sus anfitriones, quienes se contentan a esperar una respuesta contundente de la ANP a la “ocupación de Gaza por las milicias de Hamas”. Olvidan los políticos transatlánticos que el movimiento islámico se alzó con la victoria en las elecciones generales celebradas en 2005.

Apenas seis meses antes de la cita electoral de los Estados Unidos, el equipo de Bush empieza a calentar motores, confiando en hallar en breve una solución duradera al conflicto interétnico. Sólo cabe esperar que no se trate de otro “apaño”, parecido a los desastres de Irak o Afganistán. O tal vez… peor.

(*) Analista político internacional
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